Cuando don Juan Carlos receló de Urdangarin

27 / 02 / 2017 Jesús Rivasés
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Don Juan Carlos, por algún motivo, intuyó algo que no acababa de convencerle en Iñaki Urdangarin y, de forma muy discreta, movió algunos hilos para que la infanta Cristina percibiera algunas cosas y, por lo menos, reflexionara, pero una indiscreción desbarató todo.

John Josep Sirica (1904-1992), hijo de inmigrantes italianos, fue juez principal del tribunal de distrito de Columbia, en Washington. Está en la historia de los Estados Unidos porque fue el magistrado que propició que el caso Watergate se investigara, algo que en última instancia desembocó en la dimisión de Richard M. Nixon como presidente, para evitar ser destituido –sometido a impeachment–. Hay muchos personajes importantes en el caso Watergate, pero sin el juez Sirica, que era republicano como el propio Nixon, nunca hubiera llegado a nada. Asignado en 1957 a los tribunales por el presidente Dwight D. Eisenhower, nunca había destacado especialmente, hasta que llegó Watergate y cambió la historia de los Estados Unidos.

José Castro Aragón (Córdoba, 1947), juez por oposición que ingresó en la carrera judicial en 1976, después de haber sido funcionario de prisiones, quizá pensó que la historia le reservaba un papel similar al del juez Sirica cuando cayó en sus manos el llamado caso Nóos y, tras una larguísima instrucción (2010-2013), logró el procesamiento de Iñaki Urdangarin, pero sobre todo de la infanta Cristina, que compartió el banquillo con su marido y con otros quince procesados. Él decía que hacía su trabajo, pero nadie ignoraba que lo que tenía entre manos era más que un sumario y que salpicaba directamente a la monarquía, hasta el punto de que no solo por eso –pero también por eso– el rey don Juan Carlos abdicó en su hijo Felipe VI.

Las magistradas Samantha Romero, Eleonor Moyá y Rocío Martín, siete años después de que José Castro diera los primeros pasos del caso Nóos y tras interminables meses de deliberación y 750 folios, han dictado una sentencia discutida, benévola para unos y estricta para otros, que coleará durante tiempo, porque queda pendiente la decisión del Tribunal Supremo tras los recursos que los condenados presentarán. Eso sí, el juez Castro, que insólitamente ha declarado que “no se esperaba esta sentencia”, quizá tiene poco de qué presumir, porque de las 17 personas que llevó al banquillo, nada menos que diez han sido absueltas de delito por parte del tribunal y, salvo Iñaki Urdangarin, Diego Torres y Jaume Matas, los otros cuatro condenados lo han sido en menor grado. En el mejor de los casos, significa un varapalo para el juez Castro que, sin embargo, como apuntan los defensores de la infanta, dio pie a que tanto ella como el resto de procesados pagaran y todavía paguen la llamada “pena de telediario”.

El debate sobre la idoneidad de la sentencia seguirá, al margen del futuro penitenciario inmediato de Iñaki Urdangarin, hasta que el Supremo ratifique o modifique y convierta en firme la sentencia. Defensores y detractores de la decisión de las magistradas se quejan, por igual, de que la Justicia no es igual para todos. Los partidarios de la infanta defienden que, en este caso, se ha aplicado la ley de forma más dura a su marido por estar casado con ella. Los detractores creen que ese parentesco ha hecho que la condena –seis años y tres meses– sea mucho más benévola de lo que creen que sería lógico. Francisco Tomás y Valiente (1932-1996), presidente del Tribunal Constitucional (1986-1992), asesinado por ETA, sintetizó las diferencias sobre las resoluciones judiciales en una frase que quizá encierre todo un tratado jurídico: “La siempre imperfecta certidumbre judicial” pero que, a pesar de todo, en un Estado democrático y de Derecho es imprescindible acatar y respetar.

La sentencia que absuelve a la infanta Cristina y condena a Iñaki Urdangarin, más allá de su revisión posterior, sea la que sea, cierra un capítulo y abre otro en la vida de la segunda hija del rey emérito y del marido de esta. Nadie espera que la infanta pueda volver a usar el ducado de Palma, ni tampoco que tenga ningún papel institucional en el futuro, pero sí es posible que sus relaciones con el resto de su familia se dulcifiquen o se normalicen. Es decir, doña Cristina, poco a poco, podría reincorporarse a los actos familiares privados, especialmente aquellos en los que sean protagonistas sus padres y su hermana. Eso es lo que espera –y está decidida a conseguirlo– la reina Sofía.

La sentencia también le permite empieza a pasar página a don Juan Carlos, cuya intuición tampoco le falló con Urdangarin, a pesar de que durante un tiempo tuvieron excelentes relaciones. El rey emérito, de hecho, receló por algún motivo de aquel jugador de balonmano cuando su hija se lo presentó como su novio. Es una historia poco conocida, pero don Juan Carlos movió varios hilos con discreción encaminados a que la infanta se diera cuenta de algunas cosas y reflexionara. Una indiscreción de su hermana, la infanta doña Pilar, que se enredó en una pregunta periodística, entre otras cosas, y admitió “es un chico majísimo”, desbarataron el tímido intento del entonces rey, al que siempre le funcionó muy bien su intuición. Luego, las habilidades y la simpatía de Urdangarin, frente al envaramiento de Jaime de Marichalar, le harían ganarse el favor por un tiempo, sobre todo de don Juan Carlos y doña Sofía. Hasta que, claro, la realidad y los negocios dudosos –más en alguien obligado a la ejemplaridad– confirmaron aquella intuición inicial de un rey –Juan Carlos I– que por lo menos tiene la satisfacción de la absolución de su hija. El juez Castro no es el juez Sirica.

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