Marmitón a tus marmitas

23 / 05 / 2013 10:50 Ignacio Vidal-Folch
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¡Gracias!

Es significativo, como una radiografía de su decadencia, que el país de Goya y Velázquez acabe destacando por sus cocineros.

Ya cuando el famoso cocinero Ferran Adrià ocupó la portada de la revista Time, donde se le calificaba como “el mejor artista español vivo”, sospeché que andábamos por mal camino. Cuando al mismo cocinero lo invitó la Documenta 12 como único artista español representado en la gran cita del arte contemporáneo, mis sospechas de que no íbamos bien se acentuaron. Y ahora que El Celler de Can Roca ha sido declarado –supongo que por la autoridad competente– el mejor restaurante del mundo, mi inquietud por el futuro de este viejo país se agrava. No me malinterpreten, yo sé que Adrià y los hermanos Roca son gente honesta, trabajadora y muy digna. Quizá sean incluso admirables. Pero me parece que es preocupante el hecho de que el país de Velázquez y Goya acabe destacando no por el ingenio y la creatividad de un artista plástico, ni por la innovación de un ingeniero o un científico deslumbrante, ni por el heroísmo de un bizarro militar... sino por los guisos de un marmitón. Sí, es preocupante y significativo, como una radiografía de nuestra decadencia, de la misma forma que la decadencia de la Roma antigua queda plasmada en la que se considera la primera novela de la historia –el Satiricón de Petronio–, en la escena en casa del rico esnob Trimalción, que sirve a sus invitados a un banquete unos platos delirantes.

Como cualquiera, a mí me gusta comer bien, pero tengo la molesta impresión de que un país que entroniza a los cocineros es por definición un país decadente, y cuando el mundo celebra a los nuestros, precisamente, comprendo que estamos condenados a ser por los siglos de los siglos un país de sirvientes, de restaurantes y hoteles, un país para las vacaciones, del que se dirá: “¿España? Un sitio cojonudo. Sol cada día, nos bañamos cada día, y ¡dios, qué bien se come!”. ¡Bah!

Con razón cuentan los ingleses aquel chiste: “¿Cómo hay que llamar a un español para que te escuche? Respuesta: ¡Camarero!”. Chiste de incierta gracia, muy propio de ese país de sadomasoquistas que... Dejémoslo. Volvamos al tema de las cocinillas: ahora la cosa ya ha llegado a unos extremos que yo calificaría de ridículos en el Centro Santa Mónica de Barcelona –que supuestamente se dedica al arte contemporáneo– con la representación de una “ópera gastronómica” titulada El somni (El sueño) donde se mezcla pintura y música con unos platos suculentos cocinados por los hermanos Roca, que varios personajes distinguidos se zampan en escena. Al día siguiente la prensa local se hacía eco de la admirable performance, tan “transgresora” que algunos de sus participantes declararon haber temido ir “demasiado lejos” mientras masticaban a dos carrillos.

Lo más curioso es que la “Ópera gastronómica” quizá sea la última actividad artística que se celebra en Santa Mónica: las autoridades han decidido cerrar el museo, que estaba endémicamente falto de financiación, y darle la patada a su director, Vicenç Altaió. Altaió es, por otra parte –lo digo sin ironía–, una persona muy culta, civilizada y eficaz. Quizá encuentre empleo de maître en algún comedero.

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