Carmen Martínez-Bordiú podría convertirse en la Reina de la chatarra

14 / 02 / 2013 13:23 Jesús Mariñas
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Su matrimonio con José Campos hace agua mientras crecen los rumores sobre su enamoramiento de Luis Miguel Rodríguez, dueño de un desguace.

Es carnaval que no cesa, donde enmascaran intenciones, propósitos y acaso futuro imperfecto. Momo todo lo disfraza, porque tiempo habrá para regenerarse con la Ceniza, de la que hubo evidencia incómoda en una Sevilla donde rizados faralaes, lanzados por Raquel Revuelta en su Salón de la Moda Andaluza anticipando Feria, se entremezclaron con siete toneladas de basura callejera. Todo un cuestionamiento para el inoperante alcalde Juan Ignacio Zoido, que se ha visto paralizado.

La capital bética dejó de sonreír organizando un buen cabreo que allí aligeran con finitos y echando la vista atrás, a cuando Carmen Martínez-Bordiú montó pastoril rebaño en Ojén, entonces unida al italiano Roberto Federici que, tras romper con ella, pretendió a la mismísima María Teresa Campos, que hasta se ilusionó. O tal le vendieron sus palmeros a la entonces reinona televisiva de las mañanas, que no hizo ascos al supuesto interés –ahí se perdía el arquitecto–, aunque no llegaron a compartir como la nietísima hizo con un Pepe Gallardo que también pretendieron endilgarle, convirtiendo en pasión lo que solo era amistad pura y buena.

Podría resultar lo de ahora con Luis Miguel RodríguezLuismi para los amigos– casi sesentón Rey de la chatarra madrileña con posesiones de 20.000 metros desguazadores en Parla y creador del Museo Eduardo Barreiros, que perpetúa lo conseguido por el defenestrado empresario gallego de los camiones, aún venerado por su hija Mary Luz, exseñora Polanco.

Su matrimonio con el orondo José Campos hace agua desde que se dieron el “sí, quiero” en junio del 2006. Todos cuestionamos la súbita pasión de Carmen, tomándola por otra de sus veleidades, caprichos o enamoramientos. “No durarán más de un año”, aventuraban, pero el tiempo rebasó tan nefasto futurible en ser tan imprevisto o acaso sentimentalmente inestable. “Siempre busco al padre que no tuve”, reconoce ella.

Complicidad con Jaime.

El marqués de Villaverde no se distinguió por el afecto o la lealtad doméstica, aunque dio a Carmen Franco nada menos que siete hijos. Jaime, el pequeño, ya regenerado de reconocidas adicciones gracias a Marta, su novia viguesa tan abnegada como en tiempos lo fue Patricia Olmedilla ante el pasotismo reclamador de la trepadora Nuria March, es quien más cerca está de su hermana mayor. Intercambian apoyo, fidelidad y confidencias. En el último Rocío chico de la Candelaria ha compartido parte del entusiasmo que ella parece sentir por este acaudalado pero tosco madrileño, alto y narigudo, sin el refinamiento de Jean-Marie Rossi, un francés XXL que la encandiló por un poderío sexual que está en boca de todos, ni la estirada y sosa prosapia del duque de Cádiz, padre de sus dos hijos –otro bien dotado en el mejor estilo Borbón– y también el charme de Federici, atípico italiano de ojos verdes que se las llevaba de calle y se asentó bien en Sevilla.

La penúltima inquietud cardiaca de la exduquesa fue pirrarse por un bailarín de la compañía que, en otro de sus impulsos, Carmen lanzó en el emblemático Incosol de Marbella, creado por Villaverde para atender vips y hoy pasado a mejor vida como la España aznarista. Viví como testigo aquel encandilamiento sin duda producto de admiración artística, porque Carmen lanzó aquel despropósito admirador apoyada en José Campos, y en el adelgazador centro sabían que el matrimonio ya no compartía habitación –la de ella estaba frente a la mía, fue buena casualidad–. Cantaban las coplillas del “¡ay, qué trío; ay, qué trío!” creadas por Zori, Santos y Codeso en época de glorificaciones revisteriles.

