El chasco de Cospedal y el lío del Banco de España

20 / 02 / 2017 Jesús Rivasés
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María Dolores de Cospedal sigue de secretaria general, pero sabe que ha perdido poder, y por eso el chasco que se reflejaba en su cara en la clausura del congreso del PP solo era comparable al de Miguel Ángel Fernández Ordóñez tras ser llamado a declarar como investigado por la Audiencia Nacional por la salida a bolsa de Bankia.

La historia, a pesar de todo, no suele repetirse, pero sí se parece a sí misma, con frecuencia. El resultado del congreso del PP, una balsa de aceite para Mariano Rajoy, también fue una especie de victoria pírrica para la secretaria general –confirmada en su puesto–, María Dolores de Cospedal, que empezó a fraguarse cuando no pudo evitar que el plenario votara una enmienda que pretendía prohibir la acumulación de cargos. La propuesta tenía una destinataria directa, la número dos del partido, y la confusa votación a cartulina levantada, seguida de un recuento a ojo, saldada-rechazada con un ajustadísimo resultado de 25 votos, solo se puede interpretar como una derrota de la ministra de Defensa. “¡Otra victoria como esta y estaré derrotado!”, exclamó Pirro, rey de Epiro, tras vencer a los romanos en la batalla de Asculum (279 a.C.). No hizo falta otra victoria, porque el Ejército de Pirro –rubio, en griego, quizá otro guiño– quedó en un estado tan lamentable que fue aniquilado en la siguiente confrontación.

Los seguidores de Cospedal, que ahora son conscientes de que han perdido gran parte de su poder como comprobarán en el día a día, encajaron mal el que llegara al plenario la enmienda que quería evitar que la secretaria general repitiera en su puesto. Culpan, claro, al nuevo coordinador del partido, Fernando Martínez-Maíllo y también a las organizaciones del PP en Galicia –Alberto Núñez Feijóo–, Madrid –Cristina Cifuentes– y Andalucía –Juan Manuel Moreno–. El asunto no irá a más, porque Mariano Rajoy es todopoderoso en el partido y, marca de la casa, no quiere líos, pero la grieta está ahí, no se cerrará.

El chasco de Cospedal se reflejaba en su rostro –procuró apartarse lo más posible de las cámaras– en la clausura del congreso de los populares. Rajoy, como siempre a su manera, había dejado las cosas claras y la secretaria general y todos entendieron el mensaje. El líder del PP, tras defender la continuidad de María Dolores de Cospedal como secretaria general, justificó la designación de Fernando Martínez-Maíllo porque, entre otras cosas, la ministra de Defensa no tendrá ahora demasiado tiempo para estar en Génova –la sede nacional del PP– y, por eso, necesita a alguien que le ayude en el día a día del partido. Para redondear la argumentación, Rajoy se puso a sí mismo de ejemplo y explicó que tampoco él puede estar todo el tiempo pendiente del partido. Todo estaba claro. Al jefe del PP no le gustan los cambios y si, además son de personas, le cuesta todo un mundo hacerlos. Por eso utiliza sus propios métodos que, para muchos, tienen la ventaja de que evitan, siempre que es posible, cualquier brusquedad.

María Dolores de Cospedal seguirá como secretaria general del PP un tiempo, que puede ser largo, pero ha quedado claro que quien controlará la organización será Fernando Martínez-Maíllo. No habrá choque de trenes entre ellos, ni mucho menos, pero la cohabitación será más que difícil si Cospedal intenta ejercer de verdad. En cualquier caso, la ministra de Defensa empezará a perder poder en el partido poco a poco, algo que empezarán a comprobar –porque es inevitable– sus personas de confianza que, también sin grandes traumas, dejarán de controlar los resortes internos del PP. Inevitable.

El chasco de Cospedal solo es comparable con el sofocón de la anterior cúpula del Banco de España, encabezada por su exgobernador, Miguel Ángel Fernández Ordóñez –Mafo–, tras la decisión de la Audiencia Nacional de citarlos como “imputados/investigados” por la salida a bolsa de Bankia, después de que aparecieran una serie de correos electrónicos en los que inspectores de la institución cuestionaban la viabilidad de esa entidad financiera. Casi al mismo tiempo, el Congreso acordó aprobar una comisión de investigación sobre la crisis bancaria, el rescate de las cajas y la salida a bolsa de Bankia. Los antiguos responsables del Banco de España tienen ahora abiertos dos frentes: el judicial y el político, que, en este caso, salpica bastante más al PSOE de la época de José Luis Rodríguez Zapatero que al PP de Mariano Rajoy, que ya ha marcado muchas distancias con Rodrigo Rato, presidente de Bankia cuando la salida de la entidad a los mercados.

La historia es tan antigua como conocida por los expertos del sector. Tras la caída de Lehman Brothers, a la que siguieron salvamentos de bancos en Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Bélgica y Alemania, entre otros, Zapatero afirmó con orgullo que el sistema financiero estaba a salvo de la crisis y que jugaba en la auténtica “champions league” financiera. Fernández Ordóñez, que odia que le llamen Mafo, entonces gobernador del Banco de España, intentó por todos los medios evitar que afloraran los problemas –evidentes para muchos expertos, que así lo denunciaron–, sobre todo de las cajas de ahorros. Para ello impulsó toda una serie de medidas, desde las llamadas “fusiones frías” a fusiones puras y duras, incluidas búsquedas heterodoxas de capital y salidas a bolsa como la de Bankia. España podía, en un primer momento, haber saneado las cajas en apuros a un coste asequible, pero eso significaba reconocer un problema y Zapatero y Mafo no querían hacerlo. Ahora, el exgobernador y parte de su equipo tienen un problema mayor, superior incluso al chasco de Cospedal.

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