Preysler y el Nobel pasean su amor

22 / 09 / 2015 Jesús Mariñas
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Mario Vargas Llosa y la Reina de corazones hicieron su primera aparición pública en la inauguración de la tienda de Porcelanosa en Nueva York. La pareja eclipsó al resto de las estrellas invitadas al evento

Increíble pero cierto: emparejados y presentando al mundo desde Nueva York su historia de amor Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa enloquecieron más que Richard Gere, Sara Jessica Parker y acaso con la renacida Penélope Cruz, que expone su dinero en esa difícil nueva película estrenada en Madrid. Impactó por papelón y su cambio cuando nos tiene acostumbrados a ir descuidada igual que Bardem. Olvidado su fracaso con Cristiano vi impresionante a Irina Shayk, más afable desde que rompió con el siempre malhumorado que tiene las cejas mejor depiladas del fútbol mundial.

El amor real, vivo e imagino coleante se impuso a la gran pantalla y eso que el remaduro Gere, ya no galán de blanco melenón aleonado, no pasa desapercibido mientras el increíble prototipo de Sexo en Nueva York pierde mucho en la distancia corta. Aumenta su vulgaridad y fe de ello dan quienes hace quince días la vieron por Ibiza con Diane von Fürstenberg, donde no dejaron de cenar en El lío porque les advirtieron que no se les ocurriera meterse en el carísimo tapeo de los hermanos Adrià. Sara es un milagro de la ficción que embellece donde no hay. Encima, prepotente, segura de su idealización, impacto y físico de Barbie Superstar –ahora sacan una de Letizia vestida para visitar a Isabel II–,
 se enfundó en un dorado traje brocado de larga falda que recortaba más su escasa estatura. Solo le faltó la varita de hada madrina en olor de entusiastas multitudes, igual que en Madrid reapareció físicamente mejorada y de gala con tul en lunares Penélope Cruz, que en Ma ma se las tiene que ver con un barbudo Luis Tosar.

La madre de Enrique Iglesias. En la gala Porcelanosa Isabel fue presentada desde el escenario como “la madre de Enrique Iglesias”. Ni una palabra de Julio, el primero de sus hasta ahora tres maridos, aunque el novelista lleve camino de ser el cuarto. Andan en ello ya vísperas de cumplirse el año de la muerte de Miguel Boyer. Chocante: el día que la Gran Manzana entronizó a la Preysler moría Elena Arnedo, primera esposa del superministro Boyer y madre de sus hijos mayores Laura y Miguel. Fue un gran escándalo político en su tiempo y él dejó la vicepresidencia “por el amor de una mujer”. Casualidades de película, a ningún guionista se le ocurrirían por inverosímiles. Pues ahí están, y José Bono vivió todo el mar de fondo, el cabreo o indignación de Felipe González. Supo los entresijos y alguno revela en sus dos tomos de suculentos diarios. Solo le queda escribir el repaso a su aparente matrimonio. Acaso nunca lo haga respetando pacto de no agresión con su exAna Rodríguez. Está con más pelo aún, joven, delgado, siempre animado, quizá porque le sonríe la vida como no sucede con un Julio débil que nunca triunfó en Estados Unidos salvo entre el público latino. Cuánto español rondaba el Empire State luciendo camiseta y bermudas, porque estábamos a húmedos 40 grados. Hubiesen necesitado los divertidos biquinis que Laura Sánchez presentó en el Avant Fashion-Week ante Raquel Bollo rayada, Arancha de Benito encuerada, Óscar Higares morenísimo y un blancuzco Luis Medina trajeado como para boda. Vio su error de presunto chic y salió pitando, quizá soñando con la bien pagá fiesta neoyorquina. Gustó Rocío, la hija modelo de Carlos Herrera. Durará.

Marcando estilo. Restallante, Isabel estuvo luminosa, estática, señera, imperturbable y gozando su impacto. Marcó estilo con un vestido corto de Alfredo Villalba reemplazando el de Óscar de la Renta previsto “porque hay que promocionar lo nuestro”. Era regio –algunos lo encontraron excesivo–, bordado en pedrería plata, espalda y costados con aplicaciones de encaje negro. Aligeraban el conjunto como los bailones pendientes de cinco pisos en brillantes, lo mejorcito del Rabat barcelonés que promociona tras sus años publicitando lo menos llamativo –generalmente perlas– de un Suárez menos actual. Irina, sin embargo, remarcó su figurón con esmoquin blanco de pantalón también rematado con coletita sin exhibirse sexy como suele últimamente, ya sin la censura del celoso merengue.

