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Ignacio González deja la política

12 / 05 / 2015 Jesús Mariñas
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El político popular ha celebrado su último 2 de Mayo como presidente, después de no haber sido elegido candidato a la Comunidad de Madrid. Ha tomado la decisión de abandonar la vida política.

Estaban por el pasodoble que sonaba marcial, jaranero y patriótico. Fue marchosa respuesta espontánea pero programada acaso sin mayor sentido a la profusión de banderas tricolores que suelen adueñarse de la Puerta del Sol. Formaron bajo un sol inclemente –29 grados a mediodía– que arrancó sudores a la aún alcaldesa Ana Botella, con abrigo nada liviano de tweed semejando los Chanel.

Música nostálgica y melancólica como algunas de las caras repasadas en la fiesta comunitaria: el último 2 de Mayo. Ana Botella, que recurría al abanico rosa, acalorada, vistió el cargo como pocas, tampoco fueron muchas, siempre con la airosa y casi rojiza melena ahora ya domeñada y sin puntas resecas. Resaltaba como Soraya y su deliciosa feminidad aparentemente cándida, o el pelito clásico bien mechado de la solemne Esperanza Aguirre con un feo blazer nada favorecedor sobre el cómodo traje blanco que se pone en rotos o descosidos. Su media sonrisa sin entrever dientes gozaba del ambiente exaltador remarcado por coronas de laurel a los que dieron la vida por Dios y por la patria. El sol hacía rebrillar la leyenda que homenajea tal valor hoy sin cotización. Nadie lo emularía, opinaron ante Cristina Cifuentes, distanciada de la vice Soraya exactísima en su nada acogotador traje en crep azul noche. Era buen complemento a los altísimos tacones con que pisó segura la antigua Casa de Correos, edificio que aterró como Dirección General de Seguridad.

Una fiesta muy castiza. La Villa y Corte castiza y chispera que para esta fiesta recupera el aire cortesano de los trajes y redecillas goyescas dejando para San Isidro lo chulapo con el mantón de flecos. Es para pintarlo –señaló Cristóbal Toral a Antonio Resines y a Ángel Gabilondo, físicamente enorme, rival a batir por la coletuda Cifuentes, ante Marisa, su esposa y manager, a la que comenté que las subastas de arte están repletas de su pintura. Privan los desnudos, maletas y características manzanas. “Tienen muy buen mercado y hace dos semanas la última, no muy grande, subió a 25.000 euros”, precisó ante el ir venir de políticos trocados en canaperos. Catering exquisito y abundante. Casi provocaron otro entusiasta 2 de Mayo bajo las airosas claraboyas acristaladas que transforman aquella amplitud en una sauna. De ahí los incesantes abanicazos de la alcaldesa Botella ya con la frente goteando. Más de un “uf” soltó sin perder la sonrisa y no ante el acoso de Paloma Cela.

Paseó fantasmal igual que María José Cantudo con un kaftan granate y dorado hasta los pies. Contó que aún no remató la remodelación del pisazo que compró en la calle Mayor, junto a la plaza Mayor. Me lo señaló Ángel del Río bajo su alpaca azul índigo, único y envidiado traje primaveral que se vio. Era indemne a los casi 30 grados encorbatados que no afectaron el casi corto cardado de Esperanza Aguirre. “Últimamente descuida más su peinado e indumentaria, obsesionada en la precampaña”. Antonio Carmona apareció más flaco con corbata de lunares: “Haciendo campaña he perdido siete kilos”. Lo acosaban insistentes majas de mantilla en pos de selfie. Aguantó estoicamente como Ángel Gabilondo. De tales entusiasmos se salvó Pedro Sánchez, el primero en irse “porque tengo campaña en dos ciudades”. Levanta suspiros como Albert Rivera, que sale a tres actos por día.

Se acabó la crisis. A la vista de cómo prodigaron desde callos a vieiras gratinadas, mucho se masticó que la crisis pasó. Al fin superaron las mustias patatas fritas, secos canapés hojaldrados y el aceitunado de los cuatro últimos años tan restrictivos. Pareció jauja. Algunos salieron comidos del tapeo, que apenas cató el joven Javier Fernández López, nuestro veinteañero campeón de patinaje artístico. El condecorado más joven, ahí marca récords en la lista de premiados con medallas honradoras también entregadas a Vargas Llosa, César Alierta y el cuadriculado en Gales Lorenzo Caprile. Cerca de Enrique Cerezo –cuya recuperación de películas históricas del cine español merecería medallón– daba una lección, evocó un nostálgico de blancas cejas indomables. Manuel Zarzo galán aún tras cumplir “hace dos días” 83 juveniles años oyó que la Ladrón de Guevara fue la única que rodó en Hollywood en 1930. Ahí hizo su reinado mejicano de veinte años su hija Amparito Rivelles, ídolo del cine y luego imponente comediante como su hermano Carlos Larrañaga. Fue nuestro James Dean por tupé –y por mucho más, claro– enamoró a Ava Gardner que cada noche lo recogía en el teatro Eslava.

