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Cuando agosto se emborracha de septiembre

03 / 08 / 2015 Jesús Rivasés
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El día después del 27-s, ocurra lo que ocurra, todo seguirá igual, porque aunque tenga mayoría la lista de Romeva, Mas y Junqueras, las elecciones generales –pueden ser el 22 de noviembre–están a la vuelta de la esquina y casi todos sueñan con un gobierno débil en Madrid. 

El mar de agosto y las vacaciones han comenzado “ahogados en la arena” (Lorca) y ebrios de un septiembre que ya está aquí, porque así lo han querido, cada uno por sus motivos, Mariano Rajoy y Artur Mas. Dos hombres y dos destinos, pero que comparten la estrategia de exprimir todos y cada uno de los minutos que faltan hasta las siguientes citas electorales, la catalana el 27 de septiembre y  la de las legislativas, para la que algunos más avisados avanzan la fecha del 22 de noviembre. Hace años, la reserva de vallas publicitarias era una pista bastante fiable para detectar fechas electorales. En este caso, los indicios serían las instrucciones que han empezado a recibir algunos miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y que les han obligado a cambiar previsiones que tenían para ese domingo de noviembre y, en menor medida, para el 13 de diciembre, que quedaría como fecha de reserva, aunque su inmediatez con el puente de la Constitución juega en su contra.

Agosto escancia, desde el viernes 31 de julio, el licor de septiembre porque el Consejo de Ministros decidió enviar al Congreso de los Diputados el proyecto de los Presupuestos Generales para 2016, recién horneado por Cristóbal Montoro y su equipo que, por otra parte, trabajaban en el asunto desde hacía un par de meses. En un septiembre adelantado, el Parlamento hará horas extras desde el lunes 3 de agosto para tramitar esos Presupuestos que, también por primera vez, prevén un superávit primario –más ingresos que gastos si se exceptúan los intereses de la deuda– desde los inicios de la gran crisis, allá por 2008, en tiempos de Zapatero. Sus señorías deberán debatir, enmendar y tramitar el proyecto en la Comisión de Presupuestos para que haya un texto definitivo que el Pleno del Congreso apruebe con la mayoría absoluta del PP a finales de este agosto que no habrá existido para la política y, quizá, para la economía. Rajoy y el Gobierno, por otra parte, confían en que para entonces, muchos españoles –y es cierto, hay más movimiento y alegría– hayan vuelto a tener unas vacaciones más cómodas y, sobre todo, holgadas y que, para ellos, la crisis empiece de verdad a ser algo del pasado. No hay nada casual, y estos Presupuestos cocinados en el horno de la canícula, son el primer capítulo del programa electoral de Rajoy y, por otra parte, una especie de válvula de seguridad. El próximo Gobierno, sea el que sea, podría cambiarlos por decreto ley, como explica el exministro socialista Jordi Sevilla en estas mismas páginas en la entrevista que le ha hecho Luis Calvo. Pero, en ese caso, también habría cosas que ya estarían en marcha y no sería necesario cambiar. El propio Sevilla lo explica con el telón de fondo de la reforma laboral, que el PSOE cambiaría con un nuevo Estatuto de los Trabajadores, “aunque –dice Sevilla– creo que hay cosas que debemos mantener”. En definitiva, Rajoy y Montoro han adelantado trabajo para todos.

Cuando agosto se emborracha de septiembre, el soberanismo se prepara para jugar su penúltimo órdago en Cataluña y Rajoy, por una vez, responde con contundencia y elige a Xavier García Albiol, exalcalde sin complejos de Badalona, para paliar el anunciado descalabro popular el 27-S. Toda una apuesta, no exenta de riesgos, mientras los independentistas de todos los partidos y todas las ideologías preparan otra demostración de fuerza para la Diada del 11 de septiembre, con el objetivo de que sirva de mascarón de proa y de tirón de arrastre para la gran cita del 27-S, unas elecciones rutinariamente autonómicas convertidas en un plebiscito de resultado muy incierto. 

El día después del 27-S, ocurra lo que ocurra en las urnas catalanas, todo seguirá igual, aunque influirá en las elecciones generales. Una hipotética victoria del independentismo generaría un gran conflicto, pero al mismo tiempo, como sugieren desde el Gobierno, “no existe ningún riesgo” formal. Cataluña, por mucho que intente aparentarlo Mas y procure dar pasos en ese sentido, no ha creado las estructuras de un Estado y, por eso, no hay posibilidades de canalizar el independentismo. El Gobierno de Rajoy tiene previstos varios escenarios, incluido el de que haya una declaración de independencia en el Parlament, que podría ser escenificada con la bandera española arriada del Palau de la Generalitat y el izado en solitario de la estelada catalana. Rajoy y su Gobierno tendrían que responder de alguna manera, pero también están convencidos de que, ahora mismo, esa declaración, en el día a día, no cambiaría nada. La vida y la actividad seguirían igual, con la excepción –claro– de que algunas empresas pondrían en marcha sus planes de búsqueda de otros lugares más estables y no pocas inversiones serían puestas en cuarentena. Además, cualquier resultado independentista del 27-S estaría muy condicionado por lo que ocurra en las elecciones generales, porque además no será fácil, en ningún caso, elegir presidente de la Generalitat y menos aún formar Gobierno. La tentación de los independentistas, de izquierdas y de derechas agrupados ahora en un bloque único y confuso, de esperar a que en Madrid haya un Gobierno débil al que presionar y arrancar más y mejores concesiones, será irresistible. Y eso da más tiempo a todos, mientras ahora agosto se emborracha de septiembre. ¡Felices vacaciones!

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