El enigmático señor Lu

05 / 01 / 2016 Ignacio Vidal-Folch
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Para mí, el libro sobre el señor Loo es el acontecimiento cultural del mes, o incluso del año

Cada vez que voy a escribir una columna me pregunto: ¿cuál es el acontecimiento cultural más importante de este mes? Nunca sé responderme. Lo que un día parece importante, al día siguiente resulta insignificante. Por eso al final hablo con usted, querido lector, de lo que a mí me importa. Y por eso hoy hablo del señor Lu (escrito “Loo”), traficante de arte chino. Para mí, el libro sobre el señor Loo es el acontecimiento cultural del mes, o incluso del año. En principio, porque yo mismo lo he traducido y tengo muy presente sus peripecias. Y en segundo lugar, porque Loo es un paradigma de cosas que están pasando ahora, un siglo después de que él comenzase a operar, a comerciar, a traficar. No está claro si fue un ladrón tremendo o un benefactor. O las dos cosas.

A principios del siglo XX, Loo llegó desde su mugrienta y miserable aldea natal a París, como criado ignorante, analfabeto, de un aristócrata que tenía ideas progresistas, un señorito que en seguida se puso al servicio de Mao Tse Tung y sus colegas. Pero el criado tenía una inteligencia práctica excepcional. Y mientras su amo se dedicaba a conspirar a favor de la revolución comunista que al cabo de pocos años le arruinó y le costó la vida a varios de sus parientes, Loo se dedicó a aprender los secretos del negocio de las antigüedades, a entender el gusto de los franceses, y a enriquecerse.

También hubo algunos mul-timillonarios moscovitas disconformes con las injusticias

del imperio ruso que financiaron a los bolcheviques, solo para verse inmediatamente expropiados, arruinados, asesinados por los comunistas. Lo cuenta Manuel Vázquez Montalbán en Moscú de la Revolución. El idealismo es un pariente próximo de la idiotez.

Pocos años después de llegar a París Loo ya se había cortado la larga coleta tradicional china, había sustituido el kimono (o como se llame aquel ridículo vestido oriental de seda) por un cómodo y elegante traje de tweed cortado a medida, se había casado con una francesita y había empezado a surtir de obras maestras del arte chino, que exportaba a los grandes coleccionistas y a los principales museos de Europa y de Estados Unidos.

Cuando los comunistas tomaron el poder en China, Loo fue acusado de ser el mayor pirata del arte de todos los tiempos y condenado a muerte in absentia. Ciertamente había desposeído a su patria de un patrimonio cuantioso y excepcional, en beneficio propio, pero al mismo tiempo es verdad que ese patrimonio, esas obras maestras, hoy pueden ser contempladas y admiradas en los museos occidentales, donde se las reverencia y preserva con infinito cuidado. Mientras que en China la Revolución Cultural destruyó todo lo que a juicio de los comunistas recordaba o exaltaba un pasado deleznable. Lo cual me hace pensar que ojalá el señor Loo hubiera llegado a Palmira antes que el Estado Islámico, y que a veces el interés egoísta de ciertos individuos particulares es más beneficioso que los adalides del pueblo llano.

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