Días de nostalgia en honor de Eduardo Sánchez Junco

27 / 08 / 2010 0:00 Jesús Mariñas
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¡Gracias!

El funeral por la muerte del hombre que levantó el imperio de ¡Hola! se convierte en una pasarela de lo más granado del famoseo nacional.

Sincero glamour entristecido. Todos los ojos famosos lagrimeaban porque se había ido Eduardo, un hombre bueno que supo sacarlos del apuro. Parecía un ¡Hola! en carne viva. Cada uno desvelaba su relación con el empresario de la revista del corazón más internacional. Un Dado Lequio encorbatado en Hermés blanquinegro sobre impecable y caro traje cortado a medida de sus anchas espaldas unía pesadumbre a la siempre luminosa María Palacios, ahora en Nueva York haciendo un máster: “Eduardo quería reconciliarme con mi hijo Clemente: ‘Eso hemos de arreglarlo, déjalo de mi mano’, me dijo en nuestro último encuentro ya póstumo”, manifestó ante una enlutada Norma Duval de zapatos con muchas tiras.

“Conocí a mi actual pareja haciéndole un reportaje para Eduardo”, soltó la vedette ante una baronesa Thyssen compendio de tristezas ajenas y propias: la semana tuvo dos especiales televisivos donde DEC se marcó un tanto por anticipación ahora que retoma la profesionalidad de Antonio Robles. Se notó en el ritmo y la investigación exhaustiva descubridora de datos insospechados. El móvil Vertu de BlancaCuesta fue sustraído por uno de sus guardaespaldas, que cuatro años atrás ofrecía sus secretos por 300.000 euros, luego milagrosamente rebajados a 6.000. Insinuaron, quizá tendenciosamente, que tras eso podría estar la madre de Borja. Su rubia y oxigenada nuera maquina más y convirtió a Borja en algo dócil y manejable, especialmente ahora que andan en vísperas de repetir paternidad. Viene otro chico y la atenderán en la Dexeus barcelonesa experta en partos complicados, Blanca ya perdió otro y abre marcha a una retahíla de mamás famosas que nos alegrarán los próximos meses. Los casos de Anita Aznar, Carolina Cerezuela, a quien le faltan tres semanas, Amelia Bono, con el sinsabor de ver la cantada separación de sus padres, Nuria Roca, Óscar Higares y una Paulina Rubio que tampoco lo pasa muy allá, todo sea por conseguir el objetivo, igual que Estefanía Luyk. La Thyssen se me desahogó al tiempo que repasaba su negrura sin tacha, es de la vieja escuela. Incluso lo acentuó con tupidas negras medias bajo sandalias, ella sabe. Igualito que las reaparecidas María y Blanca Suelves, siempre radiantes aun con halo amargado en blanco y negro.

El gesto distanciador de Lomana.

“¿Tú crees que merezco lo que me están haciendo Borja y mi nuera? Los llamo y no se ponen, no lo entiendo”, encontré en ella más desespero que ansias vengadoras. “Me están perdiendo como madre y no me dejan ser abuela”, casi lanzó un suspiro acaso contenido por el pañuelo blanco que destacaba sobre el ritual atuendo, mientras Carmen Lomana ponía gesto distanciador y como despistado para esquivar el acoso de micrófonos ya no sólo indiscretos, también impertinentes.

“Usted, que es reina de corazones, lo tendrá destrozado”, se atrevieron a demandar a una Isabel Preysler que fue ligera, blanquísima y casi al mini galope hasta donde la familia Sánchez Junco recibía pésames como exaltación y homenaje. Sobresalió el de Neneta Varela, ex cuñada de Paco de Lucía y marquesa del apellido, conseguidora de las franquicias internacionales, la última para Brasil: “Eduardo fue vital en nuestras vidas”. Qué no sabrá una estoica Isabel Pantoja de coleta recogida, planificado rostro sin maquillaje, flanqueada por Chelo García Cortés y su esposa Marta. Ocupó séptima fila.

