Flechazo entre Serrat y Estrella Morente

15 / 11 / 2016 Jesús Mariñas
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Isabel Gemio organiza una cena solidaria a favor de su fundación donde, entre muchos rostros conocidos, la cantante Estrella Morente se rinde con una reverencia ante su admirado Joan Manuel Serrat. 

Fue impactante, inédito e irrepetible. Los juntó Isabel Gemio para su fundación, lo mejor de la engalanada noche compitiendo con el tirón gastronómico tan renovador de Paco Roncero, ya con aladares canosos. Él reunió a los grandes de nuestra cocina, nombres ya internacionales. Compitieron en un menú contrastador donde, caray, abundó el calabacín como añadido. Solo coinciden en su uso, porque en nada se parecía el corte de foie con especias de Roncero al tiradito de corvina con puré de sardina ahumada y crema de apio, nabo y manzana de la peruana María Marte.

Ella defendió la presencia femenina en la cocina, algo a punto de extinción, al menos aquí. Mario Sandoval rompió la blanca uniformidad cerrando su chaquetilla con cuello alto, soporte al coulant de setas y trufas con crudité de verduras tan opuesto a la merluza con sopa de arroz de Francis Paniego y el rotundo jarrete de ternera blanca con puré de patata de Óscar Balaguer. El famosísimo Oriol Balaguer, para muchos el mejor chocolatero español, puso la guinda con una tentación de vainilla, tofe y chocolate que sin temor relamió Begoña Villacís.

Una velada única

“Soy muy cliente tuyo”, lo saludó Joan Manuel Serrat, ya con 73 años, ante Marta Torné y el enrabiado García Revenga. Cerró la noche, ya madrugada en el redorado Casino, con Hoy puede ser un gran día, rematando con el Mediterráneo ya tan mítico como el cantautor, a quien su íntima Mónica Randall siempre llamó “la tonadillera”. Adoró la copla tras ser así acunado con ella. Da gusto oír cómo la recrea. De ahí su satisfacción al verse emparejado por primera vez con la voz hoy más sobresaliente de nuestra copla. Bueno, solo es uno de los géneros donde exhibe arte del que no se estila como las flores en el ojal de María Dolores Pradera. Tiene 92 años, dos sin salir de casa a consecuencia de una caída mientras otra grandiosa, Nati Mistral, se recupera y necesitará rehabilitación tras un derrame.

Ardor guerrero de legionaria que gusta de Dolores de Cospedal, nueva ministra de Defensa con la que compartió burladero el pasado San Isidro. Quizá ya con molestias, rechazó ir a México donde le preparaban homenaje por los 50 años estrenistas de El hombre de la Mancha, con el que anticipó perdiendo una fortuna la actual moda de los musicales.

Entonces gustaban Las alegres chicas de Colsada y no entendimos su espléndido montaje, que luego fue llevado triunfalmente al DF y a toda Argentina, donde le llaman “ídola”. Es imposible pasear con ella por la avenida Corrientes sin que la paren entusiastas. Dios conserve a Nati muchos años con tamaña lucidez patriótica. Aprendí mucho de ella. De sus experiencias, cierta resignación a veces indignación, de cómo acepta los años sin añorar su época como bellezón del país. Muy rica en estilos que van desde la ópera en el Colón bonaerense, donde estrenó La casa de Bernarda Alba, nadie recitó a Federico García Lorca como ella. Es uno de mis pilares vitales, tal fue Rocío Jurado. Acababa de anular nueva gira por el país donde Carlos Gardel creó el Volver con la frente marchita recreado por Estrella Morente como punto final a su hora de concierto supo a poco y que humilde hizo reverencial bajada de cabeza y genuflexión al Noi. Impactante. Abrazó calurosamente a Estrella, que no llegó a tutearlo y, emocionada, se refugió en un pico negro. “Qué honor, maestro.
Mi padre le admiraba mucho y grabó Curro el Palmo”.

“Lo sé, lo sé. Hizo una versión estupenda”, resopló, cansado de esperar “desde las ocho y media hasta pasada la una”. Todos repasaron los cuatro romero de torres que cuadran el gran Salón Dorado. Los admiró sobresaliendo más delgada Begoña Trapote. Lo mismo hicieron el exentrenador de la selección española Vicente del Bosque, a quien todos saludaban como míster, también más flaco, ante la ternura de la cantante Mary Trini, que se resiste a ser llamada “señora marquesa” como yo hice: “¡Quita, por Dios, fue un regalo que nos hizo don Juan Carlos”. Los elogiaban ante Cristina Tárrega, Campo Vidal, María Rey, Carola Suárez de vintage túnica Etro, Antonio San José y un engordado Enrique Monereo, y el altísimo y moreno Jesús Gil Marín ante el empaque de su esposa Mari Carmen.

