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Cuando el más guapo tuvo que bailar con la más fea

22 / 06 / 2015 Jesús Rivasés
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Felipe González, José María Aznar y Mariano Rajoy tuvieron tres oportunidades para llegar a la Moncloa. Ahora, Pedro Sánchez quizá solo tenga una y por eso sus prisas y también su más que arriesgada táctica

Mariano Rajoy ya es “el último de los suyos”, como describiría James Fenimore Cooper. El anunciado adiós, ahora sí, de Esperanza Aguirre, sea cuando sea el congreso extraordinario del PP de Madrid que propugna, unido a algunas defecciones de barones autonómicos del PP como la de Pedro Sanz en La Rioja, hacen que el presidente del Gobierno sea el último representante en activo y con mando en plaza de toda una generación de líderes del PP que ha estado al frente del partido más de un cuarto de siglo, cuando José María Aznar sucedió a Manuel Fraga en 1989. Rajoy, que ha sobrevivido a toda su generación y a no pocos adversarios internos, aspira a renovar mandato tras las próximas elecciones generales, algo que muchos en el PP no ven sencillo, aunque sí lo ve mucho más factible el protoasesor histórico del partido, el sociólogo Pedro Arriola. Tras el varapalo sufrido por los populares en las elecciones autonómicas y municipales el líder de los populares ha tenido en vilo a todos durante semanas y hasta el último momento con los cambios en el Gobierno y en el partido con los que afrontar el último tramo de la legislatura y, sobre todo, intentar recuperar votos en las elecciones legislativas.

Rajoy (1955), el último de los suyos, se enfrentará ahora a toda una serie de rivales políticos de otra generación más joven, desde el líder de los socialistas (Pedro Sánchez, 1972) a los de Ciudadanos (Albert Rivera, 1979), Podemos (Pablo Iglesias, 1978) e Izquierda Unida (Alberto Garzón, 1985). El mayor de todos ellos, Pedro Sánchez, de 43 años, como jefe del primer partido de la oposición debería ser, a priori, el principal adversario del ya sesentón Mariano Rajoy. Sánchez acaba de confirmar su candidatura a la presidencia del Gobierno después de que ningún otro aspirante obtuviera los avales necesarios para presentarse a las primarias del PSOE. Estaba cantado y, por otra parte, era lo que deseaba y buscaban el propio Pedro Sánchez y su equipo que, en privado, siempre han admitido la necesidad de convocar las primarias, pero que también reconocían que no eran unos forofos de la fórmula, entre otras motivos, porque en algunos lugares donde se han ensayado surgieron problemas sobrevenidos.

Pedro Sánchez, como secretario general del PSOE, tiene ahora a casi todo su partido detrás de él con el objetivo de obtener un buen resultado en las elecciones generales y sustituir a Mariano Rajoy en La Moncloa. Ninguna otra opción le sirve a Sánchez y todo el mundo –él, el primero– lo sabe. Los aspirantes a presidentes del Gobierno suelen tener varias oportunidades –Felipe González, José María Aznar y Mariano Rajoy lo lograron a la tercera– para alcanzar la presidencia del Gobierno. Pedro Sánchez puede ser el primero que solo tenga una bala disponible en la recámara y, también por eso, se ha embarcado en una estrategia muy arriesgada que quizá incluso no sea la que hubiera elegido en otras circunstancias. El problema del número uno del PSOE es que si no sucede a Rajoy a finales de año, es muy probable que tenga competencia interna en su partido –ahí está Susana Díaz– si al menos el PSOE salva los muebles y, si no, la nueva izquierda radical, sobre todo en torno a Podemos, está ahí para sacar del mapa para siempre a los socialistas.

Sánchez, en ese escenario, ha elegido la opción de transitar hasta las próximas elecciones de la mano de Podemos y sus distintas fórmulas en ayuntamientos y comunidades autónomas, aunque eso pueda significar algo así como bailar con la más fea. El primer objetivo, el que lo justifica para Sánchez y los suyos, es quitar todo el poder posible al PP, ya sea en comunidades o corporaciones, aun a riesgo de peripecias como las que ya han ocurrido en el Ayuntamiento de Madrid con el más que heterogéneo equipo que intenta dirigir y ordenar Manuela Carmena, a la que el primer día de mandato le estalló el escándalo del concejal Jorge Zapata y su historial de tuits antisemitas y antisistema que ella, por supuesto, ignoraba, entre otras cosas porque apenas conocía a sus compañeros de candidatura, colocados allí sobre todo por las gentes de Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero, que se ha ido, pero sigue ahí de alguna manera.

El líder del PSOE, en su carrera hacia La Moncloa, se cree obligado a “hacer camino” con los radicales alrededor de Podemos, algo que tiene tantos riesgos o más como transitar más ligero de equipaje. En el PP creen y confían en que la radicalización –táctica o real– del PSOE les puede beneficiar porque movilizaría a los votantes populares que ahora se han quedado en casa y, con ellos, Rajoy tendría suficiente. Otros, en el PSOE, también han advertido a Sánchez del abrazo del oso que aspira a darle sobre todo Pablo Iglesias quien, desde su irrupción en el escenario político en las elecciones europeas del año pasado, nunca ha ocultado su aspiración de ser la verdadera opción mayoritaria de izquierdas en sustitución de los socialistas a quienes, hasta cinco minutos antes de los pactos poselectorales, tildó, incluso con desprecio, de “casta”. Es el gran riesgo que corre Pedro Sánchez, resumido por un destacado estratega socialista, que sí ve a su líder en La Moncloa a finales de año, en una sola frase: “Al más guapo –Sánchez– le ha tocado bailar con las más fea –Podemos–”. 

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