Rociíto vuelve, pero no hará sangre del desmadre familiar

29 / 07 / 2014 Jesús Mariñas
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¡Gracias!

La hija de Rocío Jurado y Pedro Carrasco reaparece en televisión con su entorno familiar convulso por los continuos escándalos. 

Perplejos, con asombro y desconcierto, se preguntan quién habrá malaconsejado a Rocío con la que está cayendo sobre los suyos. No es momento de volver. Podemos aplicarle cualquier refrán, dicho o musiquilla: cualquier tiempo pasado fue mejor –en su caso, no hay duda, pese al tropiezo o emperramiento matrimonial con Antonio  David– o también el animado ¡Qué tiempo tan feliz! con el que la presuntamente reenamorada María  Teresa  Campos –que leyó oración fúnebre por Carmen  Hornillos, doloridos allí estuvieron desde Poty a Rosa  Valenty– rompe audiencias en su cadena, donde no se lo pueden creer y cada week-end se restriegan los ojos ante el seguimiento de una audiencia que busca la nostalgia amable que igual recupera al cómico y todavía apuesto Bigote  Arrocet –ojo con él, dará que hablar– o Paco  Arévalo que recoge los veinte kilos perdidos por Falete –falsete... ¡llegó a pesar 120!–, el éxito chistoso que ya no canoro de Bertín  Osborne o los éxitos actuales de Ricky  Martín, reclamo principal del Starlite de Antonio  Banderas en Marbella.

Parece que a primeros del agosto en puertas este último rehuirá rueda de prensa para no detallar, contar y airear qué lo motivó a separarse de la incorregible Melanie tras l8 años de felicidad mantenida o aparente. Cosas de Hollywood. Ellos componían ya la tradicional propaganda estival costasoleña, cartel de reclamo turístico de una carísima zona que antaño contó entre sus vecinos con los duques  de  Windsor, Lola  Flores y su troupe (allí se casó Lolita en boda que está en los anales por lo que supuso de verbena), el bailarín Antonio, luego repudiado no por homosexual sino por contar de más sobre su relación con la duquesa Cayetana, a quien siempre gustó un tipo masculino atildado pero ambiguo –Aguirre, el Alfonso arrancador de suspiros–, Deborah  Kerr y sus minas del rey Salomón, el mismísimo Sean  Connery, oo7 dominado por la mínima Marilyn; ya no digamos el príncipe  de  Hohenlohe, creador de tamaño emporio turístico o una exemperatriz Soraya a quien anunciaban como Su Alteza Imperial como correspondía a su estatus, y allí, humorísticamente a la vista de lo ya habitual, la rebautizaron como Su Alteza Imperial Cune por cómo le gustaba el tinto.

Era una sucursal de la auténtica jet set luego redondeada con Khassogy y la espectacular Lamia. Impresionaban en su yate con letras de oro macizo que provocaba colas expectantes en Puerto Banús (aún dominio de los Vidiella), o el rey  Fahd, esperado cada verano como maná árabe porque proporcionaba 2.000 puestos de trabajo. Se instalaba con toda su corte copadora de plazas hoteleras y el monarca se aislaba en un palacio que se mantiene vacío pero desafiando al tiempo. Banderas y su segunda esposa por gancho, la primero lo esquilmó cuando se afianzó como estrella mundial. Se conserva sencillo y próximo. Siempre lucían perfectos, modélicos, impecables de estampa aunque la procesión fuese por dentro –en procesión repleta de pendones–, donde no fallaba una cacería permanente, molesta y espantadora a las puertas de su casa en Los Monteros con salida directa a la playa –entonces alteraban la ley de costas ahora restablecida–. Anteriormente había sido de Encarna  Sánchez tras una componenda de Jesús  Gil que antes intentó endosársela con engaño al insobornable Antonio  Herrero. Me cuesta creer que Banderas evite, rechace o enmudezca silenciando sus motivos divorciadores. Es un estilo evasor que no le pega, siempre dio la cara.

Recuperar el tiempo perdido.

