La Campos descubre que su amor es erótico
La relación entre la presentadora y Bigote Arrocet le ha devuelto la ilusión, que parecía perdida.
Anda como niña con zapatos nuevos, lo que corresponde a quien los expertos de Elda eligieron la mejor calzada de España. Vestirse por los pies es una obsesión, casi vicio. No la oculta y sus estivales desembarcos marbelleros asombran porque lleva hasta cuarenta pares –calidad y variedad, en eso radica el buen gusto– para ponérselos solo en agosto. Suponen un aplaudido alarde renovado cada fin de semana en su Qué tiempo tan feliz, ya más que evocadora ilusión, que se ha hecho realidad con Bigote Arrocet. Cuando ya parecía jubilada para reenamorarse, su hoy ya estabilizado amor sigue ocupando portadas ante aplauso, respeto, cariño y admiración entusiastas. Le devolvió la ilusión que parecía perdida y está bien reflejada en su nuevo libro Amar, ¿ para qué?, que casi es lamento o suspiro. Lo presentó rodeada de expectación morbosa al punto de tener que añadir treinta sillas en la rueda de prensa. Tanta expectación levantó. Lo que en las páginas parece más desesperanza reflexiva que ilusionada tiene un epílogo –que añadió a última hora ante cómo cambió su ritmo cardiaco– “porque en el amor nunca hay que tirar la toalla. Ya me veis”. Más explícita fue con su amiga y antaño competidora Ana Rosa, también con Jorge Javier, al que dio la primera oportunidad televisiva porque siempre tuvo ojo para olfatear futuras figuras. “Edmundo y yo hacemos cositas como cualquier enamorado”, dijo.
Conmigo fue más explícita, acaso tranquila por nuestra vieja complicidad profesional. No anda con medias tintas. Al pan pan y al sexo sexo: “No es para nada un amor platónico sino una gran compensación con equilibrio romántico y erótico. Que todavía no estoy para el carro de la basura, aún doy mucha guerra”, me dijo riendo.
Una pareja compenetrada.
Dio marcha atrás en su propósito de poner a la venta su casoplón de las afueras madrileñas que ideó enorme para compartirlo con sus hijas Terelu y Carmen: tiene dos piscinas, una de invierno y otra de verano, varios salones, ocho habitaciones, un inmenso guardarropa donde acomoda modelos según la estación –adora los floridos Dolce&Gabbana, Valentino y Escada– y un enorme jardín cuyo cuidado y mantenimiento le cuesta un riñón. “Edmundo y yo estamos disfrutando mucho la casa”, afirma. Están tan compenetrados que hasta se han resfriado juntos.
“Él está obsesionado con el calor porque es muy friolero, por eso le gusta Canarias. Se abriga mucho, incluso dentro de casa, y debió de descuidarse al salir fuera. Ahí lo pilló y estuvo tres días en cama”, me comentó mientras en el bautismo de este casi manual sobre amor-desamor aseguró: “Nunca he sabido dejar a otra persona. Yo no tengo genio sino pasión. Entiendo que el desamor genera una experiencia mágica”.
Eso y más, experiencia no le falta tras su matrimonio de veinte años, y catorce unida con el por todos añorado Félix Arechabaleta. No es mujer de caprichos ni amores pasajeros. Le gustan firmes, rotundos, compartidores, leales y estimulantes. Así entiende el amor.
“El amor está sobrevalorado, pero yo no escribo desde el pesimismo. Edmundo se ríe de lo que escribo: amar nos da los momentos mágicos de la vida. Las mujeres somos más valientes y nunca dejamos una relación con la excusa de que vamos a por tabaco. Es mejor romper que mentir. Claro que las mujeres hemos engañado mejor, aunque nunca he tenido vocación de ser la otra”.