Con el también repeinado Cerezo di títulos de lo añejo que repone tras comprar 8.000 películas a José Frade. Cuanto nombre inolvidable: María Jesús Valdés, José Suárez, Arturo Fernández enamorando a Rosanna Podestá, tía del bolerista Luis Miguel, Imperio Argentina o Alberto Closas. Vi a su hijo con Pilar. Menudo revival del que “el otro” Arturo no perdía ripio. Reparaba como profesional del canapeo.

“Qué bien ponen su amistad con Putin” le dije, en el ya polémico libro de Ana Romero sobre don Juan Carlos.

“Ah sí, lo desconocía”, admitió ante un César Alierta felicitado por la ya universalidad de Telefónica. Como cerveza en mano supongo que la medalleada y madrileñísima Mahou San Miguel, la Mutua Madrileña, las religiosas de la Asunción o las gitanas de Alboreá. A Jaime Lissavetzky se le vio incómodo bajo la reconocedora banda roja y mostró prisa en quitársela. Tanto como irse de la política. Apenas charló con Vargas Llosa y Gregorio Marañón, doble “oro” de la Comunidad de Madrid por sus libros y gestión en el Teatro Real, reencaminado con Joan Matabosch. Recupera los títulos tradicionales.

“De La Traviata hemos agotado para los tres repartos. Es, con Tristán e Isolda, lo que más gusta al público”, reconoció ufano aunque Ignacio González no suele prodigarse en las óperas. Tampoco Esperanza Aguirre, menos aún la casi rockera Cristina Cifuentes mientras Ana Botella no pierde estreno, no sé si obligada por el cargo –carga que soltará, así me lo dijo, el 3 de junio, o el 13 de julio si hay reclamaciones tras las elecciones–. Resplandecía como liberada y viéndola le solté lo tan catalán de “me visto de rosa a ver si el amor se posa”. “¡Uy, en mí se posó hace cuarenta años. Son los que llevó con José: 38 de matrimonio y dos como novios. El amor está posado , repasado y reposado”, exaltó refeliz ante Lola Herrera.

La medalla a hospitales fue para La Paz y el Puerta de Hierro, donde quizá atienden la fractura de Aida Gómez. Iba con brazo entablillado: “Ensayando se me rompió el hombro. Llevo cuatro semanas y tengo aún para un mes”, contó a Alberto Portillo que prepara memorias de sus años bailando o coreografiando. Sus antologías La estrella trae cola y Por la calle de Alcalá para Celia Gámez y Esperanza Roy marcaron época.

“¿Qué hará a partir de ahora?”, pregunté a Ignacio González. Nacho para Esperanza y más colegas. Fue premiado con ovación inacabable al decir adiós. A buenas horas.

“Dormiré bien y dejaré la política, al menos mientras sigan estos. Es una basura”, algo que también suele repetir Cifuentes y que Luis Alberto de Cuenca denunció repetidamente hace dos semanas en la Segunda. Salió escaldado como tras ser ministro de Cultura. “Siempre creemos que no vendrá algo peor y lo pensamos con Zapatero. Pero no es así, pueden superarte”, observó alguien de cuyo nombre no pienso acordarme porque igual sale y me pone en otra lista negra. Del muy rebotado Cuenca hablé con Javier Lanza, tan apoyo como Aguirre y Cifuentes lo tienen en Isabel Gallego o Marisa González. Iba estupenda con llamativo traje rojo de “20 eurazos” y mirando al techo casi tomaba medidas. Se mostró cauta hablando con los populares. Es su adjunto en la dirección de la Casa del Lector, un modernísimo casi búnker en el antiguo Matadero.

El vals de los adioses. Con ellos estuvieron Nuria March tal para cóctel, Neus Asensi rayada y feliz porque en el Festival de Málaga impactó Solo química, Belinda Washington que llegó una hora después vestida de guerrillera castrista y es pareja teatral con su excuñada Miriam Díaz Aroca, Marian Camino y Lidia San José. Destacó Mercedes Milá de remojado pelo corto “sudado por el casco” diciéndome que ha puesto librería en Barcelona cerca de la antigua plaza de Calvo Sotelo. Por eso tocaba madera aún entusiasmada de volver a las raíces. La que pudo ser condesa del Montsey ignora cuándo reaparece televisivamente, ríe con Nacho Vidal exhibiéndose en la isla, las peleas con Chabelita que no es pacata y cursilísima y Carmen Lomana de frente hasta el coco. “¿Por qué fue si su madre está tan mal?”. De otro tipo de supervivientes se habló en la doble despedida de Nacho González, Ana Botella y los que están al caer. Podemos prepararnos. Que suene el “vals de los adioses”.  

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