Algo que rehúsa Rocío  Carrasco, enmudecida al recuperar el tiempo perdido incorporándose como una más a la tertulia, debate, laberinto o silencios televisivos de Hable con ellas, siempre escandalizando por el muy experto David  Lapera, que lo es y lo demuestra. Ro –así la llamaba su madre, inolvidable Rocío  Jurado, que de menuda se ha librado– cubrirá la baja de Natalia  Millán, que tampoco se hacía notar salvo en sus estudiadas posturas de elegante bastante distante del poco discutidor entorno periodístico al que ahora vuelve la, en tiempos perseguida, “hija de su madre” y del buenazo Pedro  Carrasco. Es otro inolvidable en la prensa del corazón entonces no tan separada del famoseo como actualmente. Existía “cuerpo a cuerpo”, relación, complicidad y hasta cariño en lo actualmente convertido en desalmado mercadeo donde venden o compran hasta sus orines.

Mal tiempo para tornar, y más teniendo en cuenta cómo está su gente: el padrastro Ortega  Cano cumpliendo en Zaragoza nueve meses de cárcel por la muerte accidental de Carlos  Parra, momento en que el torero conducía sin control. Al cartagenero le han denegado hasta cuatro solicitudes (¡cuatro!) de indulto. Pagará caro tal exceso, doble o igual que su adoptado José  Fernando, que sigue dando tumbos tras negarse a seguir con Pepito, el Marismeño, una rehabilitación que le ayudó a obtener su excarcelación con promesas que no cumple. Va de mal en peor. Y hay que añadir la ruptura de la dulce pero irreal imagen que mantenía su hermana Gloria  Camila tras mantener a medianoche una pelea a bolsazo limpio –imagino que iría lleno para acentuar su contundencia– en una estación de metro. Destrozó la ficticia aura angelical que la rubita de frasco nos había vendido. Fue camelo y gitanería en la que embobados caímos todos sin entender por qué Rociíto no se relacionaba con su hermanastra colombiana y no escondía prevención ante José Fernando.

Sabía lo que había, conocía el percal y ni aun con Rocío viva –ahora se han cumplido ocho años de su muerte– y presionándoles proximidad fraternal fue una familia unida. Y hay más: Rosa  Benito divorciada de Amador  Mohedano, algo impensable por imposible cuando la sipionera encabezaba el clan donde no permitió desmanes más allá de las tropelías administrativas de su hermano varón. Amadó hizo y deshizo, cobraba extras por entrevistas (dicen que por 15 millones de pesetas vendió a su hermana vistiéndose de novia en Yerbabuena al casar con el matador, que también permitió el demoledor vídeo de “estamos tan a gustito” con Ortega ensopado, estafó a sus empleados sin pagarles Seguridad Social y le embargaron las oficinas)... Resumiendo: mantenía a su hermana y mantenedora en un ay inacabable y temeroso que luego heredó Rosa, a la que dejó pufo con Hacienda de más de medio millón.

Si la Jurado levantara la cabeza...

Este es el abrupto terreno –¡vaya tela!– que Rocío Carrasco retoma, con la Moraleja en que se crió y la Yerbabuena como recuerdos nostálgicos perdidos en el tiempo. ¡Si Rocío madre levantase la cabeza! Donde tenía aladares siempre bien afeitados para que apareciese con frente más despejada. Mejor emular su aprendizaje con el padre Apeles, al que se comía televisivamente, o las lecciones magistrales al lado de María Teresa Campos y Paco  Valladares en aquel “tendedero” matinal guionizado donde ponían la actualidad de chupa de dómine. Sabe lo que hace y nada detalla de este inexplicable volver (un volver que es ya más lloriqueante tango que ranchera con todo en contra). Su reaparición genera especulaciones, supuestos que van desde cuestionarle el patrimonio a comprensible tedio doméstico mantenido impecablemente durante una década. Imaginan de todo, pero ella no venderá su intimidad como lo hizo y aún hace su tía, Amador y la parentela adosada, incluyendo al padrastro encarcelado o la rolliza y cachonda madrastra Raquel  Mosquera, otra que tal baila y solo hay que verla menearse con su recién estrenada y exótica nueva pasión cegadora.

 

Ro ni se relaciona, le van las peluqueras como adosadas. Tiene más cabeza, aprendió mucho con Fidel, sabe callarse y contenerse y es la única que sigue respetando la memoria y leyenda de quien se creyó “la más grande”, y ahora es empequeñecida por su dislocada prole. Parecen confabulados en una singular venganza, que tal impresión dan.