Nada aproxima más que compartir relajamiento bajo albornoz. Con ellos compartí mañanas de desayuno, solecito primaveral, sudores y piscina, incluso de madrugada estrenista donde Carmen y el moreno danzante nadaron vestidos y rítmicos. Aplaudimos desde el balcón. Recuerdo esa noche debutadora con la duquesa de Franco presidiendo como en sus mejores tiempos de El Pardo. Fue la última gran fiesta marbellera repleta de vips intemporales y una Carmen no solo restallando optimismo, sino haciendo saltar las costuras de su ceñido traje blanco, como de novia primeriza. Anunciaron larga gira americana, pero la intentona no pasó de ahí. Supuso debut y despedida. Le costó una pasta, porque la guapa no nació para empresaria y todo son arranques y corazonadas. Como acaso lo sea esta nueva singladura más supuesta que confirmada.

Vida turbulenta.

Todo son rumores y mantienen el típico mutismo ya desplegado cuando la madameMaría de Mora dijo televisivamente que había compartido con Carmen y José su santanderina noche nupcial, Carmen bajo un revisteril traje Pronovias de Manuel Mota recubierto de plumerío, nada estilizador como el que Balenciaga le creó –y su genialidad sigue admirándose eterna en el museo que con dinero de todos nosotros Guetaria dedicó al vasco universal– para convertirla en duquesa de Cádiz y futurible reina de España . Quizá lo de ahora termine coronándola como soberana de la chatarra, menos da una piedra. Al final, reinas de algo.

Admiro que siga sus impulsos pasando de convencionalismos limitadores. Aunque íntimos del presunto me aseguran que su rudeza está desbordada por el runrún asegurador de que podría ser the end a una vida turbulenta de la que Carmen alardea, presume y no renuncia. Un periplo marcado por sus años jóvenes ennoviada al jinete Jaime de Rivera, y ocasión en que su padre –vaya cabreo, marqués– la pilló hundida en un sofá dándose el lote con el príncipe Fernando de Baviera –entonces marido de la multimillonaria barcelonesa Sofía Arquer–, hermano de la seca Christa y la airosa Tessa. Actitud tan rompedora y valiente como abandonar a Alfonso de Borbón para liarse con el anticuario Rossi, con tienda parisina ahora enfrente del Élisée. Lo conoció en un crucero. Nada la frena y no conoce barreras, mimada como nieta preferida de Franco y doña Carmen. Su hijo Luis Alfonso ya ni reacciona, curado de espantos, tras lo padecido al casarse con Margarita Vargas y ver que mamá coqueteaba con su recién estrenado suegro venezolano. “Son cosas de mamá”, esquiva en un suspiro disimulador de enfado. Creía que sería eterno lo del sencillote José Campos que acabó ganándoselo como nunca logró un Federici que a Carmen le costó dinero.

¿Qué será, será? En plena Cuaresma deshojan la margarita de la perplejidad envidiadora y creen que resulta excesivo. Igual cuestionan tal amorío como la mediación apoyadora de Nuria González de Fernández Tapias, inédita hasta ahora salvo verlas cómplices en las corridas como en tiempos de Mar Flores. Es apoyo de Carmencita, que siempre tuvo en Isabel Preysler a su amiga del alma tras ella aconsejarla en su ya lejana mocedad que dejase a Julio Iglesias, su castigador vecino de piso en San Francisco de Sales.

Andan expectantes y no dejaron de comentarlo en la única fiesta carnavalera, al menos como tal, en el declinante Gabana, donde retozó Terelu Campos, Carmen y José festejaron enlace y que fue escenario para despedir soltería de los niños Aznar, parece que el pequeño Alonso no está por la labor matrimoniadora. Dicen y cuentan porque les parece increíble, los hay intransigentes. Gabana fue emblemático en un tiempo más feliz y hoy decae y sobrevive de recuerdos y sombras que mantiene en su lúgubre sótano. Disfraces animados por Arancha de Benito, como llegada del Oeste americano con alarde pechuguil; Raquel Rodríguez, hecha cortesana del Rey Sol; Mireia Canalda, aterciopelada en azules góticos; o Carla Hidalgo, evocando en rojo a una reina Tudor mientras Elena Tablada se vestía al estilo de La Traviata.

