Artur Mas, hacia el 25-N y lo desconocido

28 / 09 / 2012 12:23 Jesús Rivasés
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El presidente de la Generalitat trazó un plan detallado, que puso en marcha a principios de 2012 y que culminará con las elecciones catalanas el 25-N. Casi todo estaba previsto, menos el día después.

lluís companys, presidente de la Generalitat, proclamó el 6 de octubre de 1934, a las ocho de la tarde, desde el balcón del palacio de la Generalitat, “el Estado Catalán de la República Federal Española”. Todo fue efímero. A las diez de esa misma noche, el Gobierno de España, que presidía Alejandro Lerroux, declaró el estado de guerra en todo el país y el general Batet, jefe de la Cuarta División con sede en Barcelona, sacó las tropas a la calle en la Ciudad Condal. Los soldados redujeron en pocas horas a los escamots que también había enviado a las calles el consejero de Gobernación Josep Dencàs, y al amanecer Companys y su Gobierno se rendían para ser confinados en el buque prisión Uruguay. El Estatuto de Autonomía quedó suspendido hasta febrero de 1936.

Artur Mas, sucesor de Companys al frente de la Generalitat tras Josep Tarradellas, Jordi Pujol y José Montilla, no es un político que improvise y la convocatoria de elecciones en Cataluña el 25 de noviembre (25-N) es el final de una hoja de ruta diseñada de antemano y aplicada minuciosamente. Nadie pudo prever, sin embargo, cuando se elaboraron los planes, la magnitud de la manifestación del 11 de septiembre y que Mas anunciara el adelanto electoral, apenas una semana antes de que se cumpliera el 78 aniversario de la proclamación por Companys del Estado Catalán. De haberlo sabido, la tentación de hacer coincidir las fechas podría haber sido irresistible. O no, como diría Mariano Rajoy, porque Mas y su equipo querrán marcar distancias con aquel pasado que Josep Pla describía con amargura el 10 de octubre de 1934: “Los hombres de Esquerra -escribía en su crónica de La Veu de Catalunya-, que gobernaban en la Generalitat de Catalunya, a pesar de la magnífica posición de privilegio que no había conocido nunca ningún partido político catalán (...) se han equivocado y lo han pagado caro.(...) Diremos solo que Cataluña sigue con su historia trágica, y que solo eliminando la frivolidad política que hemos vivido últimamente se podrá corregir el camino emprendido”.

Artur Mas y su equipo preparan con mimo desde hace muchos meses el órdago que acaban de lanzar. Están convencidos de que obtendrán una mayoría absoluta holgada, pero hasta que se cierre la última urna se abre un periodo de incertidumbre y expectativas que pueden quedar satisfechas o truncadas. Las suyas y las de sus adversarios políticos.

A principios de 2012, el presidente de la Generalitat y sus fieles ya tenían diseñada su hoja de ruta que, por ahora, culmina con las elecciones de 2012. Ya en enero, el propio Artur Mas adelantó algunos detalles de sus planes a algún presidente de comunidad autónoma de las que no están gobernadas por el PP y otro/s de las que controla el partido de Rajoy. Uno de los objetivos es que la información llegara al presidente del Gobierno recién llegado a La Moncloa. El plan consistía en empezar a conformar una mayoría social, aglutinada alrededor de la idea de que Cataluña paga o aporta a España mucho más de lo que recibe. El siguiente paso era poner el asunto encima de la mesa y enviarle un mensaje a Rajoy alrededor de Semana Santa. Después, el verano era el momento previsto para oficializar de alguna manera la petición del pacto fiscal y la primera parte del proceso se cerraría con la que fue la gran movilización del 11 de septiembre. El éxito de la Diada afianzó y aceleró los planes que culminaban con la gran escenificación del desencuentro Rajoy-Mas en la reunión que celebraron el 20 de septiembre, que todo el mundo sabía que terminaría sin acuerdo, y que ha permitido al presidente de la Generalitat subir la apuesta: Estado propio y convocatoria de elecciones en busca de una muy holgada mayoría absoluta desde donde seguir hacia lo desconocido, porque la hoja de ruta diseñada con esmero termina, por ahora, el próximo 25-N.

La campaña electoral catalana comenzó nada más salir Artur Mas del despacho de Mariano Rajoy en La Moncloa. Mejor dicho, minutos después, cuando desde la delegación de la Generalitat en la madrileña calle de Alcalá, el líder catalán anunció que no había habido ningún acuerdo sobre el pacto fiscal. No hablaron del Estado, ni tampoco salió en la conversación la palabra “independencia”. Artur Mas habló bien de Rajoy desde el aspecto de la relación personal y alabó las formas del presidente del Gobierno, incluso desde la discrepancia. La táctica de Rajoy, también calculada, consistió en que la réplica pública a Mas la diera la líder del PP catalán, Alicia Sánchez-Camacho, en el que también era su primer acto de campaña.

Rajoy y Mas y sus respectivos equipos están convencidos de que la reunión de La Moncloa y los acontecimientos posteriores -desde los amagos de flexibilidad del presidente del Gobierno a la convocatoria de elecciones en Cataluña- benefician al PP y a CiU. En el PP están convencidos de que la postura de Rajoy, el reconocimiento de su cordialidad por parte de Mas y el vértigo ante la autodeterminación, les da votos. Auguran una subida de los populares en el Parlamento catalán. El equipo de CiU hace el análisis contrario. La negativa rotunda de Rajoy a negociar el pacto fiscal les catapulta hacia la mayoría absoluta. Uno de los dos se equivoca, pero hasta el 25-N no se sabrá. Ahora todo influye, porque como dice Mas, la nación “no es razón, sino sentimiento”. Popper quizá daba la clave: “Es imposible que alguien abandone mediante razonamiento una convicción a la que no ha llegado mediante razonamiento”. Razón y sentimientos ante las urnas. Quizás sean compatibles. ¡O no!

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