El día después más difícil en Cataluña y el plan B

21 / 09 / 2015 Jesús Rivasés
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Un profesor de la universidad de Barcelona lo ha resumido en una frase: “en Europa, las regiones más ricas no son independientes”. Mas también lo sabe y por eso muchos creen que tiene un plan B, sin independencia, para el día después del 27-s, si Junqueras y otros le dejan, claro. Todo muy difícil

Artur Mas, desde hace tiempo, ha logrado desconcertar incluso a sus partidarios más acérrimos. Nadie está seguro de las intenciones reales del todavía presidente de la Generalitat, de si su política de tensar la cuerda hasta el límite independentista es solo una estrategia para luego negociar con más fuerza, o responde a sus verdaderos deseos. Nadie duda, sin embargo, de los sueños e intenciones de Oriol Junqueras y son muchos quienes recuerdan sus lágrimas –que a todos parecieron sinceras– cuando reclamaba para “ya” la independencia. Mas, un personaje más poliédrico y con siete vidas políticas, despista tanto que nadie parece capaz de prever su próximo movimiento.

Empresarios y financieros catalanes, que siempre han procurado mantener una cierta equidistancia en el embrollo catalán y a quienes –lo dicen en privado– la independencia les parece disparatada, han elaborado una enrevesada teoría sobre el que sería el plan B de Artur Mas que, en la práctica, sería su verdadero plan, aunque no puede decirlo para no descubrir, a partidarios y adversarios, sus auténticos propósitos. Al fin y al cabo, el líder de CDC tiene –siempre los ha tenido– los datos buenos, sobre todo los económicos, encima de la mesa y sabe y conoce las complicaciones económicas de la independencia. El exministro socialista y también catalán Josep Borrell, en su luminoso libro Las cuentas y los cuentos de la independencia, expone su opinión sobre los jefes de ERC y de Convergència. “La cultura económica de Junqueras –escribe Borrell– es tan escasa que no le permite entender lo que está diciendo”. Y, a renglón seguido, añade: “Mas ha sido consejero de Hacienda y me cuesta más concederle el beneficio de la ignorancia”. Es decir, sabe qué se trae entre manos y las cuentas, a pesar de todo, no engañan. Lo ha resumido en una frase el profesor Fernando P. Méndez, de la Universidad de Barcelona: “En Europa, las regiones más ricas no son independientes”. Para comprobarlo, basta con mirar el mapa.

La historia más reciente de las previsiones demoscópicas en Cataluña está plagada de errores importantes. Encuestas poco fiables o mal interpretadas llevaron a Artur Mas, hace poco más de dos años, a adelantar unas elecciones porque esperaba tener más votos y escaños y rozar la mayoría absoluta tras los éxitos de la primera Diada de la última época. El resultado es conocido. CiU ganó las elecciones, pero perdió tantos votos y escaños que desde entonces ha tenido que gobernar con el apoyo de Junqueras y ERC, cuyo objetivo nunca ha sido otro que lograr la independencia y quitar de en medio al propio Mas. Ahora, las encuestas publicadas no le conceden la mayoría absoluta en escaños –en votos, ni se plantea– a la lista unitaria de Mas y Junqueras que encabeza el tardocomunista Raül Romeva, que tiene sus propias aspiraciones después de dejar en la estacada a su amigo y socio político de toda la vida, Joan Herrera, el líder de ICV. Otros sondeos, que circulan por despachos del dinero, son algo más favorables para Mas y Junqueras, pero tampoco son concluyentes y eso genera incertidumbre y fomenta el nerviosismo.

Los mismos empresarios y financieros a los que tanto ha despistado Mas y de los que, digan lo que digan, no pocos le votarán, esbozan cuál sería el plan B o la estrategia a partir del día después. La falta de una mayoría absoluta en votos a favor de la independencia –en eso coinciden todos–, haya o no mayoría absoluta de escaños, serviría de excusa para, más allá de soflamas encendidas para consumo de la clientela propia, eludir una declaración formal de independencia. Antonio Baños, líder de la CUP, ya ha ofrecido la coartada: “Podemos autoengañarnos, pero sin mayoría de votos todo se complica”. En ese escenario, Mas contempla aferrarse a la presidencia de la Generalitat, esperar a las elecciones generales de diciembre y plantearle una negociación al próximo Gobierno español con la esperanza de que su teórica –esperada por muchos– debilidad le permita arrancar nuevas concesiones que, de alguna manera, satisfagan a su parroquia. Los verdaderos independentistas no aceptarían, pero entonces Mas jugaría a aislarlos, aunque –eso sí– tropezaría con ese Junqueras que cree que la independencia es ahora o no se sabe cuándo.

El plan B de Mas, sin embargo, además del flanco independentista tiene más puntos débiles. Su perímetro de negociación se basa en tres puntos: mejorar la financiación, blindar la lengua y la cultura catalanas y más y mejores infraestructuras sufragadas por el resto de España. Su problema es que gobierne quien gobierne en La Moncloa, con mayor o menor holgura, los números son tozudos y, aunque técnicamente se podría mejorar algo la financiación de Cataluña, el margen real es muy escaso y muy alejado de las reivindicaciones catalanas. Por otra parte, ¿cómo se blinda más una lengua, que es oficial, está implantada y es de uso habitual? Por último, las infraestructuras siempre se pueden mejorar, y el tan llorado déficit catalán de infraestructuras es muy discutible. Es el plan B de Mas y los suyos para el difícil día después. No es imposible, pero casi. Y sobre el plan A, la independencia, ahí está Obama, y no hay dudas, defiende una relación de Estados Unidos con “una España fuerte y unida”. El presidente americano, obviamente, conoce Barcelona, pero lo de Cataluña le suena menos.

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