Era magnífica perspectiva para repasar esta España del corazón con herida abierta. Fue el mejor homenaje a quien tanto hizo por ellos. Otear el templo de los jesuitas suponía hojear la revista. Repasar en vivo errores, parejas deshechas o enmendadas: Darek llegó de la mano de una ya irreconocible Susana Uribarri, mientras el marqués de Griñón se distanció de Preysler, su segunda esposa, y Ana Obregón lo hacía del modelo polaco que la chuleó hasta que llegó Susanita con el ratón y las exclusivas. Aprovechó para remimar al Lequio padre de su único hijo. Y es que ¡Hola!, o más bien Sánchez Junco, vivieron muchos momentos de esta España de Frascuelo y de María donde reina Belén Esteban: ya firmó por fin para hacer la película Torrente IV con Paquirrín y Santiago Segura; encarnará a su casera y se probó vestuario mientras la Obregón, en un cameo, se desconsolaba en un cementerio. Belén alcanzó todo lo recabado, mayor sueldo y ampliación del papel, acabará zampándoselos. Ha nacido una estrella.

Lo vaticinaban mientras Santiago Ibarra constató los ocho kilos ganados por el hasta ahora siempre demacrado Jaime Martínez-Bordiú, que apenas entrevió a su hermana Carmen con carnosidades amortiguadas bajo un vestido túnica en blanquinegro como de alivio. Menos a tono vistió Mar Flores, tutelada por su marido, ahora con problemática fiscal, llegando por la puerta trasera del templo igual que un descolgado Marichalar, casi sentado con el empresario ladrillero Manuel Colonques, principal subvencionador de Isabel Preysler, a la que mantiene como estrella única. Tomás Terry parecía su chófer, vasallo o lacayo servil y reverenciador, siempre a los pies del poder, observaron ante Mathieu y un Arturo Fernández conformando trío de buena gastronomía exportadora como Lucio y José Luis. Aznar resultó impecable y Cayetano Martínez de Irujo alivió el negro con gris perla similar al de un Alfonso Díez casi presentado en sociedad. Gustó más que con el aspecto casi astrado que muestra en sus exhibiciones laborales con repetidos pantalones ya ajados. Casi lo encontraron atractivo y logró más de un ay comprensivo.

Esperanza Aguirre, cremosa, recordó que había sido condiscípula de Mamen, la viuda del magistral periodista extinto, una especie de samaritano comprensivo y ávido con el famoseo. Patricia Rato mostró luto total y discreción de siempre, y como estábamos a 40 grados Lorenzo Caprile acudió en sandalias descalzas mientras la imponente Esther Koplowitz, de matrimonio declinante, optó por un camisero oscuro. Marta Sánchez impactó con voluminosa falda y tacones de 15 centímetros y Marina Castaño sentada con Gaetana Enders, ex embajadora norteamericana, que se autodefinió como “anciana y poco reconocible”. Insisto que parecían fragmentos de revista rosa llena de claroscuros.

Homenaje.

No los tuvo la fiesta marbellera, prólogo a la que Antonio Banderas, Ricky Martin y Eva Longoria montarán la primera decena de agosto. Esta tenía doble objetivo, homenajear al marqués de Villaverde en los 40 años fundacionales del Incosol del que fue primer director y hacer debutar a CarmenMartínez-Bordiú como súbita empresaria de ballet, lo nunca visto. Riza el rizo en cada nueva experiencia, será por lo mucho que le aburre el matrimonio, presuponen. Porque apenas para en Santander y menos aun se la ve con un José Campos cada día más feliz de conocerse, cita quintaesenciada, repaso, vuelta atrás y recuperación de años mejores.

Los íntimos, prietas las filas en torno a CarmenFranco, a quien le calculan entre 84 y 86 años que no aparenta ni con mucho. Revestida en suaves tonos verdes frescos de cuello fruncido, no lució ni una sortija. Algo sorprendente y acaso estudiado para resaltar sus casi impolutas manos Blancas sin manchas, rojeces ni antiestéticos lunares, ahí donde el tiempo implacable suele castigar. Con ella, la duquesa de Montealegre, el tipazo de una Pitita Ridruejo como resucitada y siempre con gracia divina. Mantiene figura veinteañera sobre túnica enmarque del definidor melenón crepado tan característico como el de la Kirvin o el moñazo a lo Ivana de Esther Vidiella, propietaria del atestado Puerto Banús, imagen de eterna juventud como si estuviera salida de Incosol o la Buchinger. Parecía ensueño de una agobiante noche de verano, la protagonista Carmen reajustaba formas rubenianas bajo traje de satén blanco. Parecía diseñado para remarcarle formas incontenibles que nada le preocupan.

