Función doble de circo de verano con Rajoy y Puigdemont

31 / 07 / 2017 Jesús Rivasés
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Puigdemont intenta dirigir un imposible circo de tres pistas: en la primera actúa de trapecista; en la segunda, de prestidigitador; y en la última, de domador de sus propias huestes.

Mariano Rajoy presume de ser una persona predecible. Intenta cumplirlo. Sin embargo, a veces desconcierta a unos y otros, pero se justifica con el argumento de que no le han entendido bien. El miércoles, 26 de julio, en la sala de vistas de la Audiencia Nacional en San Fernando de Henares (Madrid), fue más fiel que nunca a su fama. El presidente del Gobierno declaró como testigo en el juicio del caso Gürtel –el de Luis Bárcenas y Francisco Correa, entre otros acusados–, que persigue hace años al PP, y dijo lo que estaba previsto, que él “no sabía nada de las prácticas irregulares o delictivas de los que se sientan en el banquillo”. Sin embargo, y en eso no fue previsible para sus adversarios, salió mucho más airoso de lo que esperaban quienes hicieron lo posible y lo imposible para verlo en una sala de Justicia aunque fuera solo como testigo.

El presidente del Gobierno declaró como testigo, pero la oposición, por cuyo liderazgo pelean Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, pretendía que quedara la duda en muchos votantes respecto a en condición de qué visitó la Audiencia Nacional. Era el único objetivo de las acusaciones que promovieron –y lograron– la presencia de Rajoy en un sala de Justicia. El contenido de la declaración del presidente –porque nadie esperaba nada– era accesorio, tan solo el pretexto para arremeter contra él con una repercusión nacional e internacional espectacular, porque no todos los días un jefe de Gobierno en ejercicio –aunque ya lo hicieron David Cameron y Nicolas Sarkozy, por ejemplo– comparece delante de un tribunal. El que fuera como testigo es algo que muchos no distinguirán y es la verdadera baza que juegan sus adversarios políticos, que esgrimirán el resto de la legislatura. Ellos no buscan la verdad, ni mucho menos, sino poner en aprietos a sus rivales, en este caso el inquilino de La Moncloa. La Justicia, sin embargo, sí está obligada a ir un paso más allá y esclarecer qué ocurrió en el asunto Gürtel, pero eso afecta solo a los acusados. La sesión de circo se limitaba a la declaración de Rajoy y concluyó en el momento en el que el presidente salió de la sala para regresar a su despacho. Quedará, claro, para regocijo de sus adversarios, la imagen de un presidente en una sala de Justicia, pero sobre todo permanecerá que la batalla de la imagen, de la opinión pública –al menos entre sus partidarios– la ganó rotundamente Rajoy. “La verdad, sin embargo –como escribió Rudyard Kipling– no suele gustar a las muchedumbres”. Tampoco a los rivales políticos, y todavía más en tiempos de la “postverdad”.

Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat, en el mismo y tórrido verano, intenta dirigir su propio circo de tres pistas, con números tan arriesgados como simultáneos, lo que complica todo casi hasta el infinito. Puigdemont, a veces, actúa de trapecista. Es capaz de afirmar un lunes que “si el Tribunal Constitucional me inhabilita, no lo aceptaré” y al día siguiente, martes, sin inmutarse, recurrir ante la misma instancia –a la que reconoce cuando le interesa– la decisión del Ministerio de Hacienda, que dirige Cristóbal Montoro, de vincular el Fondo de Liquidez Autonómico (FLA) con un posible gasto para celebrar el referéndum del 1-O.

El líder independentista, sostenido políticamente sobre todo por la CUP de Anna Gabriel, que lo ve como el personaje útil para sus propósitos, también actúa en otras ocasiones de prestidigitador, como cuando admite –en teoría en privado ante un grupo de periodistas– que ya tiene las urnas para celebrar la jornada del 1-O. Toda una provocación para intentar obligar al Gobierno de Rajoy a actuar por la fuerza y atizar la llama del victimismo, algo que el Comité de Seguimiento que encabeza la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría eludirá.

Puigdemont, además y al mismo tiempo, en una tercera pista, se ve obligado a intervenir como domador de sus propias huestes, que cada día le dejan más solo ante el abismo al que intenta conducirlas. Primero purgó a parte de su equipo, pero solo al que procedía de sus filas, porque no se atrevió a mover a ningún consejero del partido de Oriol Junqueras. Luego ha seguido un goteo de dimisiones voluntarias de altos responsables de la administración catalana que creían que quizá todo empezaba a ir demasiado lejos, y más purgas en segundos y terceros escalones de su equipo. Por último, las encuestas electorales anuncian un histórico descalabro del PDeCAT que, si queda fuera del Gobierno de la Generalitat, dejará sin empleo a miles de militantes. Por eso, por mucho látigo que utilice en esa tercera pista, cada vez controla menos el espectáculo.

El presidente de la Generalitat, que ya empieza a percibir cierta soledad y antes de que las tres pistas de su circo se desmoronen, suspira por una intervención por la fuerza del Gobierno de Rajoy, que aunque tendrá que hacer algo y lo tiene preparado, no lo va adelantar. Puigdemont sueña, por ejemplo, con ser encarcelado, como le ocurrió a Lluís Companys en tiempos de la República, pero cuando despierta él mismo sabe que es imposible. Sesión doble de circo de verano con Rajoy y Puigdemont. La del presidente ya ha terminado, la del líder independentista seguirá hasta que el caos se apodere de las tres pistas. Y ocurrirá.

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