Hizo votos públicos suspirando hondo para que “con Edmundo remate mi vida sentimental. Ojalá, aunque lo ya vivido ha valido la pena”. Todo un mensaje alentador para las nuevas generaciones que empezaron el otoño casi invierno. Lluvia y frío llegaron de pronto tras un otoño que pareció verano con 30 grados diarios. Fue oportunidad para unir a Joaquín Torres –que toca madera al hablar de televisiones tras ser masacrado indumentariamente por los horteras de Cazamariposas y por eso dejó Sálvame–, Carmen Chacón, la combativa Aguirre y Enrique Sarasola, elegido mejor empresario hotelero, casi equiparable en sus Room Mate a la cadena NH, que transformó su histórico Eurobuilding sede en oferta gastronómica madrileña con más estrellas Michelin: allí están desde Paco Roncero a Diverxo, o el japonés más sofisticado. Resulta compendio de cocinas. También aunaron las innovaciones de Sergi Arola, el estilazo ya afinado de Laura Sánchez –más modelo que actriz, ojo, no confundamos–, la batuta orquestal de la guapa Inma Shara, que encandila a Luis María Anson incluso sin orquesta, o los esfuerzos de Rosa López, quizá añorando aquella gordura que le dio fama. Eugenia Martínez de Irujo mostró hombro perfectamente pulido para recoger de Enrique Solís –que sigue deshojando su ambiguo lo que sea con Tamarita Falcó– buen premio Garnier para su fundación Pequeño Deseo.
Ocasión para comparar una y otra por mantenerse, no hay color: lo que la duquesita de Montoro tiene de seductor y brillante refinamiento, la nueva tan grisácea ni lo huele en su medio pelo provinciano. E iniciada la carrerilla distinguidora, los de Men’s Health lo hicieron convocando a lo grande: reapareció luminosa Amaia Salamanca, a quien ser madre la humanizó y quitó hosquedad, algo todavía mantenido y por la prensa padecido con Jesús Castro. El veinteañero galán andaluz revelación de El Niño está por ver si repite y mantiene su boom de inexpresivo guaperas asustadizo. El gran Miguel Poveda, la mejor voz de la copla, incluso catalana, fue el único con esmoquin mientras Jorge Fernández exhibió elegancia casi british y Úrsula Corberó alardeó de nueva estampa menos descarada: melena larga, maquillaje nude, labios rojísimos, figura delgadísima como resultado de los consejos del experto y enamorado Andrés Velencoso, que dejó a Kilye por la sexy catalana. No se entendió mudanza tan radical, aunque sí la distinción a Raphael, que con más de 70 sigue abarrotando. Natalia lo comentaba bajo su traje azul intemporal con lazada lateral dándole solemnidad:
“Mi marido no entiende ese entusiasmo allá por donde va”, reconoció ante Marta Torné, lamiéndose las heridas de Hable con ellas, que tuvo de sobresalientes a Rocío Carrasco y una Sandra Berneda insuperable entrevistando a Montoro, tan incontenible como recaudando, o el ilusionante Pedro Sánchez. Comunica como pocas lo hicieron, borda lo que hace, aunque lo suyo no son las labores del hogar. Lo comentaban ante David Valldeperas, exdirector del programa y retirado porque sí. ¿O sería porque no?, se preguntaban cerca de la receñida Chenoa, la melenuda Laura Sánchez y Cósima RamírezRuíz de la Prada desdeñando el ringorrango vestidor del endomingado entorno. Sorprendió bajo túnica llena de labios rojos –quizá homenaje a Dalí con el sofá Mae West– y llamativa mochila amarilla. Supone aire fresco, es lo más rompedor de los salones capitalinos junto con el refinamiento informal de Biandra Siruela, como Naty Abascal. Causó berrinches, sarpullidos y no sé si infartos al homenajear a su como hermano –ya quisieran algunos de la amplia family tan distanciada, menos la melliza Ana Mary– Óscar de la Renta.
Homenaje a Óscar de la Renta.