Años dorados

Evocamos aquella Marbella dorada, donde su padre buscaba el rebrillo ciudadano alentando al actor Sean Connery, Jaime de Mora, la exemperatriz Soraya, segunda esposa del sha de Persia y que al ser repudiada se refugió en Marbella, frente a Luis Sanz, descubridor de Rocío Dúrcal. Tiempos abundando de jeques que Gil y Gil meneaba en beneficio marbellero. Allí estaba el repudiado y universal Antonio el bailarín. Herido, me contaba decepciones sentados ante El Bodegón del Casino regentado por Lola Flores, que ahora sería feliz con el Gloria a ti, sensacional disco de su pequeña Rosario. Rinde homenaje a la Faraona y en Mamasota la añora recuperando un multicolor traje de su madre morado, amarillo y con una rumba: “Era su piel de reina morena. / Era su voz de cobre y canela / Arte puro bailando. / Ay, sin usted la hubiera visto. / Moviendo su mantón. / Nadie dudaría que ella era candela”...

Homenaje a Lola Flores

“Fue un saludo que me hicieron en Colombia diciendo: ‘Ay mamasota, esta mujer me altera, carajo’. Y lo puse de principio. Porque yo creo más en la inspiración que en sentarme a imaginar temas. Yo no sirvo para eso. Me viene de repente y lo tarareo”.

“Exhumas un modernísimo traje de Lola Flores. ¿Qué habéis hecho Lolita y tú de su inmenso guardarropa? Siempre destacó por buen gusto. Fue la folclórica que tenía atuendos más adelantados y atrevidos”, dije, y me contestó: “Mamá era muy generosa y regalaba mucha ropa. Guardamos el resto para una antológica o para ese museo jerezano que no llega aunque sea muy prometido. Hay un proyecto con José María Cámara de hacer un musical sobre ella donde no apareceremos ni Lolita ni yo”.

A Gil y Gil el pueblo lo adoraba y luego traspasó tal adhesión a su traidor heredero, un Yago tan bigotudo como el clan Pantoja-Julián Muñoz. Ahí empezó el principio del fin. Llegaron los rusos y se fue el rey Fahd con su corte de cuatrocientos acompañantes.

En el hotel Los Monteros compartí techo con sus médicos frente al hospital de la Costa del Sol. Eso me permitía charlar cada mañana con la dulce Melanie Griffith cuando con Antonio Banderas paseaba en bici –se adelantaron a esta moda de ahora– donde tenía su casa antaño Encarna Sánchez. La construyó para compartir con Isabel Pantoja, que hasta aspiraba a ser alcaldesa de aquel imperio costasoleño. Así me lo contó con Julián ya destronado. Pocos recuerdan aquella alcaldía de Gil y Gil presidencialista pero jaleadora y fructífera. A cada uno lo suyo.

Es lo que ha hecho Carlos Sobera tras comprar el teatro Reina Victoria celebrando su centenario. Siguiendo lo iniciado por Enrique Cornejo en tal escenario, puso a cuatro butacas el nombre de María José Alfonso, eterna “niña de luto” con la que pateé España al lado de mi fraterno Carlos Larrañaga. Nos daba unas palizas enormes y de madrugada hacía San Sebastián-La Coruña de un tirón. Y con aquellas carreteras de los años 60. Incluso entrando en Galicia nos hizo ver a la Santa Compaña.

El tributo comenzó con Lola Herrera, siempre con el muerto a cuestas, y se amplió con María Luisa Merlo –a la que acaricié los pies durante su primer embarazo–, Luisito Varela y ese recreador de humor negro que es Juanjo Alonso Millán. Ante Ana María Vidal y Tomy Osinaga contaba cómo Pedro vive plácidamente en una residencia. Es desolador pero necesario. “Vive a solas con su mundo. Lo cuidan mucho porque es un señor”, detalló a Raúl Sender la siempre sexi y rayada Rosa Valenty, a Beatriz Carvajal, a Luis Merlo, que heredó calidad, galanura y aire a lo Cary Grant al que conquistó su padre Carlos. Coincidió con su hermano mayor Juan Carlos, aportado al matrimonio por su padre. Estuvieron junto a la luminosa Emma Ozores, Andrés Pajares, Paca Gabaldón, Maite Blasco y Verónica Forqué, preocupada por Victoria Rodríguez contando la expo sobre Buero. Cojeaba como Alonso Millán: “Pero no lo hago imitando a Gala, es por una caída”, ironizó conociendo el percal.

Ojalá los alcaldes no quiten estas rotulaciones y no se atrevan a cambiar lo de Reina Victoria, posible ante el antimonarquismo que vacía la Ciudad Condal de símbolos regios. Me pregunto qué hará Ada Colau con la Plaza del Rei, o el Tinell, hoy plató de La catedral del mar en que Isabel y Fernando recibieron a Colón. Espero su respuesta.

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