Ortega Cano aprovecha la cárcel para escribir sus memorias

20 / 01 / 2015 Jesús Mariñas
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En prisión, donde le sobra tiempo, el matador recupera recuerdos y va gestando unas memorias que, si se abre emocionalmente, pueden resultar apasionantes.

La celda como regeneración y hasta inspiración, bien lo supo Oscar  Wilde cuando, penando, escribió su Balada de la cárcel de Reading. Una postura y cordura ejemplares las del matador cartagenero, a quien el penal sirve de estabilizador mental incluso expiando la muerte –nunca asesinato como pretenden– de Carlos  Parra. Un accidente que no buscó, quienes conocemos a José sabemos de sus buenos sentimientos, que cautivaron a una Rocío  Jurado ya cincuentona que le llevaba ocho años como en su época joven Enrique  García  Verneta (también tenía más edad), el conquistador valenciano cuñado de la eurovisiva Salomé. Fue el hombre de su vida y él suele contar: “La víspera de casarse con Pedro  Carrasco –otro santo varón–, ella me dijo que lo dejaría todo si yo volvía. Le dije que era una locura”. Ortega supuso para ella estabilidad, buena imagen y la culminación del tópico de folclórica y torero. Fue reposo parcial a veces alterado con enormes voces y broncas. Se decían de todo y merece ser descrito. Se sabe que ella lo rebajaba con el mismo insulto que, siendo tan distintos, lanzaba a Carrasco. Él respondía con de vieja para arriba.

Lo alternaban con tranquilidad y aburguesamiento social, también inquietud en las tardes de ruedo y angustia que la Chipionera pasaba a pie de cama si la herida imponía hospitalizarse. Así lo hizo en entrega total tras la casi mortal cogida en Cartagena de Indias, donde acabó de conquistar a soltero tan reacio al sí, quiero que había mantenido historia, que no lío, de casi 15 años con Marta  López  Brea, una experta en el negocio inmobiliario con opulento negocio propio en los mejores tiempos de la operación ladrillo.

Un permiso de seis días.

Tras un permiso de seis días, el penado volvió a la cárcel que en su quietud zaragozana casi supone lo que el inmediato monasterio de Beruela fue para el romántico Bécquer. Paz, retiro –¡a ver, no queda otra!– y capacidad creadora. Allí, mucho ora et labora, la oración lo sostiene como la decisión de Ana  María  Aldón de dejar sus dos fruterías sanluqueñas para estar a su lado y consolarlo de cerca. Con su pequeño de 2 años, animosa montó piso en la capital donde Juan  Alberto  Belloch es alcalde en dilatado periodo que no piensa repetir. Tras la imagen nueva, reteñido y negrísimo el pelo, antes blancuzco, más gordo, cálido, nada tirante o histérico y sin evidencias físicas de su afición a la ginebra, salió del presidio con más pinta de llegar de un balneario que de ocho meses enchironado. Habrá que considerar pasar una temporadita a la sombra, verlo anima. Allí, donde le sobra tiempo, va gestando y recuperando recuerdos cara a unas memorias que, si se abre emocionalmente, pueden resultar apasionantes. Podrá resucitar sus tiempos mozos vendiendo fruta en un puesto portátil de la Puerta de Sol, los años del hambre, el deseo de prosperar y la piña que componía con sus hermanos, que están siempre al quite.

Fue flechazo al principio más admirativo que amoroso al conocerse en la consulta del doctor Claudio  Mariscal que los atendía. Su puesta de largo fue un 20 de agosto en la reposición de Azabache, fallido espectáculo a mayor gloria de la españolada eterna con Imperio  Argentina, Nati  Mistral y Juanita  Reina. Supuso el mayor despilfarro incontrolado de la Expo-92, donde Felipe  González se gastó lo de todos nosotros. La remadura pareja empezó a tontear en romance nada anónimo. Luego Antonio  Burgos lo hizo copla cantada por Rocío en “Ortega Cano en la arena, vaya faena...”.

