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Artur Mas, en la mitad de un laberinto de confusiones

27 / 07 / 2015 Jesús Rivasés
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Artur Mas solo gana tiempo al sacarse de la barretina una lista unitaria encabezada por un Raül Romeva que quizá tenga más ambiciones de las que admite, porque los rivales del todavía presidente de la Generalitat están sobre todo en Cataluña

Artur Mas ha vuelto a demostrar que tiene siete o más vidas políticas, aunque quizá debería recordar aquello de que “tanto va el cántaro a la fuente...”. Cada vez que el presidente de la Generalitat y líder de Convergència, heredero ahora más o menos a su pesar de Jordi Pujol, está al borde del precipicio y nadie da un céntimo por él, una y otra vez, sorprende con otro gambito que le concede más tiempo. El miércoles 8, la víspera del accidente que le costó la vida a Leopoldo Rodés –por eso se han conocido los detalles de la velada–, Mas cenó en casa del empresario Artur Carulla. Una reunión de matrimonios, enhebrada sin duda por el desaparecido Rodés, a la que también asistieron Antonio Brufau y su esposa y una quinta pareja, cuya identidad no ha trascendido. Aquella noche, Mas transmitía la sensación de ser un hombre agobiado, que se sentía víctima de todo y de todos y que no veía –según él mismo– cómo salir del agujero al que le habían llevado las circunstancias y las traiciones de unos y de otros. Tenía encima de la mesa la opción, que muchos le habían recomendado, de retrasar las elecciones del 27-S y no la descartaba, aunque admitía el temor cierto de perder esos comicios y también un referéndum independentista.

El todavía presidente de la Generalitat, que culpa a José Luis Rodríguez Zapatero de sus males mucho más que a Mariano Rajoy, temía y teme las reacciones de sus adversarios políticos que intentaron apartarlo de todo con la lista unitaria sin políticos. Mas, sin duda, como le explicaba el bandolero catalán Roque Guinart a Don Quijote antes de ayudarle a llegar a Barcelona, estaba en una situación en la que “aunque me veo en la mitad del laberinto de mis confusiones, no pierdo la esperanza de salir de él a puerto seguro”.

Artur Mas, una vez despedido para siempre Leopoldo Rodés, volvió a sorprender a todos al encontrar una salida temporal a ese laberinto de confusiones, al aceptar la estrambótica opción política de impulsar una lista unitaria con un excomunista, Raül Romeva, de cabeza de cartel, dos activistas del nacionalismo de izquierdas, Carme Forcadell y Muriel Casals, y él mismo en cuarta posición, emparedado por el número 5, su archirrival soberanista Oriol Junqueras. Una salida, desde luego, insólita para un político nacionalista, de convicciones y praxis a mitad de camino entre un liberalismo tímido y una socialdemocracia también templada. Una opción y un cartel que, como ha escrito Francesc de Carreras, habrá desconcertado a ese votante convergente moderado que tantas mayorías le dio a Jordi Pujol y que aunque es nacionalista, ni es independentista ni pseudocomunista. Los grandes éxitos electorales de CiU –varias mayorías absolutas– se edificaron también sobre las cenizas de la UCD desaparecida en 1982 y que en Cataluña tuvo más que una cierta clientela y que está muy lejos de cualquier veleidad independentista y más aún de una izquierda radical a la que la lista unitaria quiere complacer con Romeva, a lo Varoufakis catalán, de banderín de enganche y que quizá tenga más ambiciones de las que admite.

Artur Mas, es evidente, ha vuelto a ganar una batalla y una batalla importante, pero quizá esté más cerca de perder la guerra, no ya la de la independencia, sino la propia suya. Ambiciona pasar a la historia como el nuevo Companys y por eso tampoco le importaría una inmolación siglo XXI, es decir, no violenta, pero no tiene todas las bazas en la mano y sus adversarios son legión. La lista única sin políticos era una maniobra de la izquierda independentista para quitarse del medio a Mas. El líder de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), a costa de triturar a su partido, que era el de Pujol, ha sorteado el primer obstáculo, con lo que ha vuelto a demostrar su gran instinto de supervivencia política. Ahora se lo juega casi todo a una posible pero improbable mayoría absoluta del “Junts pel Sí”. Un escaño menos de esa mayoría puede cambiarlo todo. Significaría, por ejemplo, que sería necesario el apoyo de la CUP para otra investidura de Mas y, en ese caso, podrían exigir su apartamiento para apoyar a otro candidato. Aparece ahí Raül Romeva, que ha dicho que si no hay mayoría –no ha aclarado si absoluta o no–no recogerá su acta de diputado, pero él sí, con su pasado poscomunista, podría ser respaldado por la CUP para presidir una Generalitat hacia eso que llaman la “desconexión”. El propio Romeva lo ha dicho, “vamos a por todas”, y ese objetivo justificaría que rectificara sus palabras, recogiera su acta de diputado catalán y, después, ya se vería. Al fin y al cabo, Junqueras también tiene problemas en ERC, en donde ha dejado de ser una figura indiscutida y ahora parece surgir una oportunidad para apartar a Mas del liderazgo soberanista, aunque tampoco se puede descartar que, una vez más, el todavía presidente de la Generalitat, en su enésimo salto mortal, vuelva a sacarse otro conejo de la barretina y siga adelante y llegue “a puerto seguro”, como le decía Roque Guinart a Don Quijote. Guinart, por cierto, era la versión cervantina de Perot –Pedrote– Roca Guinardo, bandolero catalán que actuaba en la zona de Barcelona, apresado e indultado en 1611 a cambio de servir en el Ejército real de Felipe III y en el que, en 1614, era capitán de un tercio en Nápoles, “en la mitad del laberinto de mis confusiones”.

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