En la arena de un agosto que se emborracha de septiembre

19 / 08 / 2017 Jesús Rivasés
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El Gobierno, que ha previsto un Consejo de Ministros para el 18 de agosto, está de alerta en vacaciones porque sospecha y teme que Puigdemont tenga preparada alguna sorpresa.

Joaquín Sabina cantaba que “el verano acabó, el otoño duró lo que tarda en llegar el invierno” en su pegadiza balada Y nos dieron las diez.Mariano Rajoy cerró el curso político el viernes 28 de julio muy consciente de que el verano –mejor dicho, las vacaciones de agosto– iba a durar lo que tarde Carles Puigdemont en lanzar la enésima provocación, después de que el nuevo jefe de los Mossos d’Esquadra, Pere Soler, proclamara que “la Constitución no nos limita” y de que Arran, las juventudes de la CUP de Anna Gabriel, inauguraran la turismo-borroka en Barcelona, hasta cierto punto de perfil. Puede haber excesos, pero ni Barcelona ni Cataluña serían lo que son sin el turismo. El presidente de la Generalitat también ha presidido un último consejo de Gobierno antes de, en teoría, iniciar las vacaciones. Rajoy, sin embargo, no se fía y ha ordenado que todo el mundo esté en situación de alerta y a dos horas de Madrid en avión como máximo. “Ahogado en la arena” (Lorca) del delirio independentista de Puigdemont, agosto puede emborracharse de septiembre cualquier día y durar un suspiro. El viernes 18, en principio, habrá Consejo de Ministros, con la Diada del 11 de septiembre y después el 1-O –ocurra lo que ocurra– a la vuelta de la esquina.

En un breve y tórrido verano, los árboles del embrollo catalán ocultan el bosque. La última EPA, con el mayor crecimiento de empleo nunca visto en un trimestre, ha sido histórica. La prima de riesgo ha caído por debajo de los 100 puntos básicos y el PIB ya ha superado al que había al principio de la Gran Recesión. Es cierto que hay mucho empleo precario y que los salarios se han quedado atrás y que deberían crecer, pero nadie imaginó hace cuatro años que España estaría en la situación actual. Tampoco Artur Mas, que después de escuchar a unos y a otros –y también a empresarios como Luis Carulla (Gallina Blanca) o Víctor Grifols– concluyó que la economía española saltaría por los aires y apretó el acelerador del soberanismo, aunque siempre con la mano en el freno, porque entonces su órdago lo contemplaba todo salvo la independencia unilateral. Luego, todo le salió mal y Puigdemont, president porque lo quiso la CUP, se lanzó a superar el punto de no retorno. “Nunca desperdicies una buena crisis”, decía Rahm Emanuel, jefe de gabinete de Barack Obama.

Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, mientras agosto se emborracha de septiembre, apenas ha hecho un breve paréntesis en su empeño de aprovechar la larga crisis de los socialistas para hacerse con todo el poder en la organización. Susana Díaz en Andalucía, mientras gane elecciones –y hay quien piensa que se puede llevar un susto– seguirá como el verso libre del partido, pero nada más, por muchos sueños que aún conserve la presidenta andaluza. Los congresos regionales del partido, pendientes para el principio de nuevo curso, solo confirmarán el poder de Sánchez.

La historia, a veces, depara paradojas, como un cierto paralelismo entre la toma inicial de control de José María Aznar del PP y el líder del PSOE. Aznar recibió un PP con nueve vicepresidentes que, en un abrir y cerrar de ojos, dejó sin ningún poder. Sánchez tiene barones y con la misma contundencia su influencia empieza a ser historia y el futuro del PSOE se escribirá con los nombres que su secretario general decida. Habrá algo de ruido, pero cada vez menos y, de hecho, prácticamente nadie en su entorno y en la organización se planea llevarle la contraria. El líder de los socialistas, sin embargo, tiene el problema de que no es diputado y, por eso, debe buscar vías para estar presente en la escena política, algo que en ocasiones puede hacer caer en sobreactuaciones y que también despista a algunos como, por ejemplo, a los empresarios. Los grandes y menos grandes del Ibex –y asimilados–, que no todos votan al PP, quieren y necesitan un PSOE sólido, verdadera alternativa, pero Sánchez, en su nueva etapa, les desconcierta. Además, por ahora, tampoco hay contactos muy fluidos y los que hay alimentan demasiadas dudas.

Pedro Sánchez no perderá oportunidades, pero no tiene prisa. Consolidado en el PSOE podría soportar hasta unos resultados electorales regulares. Ahora habría enviado señales de concordia al Gobierno en asuntos económicos estratégicos vía Luis de Guindos, mientras mantiene la presión sobre el reprobado Cristóbal Montoro. El Gobierno no se fía, pero no por eso rechazará hablar. Rajoy, más allá de sus recelos con Sánchez, teme que el líder del PSOE quede enredado por la tela de araña de un Pablo Iglesias que sí tiene prisa. El jefe de Podemos siempre pensó que sus verdaderas posibilidades de asaltar al poder llegarían en tiempos de grave crisis, sobre todo económica. La recuperación del empleo –incluso con su dosis de precariedad–, la mejoría evidente de la actividad y el consumo son los mayores adversarios de Iglesias, además del galimatías interno de su heterogénea formación política, que él intenta controlar a golpe de ordeno y mando con “la furia del resentimiento”, como escribe en su reciente libro, El lento aprendizaje de Podemos”, el catedrático de Filosofía José Luis Villacañas, que estuvo en los albores de Podemos. No es precisamente una lectura ni breve ni de verano, pero sí reveladora, incluso en la arena de un agosto que se emborracha de septiembre, pendiente del embrollo catalán.

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