Todo lo contará Ortega, como las objeciones de su madre y hermanos a la blanca, larga y tan bien acentuadora mano de Rocío. Eran más partidarios de la paciente, y supongo que desesperada, Marta López Brea, que, enamorada y prudente durante una década, aguantó con todo. Apenas hay fotos juntos, tal era la discreción, y Rocío fue ese cómplice contrapunto que ansiaba el matador. Él se embaló llegando a un multitudinario enlace en la Yerbabuena estrenada para tal evento con juerga de 24 horas para 2.000 invitados. Marcó época, quedan los detalles de cómo traicionó Amador  Mohedano vendiendo a su hermana vistiéndose de novia –parece que pagaron 15 millones de las entonces pesetas vigentes–. Hay mucho por descubrir de lo vivido y bebido en ese cortijo serrano comprado a Espartaco y escenario del “estamos tan agustito...”, hogar donde en vez de los seis huérfanos previstos en principio en su ansia paterna solo adoptaron a Gloria  Camila y José  Fernando “que logrará salir de la adicción”, le han dicho los de la López Ibor a su padre. Compitieron con Rocío  Carrasco y ahora no se hablan repitiendo lo suyo con la hija que tuvo con Antonio  David. Renovaron dando confort a Yerbabuena gastando un dineral para criar su propia ganadería. Es el objetivo final de todos los grandes del ruedo. Muerta la Jurado y con su hermana Gloria rebajada vendiendo entradas para visitar la finca como si fuera Disneyland, llegaron el descalabro y la descomposición familiar culminando en el accidente mortal que lo mantiene encerrado, aunque dentro de nada alcanzará el tercer grado y este año disfrutará de otros cinco permisos. Quizá Ortega aproveche para casarse con la en principio repudiada Ana María.

Y como hasta el día de San Antón Pascuas son, seguimos con las buenas intenciones: felicidades a Miguel  Poveda, que será padre usando un vientre de alquiler en California. El máximo nombre de la actual canción española pagó 60.000 euros y sigue el camino iniciado por Bosé, Kike  Sarasola -ya con parejita- o Ricky  Martín.

Y dentro de las congratulations, muchas merece otra mujer de empuje, valor y entereza. Multimillonaria de lo más humilde al aire de Esther  Koplowitz, el mismo coraje: a los 11 días de comunicar su separación un mes antes del tercer aniversario matrimonial, Marta  Ortega celebró su 31 cumpleaños. Echó el pazo familiar por la ventana desterrando cualquier rumor de abatimiento o tristeza, todo lo contrario. Y así lo confirmó verla recibir optimista a 200 invitados –casi todos llegaron en autocar desde La Coruña a Cambre– sin resquemores al escenario de su boda. No teme a los fantasmas nostálgicos y desde el presidente Núñez  Feijóo al de Inditex comprobaron que “se ha quitado un peso de encima”. Ainhoa  Arteta le cantó achispada el “feliz cumpleaños” y sirvió cena degustación Albert  Adriá. Fue memorable y contrastador, algo del todo imposible en el montaje matrimonial de Alberto  Isla, otro parásito del árbol pantojil, casi cinismo a dúo. Es el veinteañero padre del hijo de Chabelita  Pantoja. Sorprendió con una boda motivada por el trinque de 20.000 euros que no llegó al mes. Casados y ya separados vía exprés. Ya están cada uno por su lado, mientras ella busca porvenir televisivo en los madriles.

Premios de cine.

