Infidelidades reales

31 / 01 / 2017 Jesús Mariñas
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Ser infiel no ha sido una excepción en la realeza, algo que la acerca a la gente común, solo hay que echar la vista atrás y hacer un repaso de las anécdotas y curiosidades de la historia de los reyes de España.

Lo llevan como algo inseparable de su real persona. Ser infiel no ha sido una excepción en la realeza, algo que también la acerca a la gente común, solo hay que echar la vista atrás: María Cristina de Borbón, viuda del afrancesado Fernando VII, tuvo ocho hijos ilegítimos por su rollo con Agustín Muñoz, que era su guardia de corps. Disimulaba repetidos embarazos a base de faldas amplias, perifollos y polisones, la moda permitía esos excesos disimuladores.

Sin irnos tan lejos, Isabel II regó España de hijos naturales. Lo mismo ocurrió con su hijo Alfonso XII, el de “dónde vas triste de ti...”, creador de un mito romántico, pero bien que se los puso a María de las Mercedes. Alfonso XII picoteó desde Elena Basáñez, hija de un diplomático uruguayo sirviendo en la Corte, hasta Celia Gámez, a la que regaló un enorme aderezo floral de brillantes que usó hasta morir como seguro de vida y más de una vez lo tuve en mis manos, tan pecadoras como las suyas. Raquel Meller entró en el saco con su voz de periquito y sus desplantes, porque sentía erótica admiración por las artistas. Como le ocurría a su padre con Elena Sanz, que le dio dos hijos, Alfonso y Fernando. Usaban el nombre legitimando lo ilegítimo.

Don Juan de Borbón, exiliado en Lisboa, a punto estuvo de dejar a sus cinco hijos por una robusta griega y se echó para atrás temiendo que hiciese peligrar el futuro reinado de don Juan Carlos. El barcelonés Juan Balansó y Zavala dieron buen repaso historiando estos más que deslices, heredados como la corona. Algo ancestral, inseparable de las reales personas y bien lo sabe don Juan Carlos, que tras enamorarse juvenilmente de Olghina de Rubilat y María Gabriela de Saboya no reconoció a María José de la Ruelle, que nunca prosperó aunque la hija de Humberto de Italia había intimado mucho con él, según recuerda ahora en su retiro mallorquín.

Los bastardos que tuvimos más próximos fueron Ángel Picazo, bigotudo actor de los 50 y clon de Alfonso XIII, del que hizo en una película. Además, el ceremonioso y bigotudo don Leandro de Borbón y su hermana María Teresa, habidos de la también comedianta Carmen Ruíz Moragas, a quien compró un chalé en las afueras capitalinas donde crecieron, Leandro más rompiendo estaturas familiares poco gallardas. Lo conocí bien y con su esposa, la sexi Conchita, desayunábamos juntos en el Caruyita de los bajos de Radio España.

Hazañas bélicas

Vuelvo a don Juan Carlos honrando las hazañas bélicas de sus antecesores. Aunque tuvo sus tonteos, dos simultáneos como una condesa íntima amiga mía, luego enrollada diez años con Carlos Caballé al que seguía por el mundo operístico.

Era muy esnob, en tren hicimos un viaje por Rusia en el vagón personal que Putin puso a disposición de la diva catalana: tenía salón, cuatro camarotes y tres mayordomos. Cristina, que se explayó conmigo sobre raíles, descubrió las facultades cantoras de Montsita Martí, a la que alojó en su palacete para aprender baile. Vecinos al Museo Thyssen, vendieron la regia casa para dar más cobijo a las colecciones de la baronesa, a la que en sus años jóvenes intentaron unir al entonces príncipe de España. Entonces él se veía en la barcelonesa Avenida de Sarriá con una morena vip.

La última salida pública de Bárbara Rey, incluso posó para nuestro fotógrafo Elio Valderrama, fue el pasado 12 de diciembre en nuestra Peña Cuarto Poder que acoge Casa Lucio. Vino con su hija de 31 años. Sigue con la imagen informal de melenón rizado tal la conocí en varios Tómbolas, que visitaba tanto como su madre. En uno no la dejaron traspasar el vestíbulo de Canal Nou pese a que mostraba el contrato. “Órdenes de más arriba”, y Bárbara en vez de volver al hotel NH Center que nos alojaba, montó barricada reivindicativa ante el canal valenciano que parió Tómbola, mater et magistra del corazón. Aquello sí que fue para todos picadero muy animado. La murciana luego estuvo cuatro años con recetas de cocina recordando lo que comía el Rey. Bárbara era una pera en dulce sin los retoques que luego ensancharon su boca tal Alfonso Díaz ha hecho para alegrar su viudez. Aprovechó el retoque para redondear pómulos y agrandar los ojos siempre limpios.