Naty exhumó y posó eterna con alguno de los 150 trajes que tiene del desaparecido dominicano, cuyo diseño póstumo fue vestir de novia a la exótica nueva señora Clooney. Él hizo mucha carrera en Madrid y aprendió de los Herrera y Ollero, que hicieron los trajes nupciales de Natalia Figueroa y de Rocío Jurado al casarse con Pedro Carrasco, lo de Ortega fue más carnaval, disfrazando lo que no había. “A Óscar, que nos lo mandaron de alumno unos amigos, le entusiasmaba el ambiente de la Puerta del Sol, entonces menos comercializado”, me cuenta nostálgico Enrique Herrera, casi a punto de los 90.
Impactó como suele Almudena Fernández, tal la miss España Patricia Yurena hizo al elegir representante española para concursar en miss Universo, conmocionó llegando cogida de la mano de su novia Vanessa Kleim, que es música. Recurrieron al frasco de las sales porque no bastaba apurar el agua del Carmen. Le echa valor con tan fornida compañía. Tal Marisa Jara siempre de carnes opulentas a quien todos inquirían: ¿a qué dedica su muchísimo tiempo libre? A saber. Fue maquillada como para Halloween mientras Macarena Gómez exhibe un buen gusto vestidor que no le permiten en La que se avecina, menos sainetera y más surrealista en su nueva –la octava– temporada. Lola Marceli destacó bajo abrigo corto en los cuadros-ventana de Teria Yabar, que es a la bisutería lo que Mango a la ropa. A su lado levantaba suspiros Vanessa Romero quedándose con todos. Aunque para completa evocación se echa en falta la sobreactuación de Antonia San Juan como disparatada Estela Reynolds.
Nada como el abarrotado 175 aniversario de Lhardy. Unas y otras atendían a conocer la historia del local famoso por sus consomés, croquetas y cocido, tal La Bola de Fernando Verdejo. Oían sin perder comba incluso Gemma Cuervo, en raso negro distanciándose de sus antiguas, más colegas que compis. Beatriz Carvajal se mostró más cercana bajo pantalones de lana. Milagros, conservadora y propietaria del típico restaurante que entusiasmaba a Isabel II, comentó anécdotas del mismo.
Una celebración por todo lo alto.
“Desde el palacio de Oriente mandaba a por el cocido que entusiasma, y así estaba de gorda”, evocó ante los candelabros de plata prestados para el estreno en 1905 de Tosca en el Real, elementos de tanta importancia en el dramón de Puccini, donde Montserrat Caballé –que el 9 de diciembre recibirá homenaje antológico en ese escenario capitalino– consagró como irrepetible su Vissi d’arte. Todo testimonio vigente de historias hasta galantes como la de Pérez Galdós con la condesa de Pardo Bazán, una coruñesa cachonda que hizo carne apasionada –también rebosante– el naturalismo literario.
“Aquí, en el salón japonés, se encontró una faja olvidada por Isabel II”, acaso tras verse íntimamente, entre enardecedor caldito y compango, con Serrano, el “general bonito”. Eso arrancó una requisadora y pasmada mirada en Juncal Rivero, espléndida y admirada al cumplir 30 años en la pasarela. Esencia del ayer y nombres gloriosos como Maura -tío abuelo de Carmen–, Benavente, Azorín, Gómez de la Serna, creador de inimitables “greguerías”. En pocas palabras lo decía todo, como la cálida belleza de María Casal –que ya hizo su segundo estreno como autora– como el aire de gran diva escénica de la Cuervo, que con Mariví Bilbao y la enorme Emma Penella fueron añorado trío interpretativo sin parangón. Lo reconocía Eduardo Gómez –otra baja sensible en el elenco–, ante Eva Isanta, tan asombrada con el atestado “revival histórico-gastronómico”. Más historia actual donde también hubo de todo: Botella, Ruiz-Gallardón y su suegro, Utrera Molina, y Álvarez del Manzano comieron aparte con Cristina Almeida y un Ramón Tamames cada día mas lúcido y rubio, entusiasmado ante lo que Galdós, acaso agradecido por cómo lo acogían en sus escarceos, reseñó en sus memorables y documentados Episodios Nacionales: “Lhardy puso corbata blanca a los bollos de tahona”. Sentenció. Claro que el actual horno político no está para bollos ni etiquetada corbata blanca, menudo lumpen.