La reencontré ilusionada, como a los 17 candidatos a los premios Goya mientras los Forqué suponen pórtico, igual que los Globos de Oro a los Oscar. Son pronóstico, vaticinio y esperanzas. Destaca La isla mínima con nada menos que 17 candidaturas, compite casi en argumento y posibilidades con El niño con un voto menos. Blanca  Suárez y Marian  Álvarez presentaron las ternas en lo que fue primer photocall de 2015. La isla mínima y El niño intentan ser lo mejor del año. Compiten como mejor película mientras el gran Ricardo  Darín, que pronto vuelve al teatro español, aspira al Goya de actorazo, el galán revelación para Jesús  Castro, en los noveles Macarena  Gómez, que desea el galardón aunque le llena más estar en estado de buena esperanza. Igual que Elena  Anaya, María  León opta a ser mejor protagonista y la brusca Yolanda  Ramos, que no se luce en Hable con ellas, quizá consiga lo de artista revelación tras toda una vida arrastrándose por los escenarios. Curiosamente, tras batir récords de taquilla, Ocho apellidos vascos –que me recordó el cine de Mariano  Ozores– apenas logra menciones honoríficas. En los Forqué, entregados la misma noche que el Balón de Oro, destacó Carmen  Maura, antigua musa de nuestro cine. Saludó de lejos al productor Almodóvar, muy encorbatado.

Estaba pendiente del estreno londinense de un musical sobre Mujeres al borde del ataque de nervios ya visto en Broadway, donde fracasó. Lo han rehecho. Maura llegaba de París “donde acabé dos películas mientras aquí no me llaman”, le comentaron que todos los corresponsales extranjeros la citaban al evocar el filme: “Por algo será”, y sonrió enigmáticamente sin aclarar cómo sigue con Pedro. Observaron los apuros de Ana  Álvarez con el forro de su falda roja, se le encogía y enredaba por detrás. Acabaron rompiéndolo, y se estiró. La anécdota provocó risas en la siempre seria Elena Anaya, que hizo trabajo destacado y se marcó un completo de Armani con ancho pantalón de payaso bajo chaleco de perlas mientras India  Martínez relucía bajo lentejuelas, lo mismo que la deliciosa Macarena  García –lo mejor de la casi inédita Blancanieves con la enorme Ángela  Molina–. Lo recordaron cerca de Pepe  Sacristán, devoto del cuello mao y a su doctrina, ufano “porque ha sido un año de buena cosecha de cine español”, exaltó ante Enrique  Cerezo, todavía cariacontecido por el 3-1 del Barça-Atlético. Recibió pésames ante Ricardo  García al que, incluso barbudo, encontraban parecido con Ricardo Darín, anotaron los aireados riñones de Nerea  Barros o el aire griego en la túnica de Belén  Rueda, tan impactante como la cursilona diadema principesca de Blanca Suárez. Mientras, comentaban el corte de mangas que el cubano Rubén  Cortada hizo yendo en bici a unos paparazzi que lo seguían. Gracias al revelador gesto vendieron las fotos.

Madrid se reorganiza tras el enorme paréntesis –un parón de quince días– navideño. Y no dejan de comentar enfatizando cómo Letizia rompió moldes y refuerza personalidad en su primera Pascua Militar de reina consorte donde, revestido de azul marino como capitán general de la Armada, Felipe  VI leyó perfectamente su discurso. Letizia se mostró tensa salvo cuando, rompiendo el protocolo vigente, cogió dos veces del brazo a su regio marido. Desde la Pascua de Carlos  III no se había visto nada igual. Fue al acabar la parada militar y abandonando el Salón del Trono.

Marcando estilo.

Marcó estilo desde su frío traje-túnica azul petróleo con bordados laterales reciñendo su envidiable –¡y envidiada!– figura de maniquí. Ni una joya animándole el cuello caja. No recordó el estilo más protocolario y clásico de su antecesora, la reina  Sofía, que repetía bajo sus emblemáticos trajes de chaqueta cerrados hasta el cuello, hechos en un brocado dorado muy acorde con las alfombras de la Real Fábrica bajo los tapices Aubusson, que entibian los fríos altos techos del Palacio de Oriente. Victoria  Eugenia siempre se quejaba del aire glacial de sus pasillos. Repasan, cotejan y confrontan a una y otra reina sin entender que son dos estilos que corresponden a distintas generaciones. Hora es de que se enteren.

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