Y lo comentaban ante Cayetano  Rivera, también en sarao bastante melancólico, a la recherche de tiempos mejores, solo faltaba ver en su entorno la figura casi familiar de el  Duende, renegrío matador venezolano que los crió en Ronda protegido del abuelo Ordóñez tras encandilarlo con sus desplantes en Maracaibo. Tiene para descubrir historias para no dormir. Pasmarían y romperían mitos. Nunca lo hará. Acrecentó la familia y fue, es, confidente y apoyo leal, siempre a la sombra, un fantasma más de los que vagaban por el antiguo, sombrío y céntrico palacete madrileño de los March, aún en litigio. Presentó Yo, Niño, fundación colaboradora de Aldeas Infantiles que Caye impulsa, mantiene y patronea. Montó cena de gala exigiendo etiqueta en atardecer bochornoso. Regaló desde Fórmula-1 con Alejandro  Agag y comidas con José  Andrés, cena con Roberta  Armani a la que prendó en tiempos y hasta acoso y derribo con su hermano Fran, que en eso es imbatible, como irá descubriendo su segunda esposa. Eugenia tardó bastante en enterarse.

¡O tempora o mores!

Todo resultó evocador. No faltaban testigos de tiempos mejores para un entorno como de casa embrujada donde hace veinte años retozaron –o tal difundían morbosos la Naty  Abascal ya sin ducado y el siempre despistador Manuel  March. Más claro, valiente y desafiador de convencionalismos era su culto hermano Juan con un Marcello luego despedido tal si fuese criado y no un italiano guapo, amante complaciente y entregado. Los conocí bien en su finca mallorquina de Deia, donde Adolfo  Marsillach con amante a cuestas no quiso cenar si yo estaba a la mesa, y como buen anfitrión, Juan lo puso en la puerta. Era un auténtico señor, recordé ante la engolada Carmen  Lomana repitiendo el recargado vestido blanco ya visto para homenajear a la alcaldesa de París, cuyas enormes rodillas no son las históricas de Mistinguette. Aún se comentan en la Villa y Corte, así Anne  Hidalgo pisa tan fuerte.

Fue buen contraste a la sencillez de Laura  Sánchez, siempre luminosa con traje turquesa que pedía lucir la enorme aguamarina que Lola  Marceli llevaba de envidiado pendantif frente a las excesivas gasas florales de Lourdes Montes, ya muy crecida sin ser duquesa, con Fran Rivera todo cabeza –¿cabezón?–, opuesto en porte de patricio romano al sí elegante hermano pequeño. Samantha  Vallejo  Nájera lo hacía enrojecida y aupada convirtiendo a Colate en su “hermano” porque voladiza es la fama. Carla  Royo, con talante más chic y con tirabuzones hechos por ella los exhibió sobre granate palabra de honor de un Josep  Font más auténtico que los que ahora crea por encargo y los convierte en una especie de quinteriano “jardín floreciente, el de la risueña fuente”. Son cursilerías con las que pocas se atreven, igual que los receñidos poco clásicos de la bipolar María  León o el casi legging en restallante lamé dorado de Marta  Robles para el desfile callejero que con 28 diseñadores Tolva repitió en la plaza de Colón.

Más cómoda y provocadora se vio en shorts de ante a Mónica  Hoyos, que marcha da vacaciones peruanas “porque Carlos (Lozano) vuelve y se queda con nuestra hija Luna”, me contó cerca de Cary  Lapique intentando sentar de vip a su hija Caritina, que hincha y desengorda según paguen. Diego  Osorio que se lo montaba, y se notaba, con Cósima  Ramírez, la rompedora hija de Pedrojota y Agatha, llamativa en amarillo con enormes lunares. Juncal parecía arrancada de algún figurín con pelo corto sobre acampanado gris de Zara; Fiona  Ferre asombró por bronceado y Mónica  Martín-Luque empeñada en recuperar –seguimos proustianos– el tiempo perdido como sufridora nuera (¡lo que me ha contado!) de Pilar  de  Borbón y su hijo tan baranda. Eso es otro cantar y distinta family. Dejemos que don Juan Carlos siga en paz y tranquilidad dejando a Felipe y Letizia la pesada carga de animar Mallorca –la veré y creeré– como es tradición en real paripé que tan unidos nos vendían.

Grupo Zeta Nexica