Del luto de Pe al bautizo de Thyssen

30 / 06 / 2015 Jesús Mariñas
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Penélope Cruz acude con su familia al tanatorio para despedir a su padre, mientras la baronesa Thyssen celebra el bautizo de su nieta Kala, junto a su hijo Borja, Blanca Cuesta y los hijos de ambos.

Son diferentes aunque frecuenten el mismo glamour. Otra educación y unos modales nada que ver, incluso expresando desconsuelo. Lutos contrapuestos o antagónicos y bien lo demostró la dinastía de Simeón de Bulgaria en el reciente funeral por su hijo y heredero Kardam, frente al enlutamiento casi despreocupado o casual de los hermanos Cruz ante la súbita muerte de su padre, de solo 62 años. El fallecido tenía alma de bolerista y en tiempos tomboleros telefoneaba a Lidia Lozano y le largaba telefónicamente el apasionado repertorio de Lucho Gatica y la inmensa Olga Guillot.

Repaso el gesto compungido de Simeón y Margarita, atribulados al perder a su heredero; veo la compunción de Pablo de Grecia al quedarse sin su amigo, las medias negras de la impactante Máxima de Holanda, que también lució nuestra Letizia, o el dolor de don Juan Carlos. Elena Cué acudió ceñidísima en un dos piezas pantalón solo usado para tristezas –que hasta ahora no tenían rigor necrológico– mientras Nati Abascal, siempre diferente, vistió un blanco marfileño que los dejó tan estupefactos como los vaqueros bajo cazadora de cuero de Eduardo Cruz, por fin ya un gran autor de bandas sonoras y canciones de cine.

El clan Cruz. De algo le sirvió ser amamantado por Eva Longoria y pertenecer a un clan. Él y mi ex casi sobrino Miguel Ángel Muñoz, entonces ennoviado con Mónica, siempre contaban cómo, deslizándose sobre la nieve de Aspen, Tom Cruise pasaba mucho de las chicas y prefería mezclarse con ellos, entonces veinteañeros. Creaba celos y  hasta recelos, lógico, y los mozos se dejaban querer por el galán entonces en la cúspide hollywoodiense. Mientras la realeza búlgara casi posó porque nobleza obliga, el clan Cruz entró en coche al cementerio, se escondieron como suelen y no dejaron que les llegase el apoyo popular y el cariño de una prensa que evitan –al menos la española– y a la que siempre maltratan. La primera viuda aguantó porque ya lo había superado y destrozada pero guapa se vio a Carmen Moreno, la segunda mujer. Javier Bardem sigue condenado a secundario de grandes repartos, el cine los convierte en máquinas deshumanizadas. O tal pareció a quienes, decepcionados, buscaban alentarlos.

Penélope es más constante en sus creencias espirituales que su marido. Amando a Nacho Cano se hizo budista y de la cienciología cuando vendió el cuento con Tom Cruise. Igual solo cree en ella, ocurre con los que van de divos.

Más respetuoso con los medios se vio al engalanado clan Thyssen, nuevamente reunido para el bautizo de Kala, la cuarta de Blanca y Borja. Con ya seis meses de vida, recibió las aguas bautismales del padre Ángel, siempre tan en sintonía con lo que hoy predica el papa Francisco. Se vio el grácil y nada avinagrado careto de Carmen Cervera. Muchos años atrás la conocí en Barcelona ennoviada con Antonio Parés, director del Ritz.

Pasamos grandes momentos con Dalí, Xavier Cugat, José Luis de Vilallonga y hasta Katty Corsini, íntima de las cómicas Rafaela Aparicio y Florinda Chico, y Modest Cuixart. Tertulias únicas que conservo en mis entretelas como toda mi permanencia en la Ciudad Condal, algo perdido cuando Jordi Pujol achicó provincianamente lo más internacional de España.

El bautizo de Kala. Mediodía a más de 30 grados donde la baronesa, respetuosa con la Iglesia y el ritual se puso flores en el pelo y se echó un abrigo blanco sobre los encajes amarillo huevo de su traje. En el anular izquierdo lució el brillantazo romboidal “de diario, tengo otro más grande”, dijo. Pero no llega al de 39 quilates de Elizabeth Taylor. Refeliz y facialmente menos pulida aunque temerosa al ver que su nieta no lloró cuando el padre vertió en su peluda cabecita las aguas regeneradoras. Tita lo vio sin dejar el asiento mientras la seca abuela Cuesta y su marido se levantaron quizá para que ella exhibiera su buena figura en dos piezas café con leche, hecho de bolero ribeteado en volantes, igual que la falda. Las consuegras apenas se miraron y Tita optó por echar los ojos a los carteles de la iglesia de San Antón, patrón de los animales, donde tienen una reliquia de San Valentín:

“Eso convenció a mis hijos para bautizar aquí” –un romanticismo que luego no demuestran en sus reclamaciones y pataletas–, aseguró la suegrísima además del padre Ángel, que tanto medió para arreglarlos con la baronesa.

