¡La política, estúpido, otra vez! y el poder de la Tercera Cámara

03 / 07 / 2017 Jesús Rivasés
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Las crisis económicas derriban Gobiernos, pero los éxitos económicos y las épocas de una cierta bonanza no garantizan victorias electorales.

Pedro Arriola, el protoasesor de Mariano Rajoy, estudió todos los detalles de la campaña electoral que llevó a Bill Clinton a la Casa Blanca en 1992, de donde desalojó a George Bush, el primer Bush, que con sus éxitos en el final de la Guerra Fría y de la Guerra del Golfo Pérsico llegó a un histórico 90% de aceptación popular y parecía imbatible en las urnas. James Carville, estratega de Clinton, dio con la clave para derrotar a Bush. Carville llegó a la conclusión de que su candidato debería centrarse en asuntos más relacionados con la vida de los ciudadanos y sus necesidades inmediatas y así nació el famoso eslogan “¡la economía, estúpido!”, que colocó en un cartel en el cuartel electoral de Clinton.

Arriola, cuando la Gran Recesión acorraló al Gobierno de un José Luis Rodríguez Zapatero que durante meses se empeñó en negarla, recordó a Rajoy el eslogan de Carville y le convenció de que le llevaría a La Moncloa, como así fue. El líder del PP apostó todo su capital político a “¡la economía, estúpido!” y el tiempo y la perseverancia le han dado la razón. La economía española, en 2017, puede rozar un 4% de crecimiento del PIB, algo que ni los más optimistas hubieran aventurado hace un par de años. La crisis empieza a ser pasado, aunque no todos la han superado igual y muchos hayan perdido algo por el camino. El paro se resiste como el primer problema del país, pero el número de desempleados ha caído en casi dos millones de personas y España es presentada ahora como ejemplo de superación de la crisis en Europa, como acaba de hacerlo en Madrid el comisario europeo Pierre Moscovici, socialista, que aprovechó para entrevistarse con Pedro Sánchez y aconsejarle que mida su giro a la izquierda para “no seguir los pasos del socialismo francés”, laminado en las urnas.

Rajoy está orgulloso de sus éxitos económicos y confía en otro par de años de bonanza como activo con el que el PP –con él o con otro candidato– acuda a las urnas. Veinticinco años después de la estrategia ideada por Carville para Clinton, analistas y expertos no están convencidos de que todavía funcione cuando los vientos económicos soplan a favor. Los votantes españoles dieron la mayoría a Rajoy para salir de la crisis, aunque luego renegaran de las recetas aplicadas que, quizá, no eran las esperadas. Ahora, con menos preocupaciones económicas –o con otras inquietudes, como la calidad del empleo–, los éxitos económicos no garantizan la victoria electoral. Arriola lo sabe y en el PP hace tiempo que algunos ya lo han percibido.

La European Social Survey (SSS), una de las encuestas europeas más completas para analizar las inclinaciones políticas de los europeos, y que en su última oleada entrevistó a 40.185 personas en 21 países europeos, ofrece datos significativos analizados en España por Caixabank Research, el informe económico de Caixabank, dirigido por el economista jefe de la entidad, Enric Fernández. El 51% de los encuestados que apoyan opciones políticas extremas lo hacen por “factores socioculturales y demográficos, como por ejemplo, el valor que da ese grupo a los valores tradicionales, la actitud ante los inmigrantes, la edad o la educación”. Y apenas un 20% apela a razones económicas, algo que coloca en cuarentena, primero “la teoría de que la desigualdad es la principal causa del populismo-extremismo”, dicen los expertos de Caixabank y, segundo, que quizá lo de “¡la economía, estúpido!” ha dejado de ser la receta mágica de Carville un cuarto de siglo después de su invención, al menos entre votantes cuyos principales problemas no son –o no lo perciben– los económicos. Muchos en el PP, pero sobre todo sus adversarios, desde Albert Rivera hasta Pedro Sánchez o Pablo Iglesias están convencidos de que ahora se trata de “¡la política, estúpido!”, otra vez. La prueba del algodón es que todos critican la política económica de Rajoy porque está en el manual, pero cargan las tintas en otros asuntos, como la corrupción, convencidos de que las crisis económicas derriban Gobiernos, pero que las épocas de bonanza –más o menos percibida– no garantizan victorias en las urnas, porque entonces los ciudadanos votan menos con la cartera.

Los éxitos económicos –crecer al 4% es una hazaña– de Rajoy acaban de tropezar con un problema importante, la entrada en escena de la que algunos llaman, por su poder efectivo, la Tercera Cámara: el Tribunal Constitucional, que ahora, por unanimidad, ha liquidado con una sentencia la unidad de mercado español, al fallar contra el sistema de licencia única que permitía que las empresas instaladas en una comunidad autónoma puedan ofrecer sus servicios o vender sus productos en otra sin someterse a nuevas exigencias burocráticas. No ha pasado inadvertida, pero tampoco ha recibido mucha atención. Los magistrados del tribunal que preside Juan José González Rivas sin duda han sido escrupulosos en la interpretación constitucional. Sin embargo algo chirría, porque la sentencia es un torpedo en la línea de flotación de la actividad económica, incluso para Cataluña, que fue la comunidad que presentó el recurso de inconstitucionalidad contra la Ley de Unidad de Mercado, porque ahora los productos y servicios catalanes necesitarán autorizaciones en el resto de España, su primer mercado. “¡La política, estúpido!”, que casi siempre es economía. “O no”, como diría Rajoy.

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