Y Raquel Revuelta montó su consagrada pasarela de Moda Flamenca, ya a punto de veinte aniversario que traicionera pretende torpedear Laura Sánchez, intentando imitar lo ya tan consolidado. Ella empezó ahí, era de la cuadra de Revuelta y habitual de sus desfiles, y una semana antes organizó evento pretendidamente similar donde se hizo real lo de “de ellos serán nuestros defectos”. Cualquier parecido fue casualidad, mientras Eva González –que gana más vestida que exhibiendo muslos– impactó airosa, embozada en floreado mantón bajo chinesco tocado. Terelu se reciñó en rosa ahora que el amor se posa, María José Suárez superó achaques mientras hace caja y Teresa Bacas puso rubio garbo a sus aires rocieros.

Al mejor postor.

Sorprendió la casi ausencia del typical lunar, sin embargo recuperado hasta la saciedad por la japonesa Yayoi Kusama para complementos Vuitton. Priva el encaje negro, lo cremoso y abundan los rosas en el aire amartelado de Raquel con El Tato o Marina Danko con Manuel Blanco, el novio sevillano que ya no esconde, como Carmen Martínez-Bordiú al adinerado chatarrero, en aire similar, aunque las distancie un mundo, con Carmen Lomana, ya deshecha su relación con el paciente Ángel Casaña. El no-podía-más y ella ahora se desfoga imparable sobre la nieve de Sierra Nevada, donde debutó publicitariamente el pequeño de Tomás Terry y la exduquesa de Fernandina. Tomasito temprano empieza a poner el cazo y no entienden que su ahora forrada mamá exduquesa lo permita. Nobleza vendida al mejor postor, cómo están los Grandes, abaratando alcurnia como recientemente ha hecho –llorosa, eso sí– Almudena de Arteaga o es norma en Rafa y Luisito Medina; ya no digamos Alejandra de Rojas –casa Montarco– o María León, que saca beneficio a su frustrado matrimonio de seis meses en el aire menos aristocrático pero remunerador de Fiona Ferrer, dolida ex de un Polanco.

Visitó Valencia en su fashion week, recortada por la crisis. Se cuartea como los desafiadores edificios de Calatrava en la Ciudad de la Luz, que ahora está oscureciendo. Hay goteras en el Teatro de la Ópera como hace meses ya vimos sobre las pasarelas, costaba creerlo. Otro pelotazo. Se resiste a dejarse vencer aunque pasmó el abatimiento de la siempre festiva ciudad, tan sufridora de los escándalos Gürtel y Urdangarin. Vive vísperas falleras y lloran la reciente muerte de la madre de Rita Barberá. Ella está desconsolada y apenas se deja ver, como lo hizo Alfonso Rus, presidente de la Diputación, ofreciendo para el mes de septiembre la plaza de toros como nuevo escenario desfilador. “Esto tiene que seguir”, prometió a una Elsa Martínez, exdirectora de la alicantina Ciudad de la Luz, que también languidece como “plató de Europa”.

Todo son tristezas que constató Gael García Bernal al presentar película de ONG más idealizada que lo de Jesús Olmedo ofreciendo su ropa televisiva en mercadillo solidario contra la alteración del cromosoma 7. Lo arroparon Iván Sánchez, Elia Galera, Silvia Alonso y Norma Ruiz normalizando el desmadrado aire carnavalero donde, además de Carmen y su desfasado amorío o presunta ruptura matrimonial, fue tema que Paulina Rubio perdió el juicio donde reclamaba indemnización a Colate, hubo carcajadas porque proclamasen mejor película “en catalán” la Blancanieves que es muda –sorpresa, sorpresa, una catalanada– o que diesen el premio Gaudí honorífico a Montserrat Carulla, madre de la estupenda Vicky Peña, que apenas hizo cine, como no fuese colaborando esporádicamente. Y es que los despropósitos del Gobierno de Artur Mas van más allá de la independencia, como salta a la vista. Menudo carnaval.

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