Alfonso Díez, en gris medio, aún no supera lo de Cayetana, le cuesta menos a Isabel, más fuerte y acostumbrada. “Cayetana deseaba estar aquí. Colonques la invitó hace un año, al casar en Villarreal a su hija. Durante el vuelo no se me iba de la cabeza la ilusión que tenía ella con este viaje. Pensábamos alargarlo, ya ves”.

“¿Cómo está con la familia?”.

“No hay relación ni entiendo por qué no me tratan”, reconoció el duque viudo, que nunca fue ostentoso como Jesús Aguirre, ante un envejecido Tomás Terry al que se oscurecieron sus antaño llamativos ojos azules siempre trincando. Por la noche enseñó a Díez lo que no está al alcance de cualquiera. Es un experto incluso apoyado en su bastón, de los peligros neoyorquinos. Vivieron, y no sé si hasta bebieron, la noche. Los vieron amparándose en un Cayetano Rivera preparando enlace –¡por fin!– con Eva González y en estado de gracia tras su apoteosis en la goyesca de Ronda. Su gesta fue un “levántate y anda” parejo al elegante José Mary Manzanares, tan buena gente como el segundo.

Gran aficionado a nuestra vapuleada fiesta nacional, y frente a Cayetano en la mesa, indagó un preocupado Vargas Llosa: “La Fiesta está perdida, nos van a echar”, le aseguró Finito de Córdoba alisando su corbata de seda color albero junto a una Arancha del Sol radiante con un diseño de Juana Martín con el puño derecho de andaluces volantes a juego con la falda, dejando al aire el hombro izquierdo. Españolizaron a su modo como Manolo Blahnik presentando libro de arte con “sus obsesiones”.

Carolina Herrera, de sí misma: también de blanco y gris con enormes pendientes de perlas émulas en tamaño y forma de la Peregrina. Un peso comparable a las esmeraldas de Nuria González de Escada de delantero en distintos cuadrados plata y dorado. Una supermaquillada Nieves Álvarez de oscuro y floreado Elie Saab prestado a medio muslo cerca del joven marqués de Murrieta. Finito con Enrique Ponce y Manzanares forman el trío de matadores mejor vestidos perdida la prestancia de Miguel Báez, que en tiempos pretendió a Eugenia Alba, pese a vivir la moda con su esposa Adriana Carolina, cuya madre estuvo a la diestra de Manuel Colonques, nuevo creador de lo que ahora “embellece nuestros mejores sueños”, como dice el eslogan de la ya mundial firma azulejera.

Es un edificio de 1919 rehecho por Foster habilitando sus ahora despejadas –desplazó el ascensor a un extremo– cinco plantas en un interior mediterráneo con mucho de loft. A fin de cuentas, es New York, subrayó Luis Galliussi. Frente a la formalidad del esmoquin blanco de Lorenzo Castillo, impuso un descaro daliniano llevando camisa de gala con pechera multiplisada sobre alpargatas de lo que definía como “animal print”. Divirtieron bajo su azul rayado tan clásico como el del embajador Costos y su repeinado marido.

Un albariño Pazo de Barrantes 2013 acompañó la langosta con mango y puré de albaricoque mientras el tinto reserva Igay 2010 sirvió para digerir el gordísimo filete Mignon con polenta. Remató –o casi fulminó– un pesado New York cheesecake de almendra y jarabe de caramelo que Isabel ni probó. No sirvieron pan, está mal visto. Isabel evita esas tentaciones, pero no evita mirar derretida a su Nobel de cabecera, ni Mario cogerle y apretarle la mano tal entregado veinteañero, los ojos chispeando sobre sus enormes ojeras y menos reservado que cuando estaba con Patricia.

Cómplices y felices. Atento y pendiente, cuida, mima, admira y adora. Cuando Isabel fue llamada a glosar sus treinta años con la firma en compromiso más firme que con los esposos
 –Julio, con el que casó embarazada de ocho meses; el marqués de Griñón, el que menos duró; y Miguel Boyer, que fue el que más duró–.

Leyó en inglés y español 15 líneas con perfecta dicción. Observé que cual las consortes con los reyes, Mario va medio paso atrás. Alucinaron los 700 invitados bajo imponente carpa con mesas de 40 comensales adornadas con liliums y orquídeas elogiados por Chelsea Clinton, que, como la modelo brasileña Giselle Bündchen ocupan áticos vecinos en la carísima y arbolada plaza.

Todos salieron embobados de vivir tan de cerca tan evidente entendimiento y riendo malvados porque, con una tableta de chocolate, les entregaron de regalo Memorias de una niña mala. Es libro escrito hace años por el reenamorado no sé sabe si intuyendo lo que algún día pasaría. Los hay con vista. Mario lo veía claro.

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