Entre la tragedia irracional y la ópera bufa

16 / 10 / 2017 Jesús Rivasés
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Diálogo es el acuerdo de Rajoy y Sánchez para un estudio de la reforma constitucional y no el que plantea Puigdemont, que propone discutir solo cómo sería la independencia.

Richard H. Thaler, economista americano de 72 años, profesor en Chicago y que asesoró a Barack Obama en su primera campaña electoral, ha sido galardonado con el Premio Nobel de Economía, que en puridad es el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel. Thaler ha sido premiado por lo que se conoce como “análisis de lo irracional”, que desarrolla la “teoría de la contabilidad mental”, que sostiene que no siempre existe un comportamiento racional y que mucha gente –avezados economistas incluidos– simplifica decisiones económicas y financieras. Durante años, muchos de sus colegas lo despreciaban de alguna manera con el argumento de que sus teorías no podían ser traducidas a modelos matemáticos y que, por eso, no tenían mucho rigor. Ahora, y el galardón lo confirma, está asumido que el homo economicus no es racional, sino que sus decisiones obedecen a múltiples factores y algunos poco racionales, haya o no detrás un modelo matemático que lo refleje en intrincadas ecuaciones. Esa tendencia a actuar de forma irracional, analizada por Thaler, es lo que también justifica, entre otras cosas, la decisión de miles de ciudadanos en Cataluña –después de que bancos y empresas trasladaran sus sedes sociales– de cambiar sus cuentas de entidad financiera o de colocar sus ahorros en bancos de otra comunidad autónoma. Eso y el miedo, otra manifestación de la irracionalidad.

Thaler, que ha dicho que se gastará el importe millonario del premio “de la forma más irracional posible”, no ha extendido sus análisis a ciertos comportamientos políticos también irracionales, como los de Carles Puigdemont y su carrera, llena de atajos tramposos, hacia una independencia que promete un paraíso económico inexistente. El presidente de la Generalitat, sin embargo, no improvisa, sino que mide todos y cada uno de sus movimientos, lo que no elimina su esencia irracional.

Puigdemont, en su teatral intervención en el Parlamento catalán del 10 de octubre –fecha que acaso engrose el imaginario de las derrotas catalanas–, protagonizó un acto de acrobacia política que sumió en la confusión tanto a sus aliados como a sus adversarios. Juristas y exégetas discutirán durante años si aquella tarde declaró o no la independencia de Cataluña, suspendida segundos después por el mismo. La reacción de los independentistas congregados a las puertas del Parlamento catalán y de sus socios de la CUP que lidera Anna Gabriel, apuntan que Puigdemont se arrugó, con Oriol Junqueras de figurante ido. El entusiasmo que suele acompañar, con mayor o  menor irracionalidad, a una proclamación de independencia desde luego brilló por su ausencia. Quizá Puigdemont declarara la independencia, pero desde luego sus partidarios no lo percibieron así y tampoco nadie fuera de España.

Puigdemont, después de que la Cataluña no independentista saliera a la calle y demostrara su fuerza, al borde de la rebelión –o desde la misma secesión– quiso poner la pelota en el tejado del Gobierno, con la esperanza de que Mariano Rajoy cometiera un error de bulto que diera argumentos –sobre todo en la calle– a las filas independentistas. El traslado fuera de Cataluña de las sedes  sociales de los principales bancos y empresas catalanas y las dudas en las filas de su propio partido, el PDeCAT, también llevaron a Puigdemont a su ambigua actuación, con el propósito táctico de ganar tiempo, porque solo contempla dos alternativas, independencia o cárcel y “es el hombre más tozudo del mundo”, como explica alguien que lo conoce bien, el exdiputado de CiU Josep López de Lema.

El anuncio de Puigdemont de suspender una independencia no declarada y su enésima supuesta oferta de diálogo es, además, una trampa en la que, de momento, ni el Gobierno, ni el PSOE, ni Ciudadanos han caído y que, por supuesto, jalea con entusiasmo Pablo Iglesias, a quien, por cierto, las encuestas empiezan a darle la espalda. Rajoy, Sánchez y Rivera, a pesar de sus diferencias –también muchas en este asunto– procuran sortear la trampa. El diálogo falso que propone Puigdemont es imposible, como lo demuestra la insólita declaración independentista firmada por diputados de Junts pel Sí y de la CUP, que no da más opciones que independencia o independencia y que lo único que admite es negociar cómo se llega a ella. Diálogo es la apertura del estudio de la reforma constitucional pactada entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, un paso histórico que empieza a arrinconar a Puigdemont.

Rajoy, que puede haber cometido errores, pero que todavía es el político más experimentado del país y con una paciencia a prueba de Job, le ha devuelto la pelota a Puigdemont con la pregunta formal –preámbulo de la posible aplicación del artículo 155– de si ha declarado o no la independencia, quizá la única respuesta al irracional proyecto desleal que lidera el presidente de la Generalitat. Josep Borrell dice que “se evitará la tragedia, pero seguirá la comedia”. Para el presidente de una de las grandes empresas catalanas que ha trasladado su sede a otra comunidad, todo parece una opera bufa y cita Una italiana en Argel, de Rossini. Irracional, claro, como las teorías que han llevado hasta el Nobel a Thaler y que son la clave para entender el comportamiento de Puigdemont, que empieza a perder.

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