Coqueteo

Coincidimos con el super-empresario Pepe Hidalgo, dejó su mesa, se sentó con nosotros y, como un donjuán consecuente, le pasó el brazo por la espalda y repitió su arrobo por la exvedete. Hacían suponer un coqueteo. Ella se dejaba querer sin perder la sonrisa. No podíamos imaginar este circo actual tan distinto al de Ángel Cristo. Aquí también hay fieras y el más difícil todavía: es incongruente, reinventado y fuera de lugar. Cuentan lo que imaginan, inventan o les viene en gana.

Barajan indemnizaciones que van de los 12.500 millones de pesetas –ahí es nada– a dos millones, 500 o 120.000 euros supuestamente salidos de los fondos reservados que debían de tener dotación astronómica para las cifras que barajan confundiendo. ¿Su majestad tenía que recurrir a un piso prestado teniendo la casa de sus aduladores? Cuesta creer algo tan cutre como de película de Fernando Esteso. ¿Hablan las resentidas como Jenny Llada –que también daría para contar– y Hortensia, antiguas íntimas? Treinta años después, ¿por qué y con qué intención resucitamos a esta resignada guapa retirada en Marbella porque Hacienda le embargó su casa de Boadilla? Tiene, o eso dijo, 61 años y alguna enciclopedia le echa 66. Siempre jugó exprimiendo este love y algunos hasta aseguran que daba medidas y detallaba posturas.

Me creo en Las mil y una noches y quedan cortas. Cuanto más veo sin enterarme, más me lío. Igual debe de estar ella y su graciosa majestad ante semejantes cuentos eróticos. Los primeros tiempos, cuando el fuego trepidaba, Sabino Fernández Campo solía llamarme a La Zarzuela: “¿Cuándo puedes venir?”. “Cuando usted diga”, contestaba yo. Mandaba coche oficial y yo me sentía una especie de James Bond al servicio secreto de su majestad. Creí superar al chapucero Cesid de Manglano. Sabino, que luego fue mal despedido por su cuidado y nadie llega a su altura, me preguntaba cosas así: “¿Aún es muy famosa? ¿La gente le tiene simpatía? ¿Sabes cuánto cobraba al debutar en el Teatro Victoria? ¿Allí con quién salía? ¿Cuánto le dan en la tele para tener joyas tan buenas?”. A esta última pregunta yo contestaba: “Suele comprarlas a plazos, don Sabino, porque en los teatros hay corredoras de alhajas que llevan sus muestrarios y venden a plazos mensuales. Es muy corriente”.

Y así hasta la siguiente llamada de Sabino Fernández Campo, siempre pendiente de alguna encerrona. Hay fotos al aire libre que nadie enseña y que Bárbara desmiente que fuesen hechas por su hijo de entonces 12 años. Muchos hablan y cuentan sin haberlo revisado.

Como me aburre el tema que parecía apasionante yo “ni quito ni pongo Rey, pero ayudo a mi Señor. Y seguiré haciéndolo. Dios lo guarde de caer en la tentación el que es inviolable y no lo demuestra”.

 

Una semana de estrenos

Y completo semana abundante en estrenos, como el de Mayumana cantando al dúo Estopa y provocando ovaciones y hasta venta adelantada para veinte días.

Realzaron desde Esmeralda Moya a un barbudo Ullate Jr., ahora haciendo comedia con su guapa esposa. Rappel, hecho un lobo marino enfundado en opulentas pieles; Eloy Zorrilla obvió el frío con calcetines amarillos; María Castro, muy creída cambiándose de ropa negra en el vestíbulo –un extra visual al cancionero tan callejero–; Adriana Ugarte llevó cristalería digna de Versalles, no era para tanto pero gustó el exceso; Bárbara Lennie elegida mejor actriz de los premios Feroz, muy cambiada facialmente; Cristina Pedroche; Eduardo Noriega, siempre joven; la cantante Soraya Arnelas, ya a punto de tener a su hija; Manuela de Grace; Paco León, imparable; y José Coronado lamentando la injusta muerte de Bimba Bosé y la de Eugenio Ortega Cano, parachoques de su hermano matador, que no levanta cabeza con José Fernando. Con todo visto y oído, nada supera lo de Irene Rosales. Asegura que de “Kiko me enamora su alma romántica”, lo que me llevó a soltarle, borde, que entendía que no estuviese prendida del Pantojo. Escucharla me quita un peso de encima que pesaba como cruz a cuestas con los dislates sobre el monarca “de mérito” y la seductora totanera.

Grupo Zeta Nexica