Asistieron muchos invitados a la ceremonia, entre ellos Paloma Segrelles con sus mellizas de ya 6 años o Guillermo Solana, director del museo, feliz por el impacto mundial de la expo de Zurbarán, casi un desfile de modas. Pintó los pliegues monásticos como nadie lo ha hecho. “Y a finales de mes inauguramos La fotografía en la moda con todo lo de Rubatell, creador de la mítica Veruska con la sahariana de St. Laurent, afirmó Solana.

La mirada vagando por la iglesia barroca que despidió a Pedro Zerolo y que “marca diferencias: puedes beber agua, ir al baño, venir con tu mascota, reparar tu corazón, acogerte y rezar”. Es sede de los Mensajeros de la Paz que anima el padre Ángel. La baronesa disfrutó viendo a Kala luciendo el mismo faldón de cristianar anteriormente usado por Sacha, Eric y Enzo. Borja iba barbudo y de ufano padrazo sin soltar nunca a la neófita, que dormía ajena al bullicio, parloteo y estrecheces con atasco en la calle de Fuencarral, y más todavía a las reclamaciones económicas de Borja que, aunque obligado por su residencia andorrana, pasa tanto tiempo en Madrid como su mami lo hace en San Feliu de Guíxols. Allí quedaron las gemelas de Tita que Blanca parece detestar y nadie sabe por qué o se lo callan. Es un verdadero misterio a descubrir del que ella da sabrosos detalles, con la excusa de que “tienen que estudiar”. “¿Siendo domingo?” no pude menos que preguntarle a la madre-abuelísima, añadiendo curiosidad por si veraneará en su yate. “Sí, y espero que con Borja, Blanca y los niños”, me dijo esperanzada tras tres veranos sin tener semejante dicha de abuela y madre, algo vetado a las gemelitas. Una extraña familia digna de Mihura.

Rodeada de amigos. Lo contrario a la buena unión que transmite la familia de Teresa Campos en su cumpleaños. Terelu la mayor lució un vestido en rosa ribeteado de azul, y su irónica hermana Carmen un blusón sobre leggins dorados. La anfitriona estaba feliz rodeada de hijos y nietos. Es una maestra televisiva sin parangón hasta en el vestir y el calzar, donde gasta un dineral: paseé por su vestidor dedicado solo a zapatos y conté hasta 300. Ahí me perdí viendo superada a Imelda Marcos, que hizo historia por lo bien que calzaba.

Celebró cumpleaños rodeada de ochenta amigos y compañeros, como los fidelísimos hermanos Bosserman, apoyo de toda una vida, Yusan Aza y el poético Rafa Lorenzo, su apoyo en  el programa de televisión ¡Qué tiempo tan feliz!

No faltó una casi cuarentona Rocío Carrasco cambiadísima con pelo rizado corto y muy minifaldera, con un Fidel más fornido bajo jersey turquesa de manga larga para evitar ser picado por las hormigas voladoras que abundan en la sierra madrileña. Es como una hija más de la Campos, que veneraba a “la más grande”.

Recibió Teresa con floreado Dolce & Gabbana y un apuesto Bigote –“llamadle Edmundo”– contrastando traje marino con zapatos marrón talla 45. Calza bien. Belén Esteban bajo pijama blanco estaba emocionada por cómo las 18.000 personas la ovacionaron en Barcelona asistiendo con su hija Andreíta al decepcionante concierto de Adriana Grande: “Me ovacionaron más que en Madrid”, contaba ante la lealtad de su gran amiga Mariví, a quien tientan los platós para que cuente más, como ya hacen exreclusas que compartieron la laxitud carcelaria de Alcalá de Guadaira con Isabel Pantoja, que sin duda llorará la muerte de Marujita Díaz, casi amadrinadora de su amistad con Encarna Sánchez. Incluso las acompañó en más de un viaje cuando la presentadora iba en tren para llevar dinero a Suiza y también paseado vestidas con chándal por los Campos Elíseos donde nadie pensó que fueran maniquíes.

Afirmaciones seguidas de desmentidos: que si desayuna con Isabel Caballero, directora del centro, amago de mitin protestando sus privilegios y trato de favor que podría incluir una tableta, un portátil y hasta cortinas con lunares acentuando el arsa y toma. Compartir cárcel con la blanqueadora folclórica es una mina, parece que otras compañeras repetirán como Raquel Martínez hizo ya tres veces sin convencer del todo al contrario, no como Mila Ximénez, que lo hace cada vez mejor. Llegó caliente con el guardarropa televisivo “porque me pusieron de largo a las cuatro de la tarde, ¡dónde se ha visto!”.

“Te habrán confundido con Raquel Bollo” la calmé y casi me mata, me montó la de Dios es Cristo, que lo diga el padre Ángel.

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