“Pero, ¿cómo se ha puesto eso?”, oí decir cerca de una multiplisada –sólo de body– Cari Lapique con Nuria González. “Es muy suya, no admite que le lleven la contraria”, y soltaban un “ufff” desahogador y comprensivo ante lo que encontraban excesivo. Como si ya no estuviesen habituadas a los desafines de esta Carmen, carismática y hermosísima. Siempre a punto del comentario fulminador. Ira de Fustemberg evocó mejores momentos cuando su marido, Alfonso De Hohenlohe, creaba la Marbella exquisita ahora declinante. Porque puestas a realzar, impulsar y presidir, su actual alcaldesa popular, Ángeles Muñoz, rehuyó concurrir a esta fiesta para no ser tildada “de franquista”. De eso se lamenta J.A. López Esteras, promotor de la doble velada.

Apóstol de la caridad.

El concierto era para beneficiar al apóstol de la caridad que fue íntimo de Vicente Ferrer, el padre Ángel. Ira y Cari coincidieron con el mismo bolso de mano hecho en paja, sobresaliendo broche de piedras diamantíferas. Beatriz de Orleans estrenó con Pedro Trapote revistiendo kaftanes marroquíes, gris recamado en ella y negro para el empresario mientras Teñu de Hohenlohe lució peplo multiplicado firmado por Fortuny, su inventor. Igual era original y fue extraído del baúl de los recuerdos familiares. El descacharrante Hilario López Millán aportó anécdotas de su programa toledano con Vicky Martín Berrocal haciendo lo mismo que Eva González en Sevilla, mientras el pintor Ignacio Vilallonga sorprendió con sus manchas rotundas y nada académicas. Olivia Valera, su cara como catálogo de eterna juventud, lució en cremas mientras la princesa de Orleans presumía de tener una descendencia “que parece tutti frutti, tan diferentes son en su pelaje”.

Hablaron, cómo no, de la muerte de Olga Guillot, reina del bolero. Y de aquel espectáculo, Nostalgia, con Sara Montiel y Celia Gámez cuando Pepe Tous no quería darle billete de regreso a Miami, molesto como su esposa por el impacto y gritos que provocaba en cada función: “Celia Gámez medió y cada tarde le decía ‘Olguita, no te vayas, que entonces me toca volver a Buenos Aires”. El programa bailón propiciaba tales recuerdos con su salsa, brioso pasodoble y hasta samba de espaldas desnudas. Diez bailarines de Mira quién baila a las órdenes de una Carmen que hasta diseñó vestuario, menos el suyo, claro, o acaso también por aquello de no ver la paja ajena y menos la viga propia. El final, más récords, semejó aquellos music hall parisienses o el Paralelo barcelonés hoy mortecino donde la vedette hacía apoteosis en hombros de sus boys, tributo recibido por esta Carmen más franquista que de Merimé, que arrancó esfuerzos y hasta ayes a quienes la alzaron sudando lo suyo y algo más.

Alzó los brazos triunfadora entre vítores, aleluyas y pasmo. No es para menos, porque resultó lucido, muy entretenido y lleno de juventud lo que habían tomado como nuevo capricho de la nietísima. Los recelosos fueron convencidos y de momento el baile marca el futuro de CarmenMartínez-Bordiú. Pero que no repita el traje blanco, please, donde gana anchura, excesos cárnicos incontenibles y queda maculada su hermosura. Qué no sabrá eso Tita Cervera al comprobar televisivamente tras esas dos revisiones, casi antología, que parecen confirmados los devaneos –otra palabra del ayer- de BlancaCuesta con su guardaespaldas David, si hasta su esposa admite semejante posibilidad confirmada por Anthony Topoli, compadre del singular dúo heredero que no sabe, y a Dios ruega, si estos días, para el 30 aniversario de Borja, recibirán los cinco millones de dólares -que no de euros, como dicen- que su madre le adjudicó en tres tandas como beneficiario y no heredero del barón de los ascensores que en la catalana Tita encontró amor, paz y cuidado hasta el último momento. Aunque ahora insistan en que ella obsequió a su Xavi profesor de gimnasia, familiarmente conocido como Kung Fu, una casa en Punta del Este, un apartamento y también otra en San Feliu de Guixols. Me encanta esta mirada atrás con tanta ira. Eso sí es nostalgia de tiempos mejores.

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