Crimen en el paraíso

04 / 12 / 2013 13:53 Fernando Savater
  • Valoración
  • Actualmente 5 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • Tu valoración
  • Actualmente 5 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
¡Gracias!

El día que la comunidad internacional liquide los paraísos fiscales, los impuestos dejarán de ser una carga para los honrados y volverán a ser el fondo común del bienestar civilizado para todos.

Por poco que hayamos leído historias de los piratas del Caribe (si alguien es culpable de ignorarlas por completo puede saltarse esta página) no habremos olvidado la isla de la Tortuga. Es muy pequeña, está situada al noroeste de Haití y Colón la bautizó así porque uno de sus promontorios montañosos tiene al parecer forma de quelonio. Durante el siglo XVII fue un santuario de piratas y bucaneros, que se reunían en ella para descansar de sus correrías y festejar orgiásticamente el botín mal habido. Gozaba de una especie de estatuto anárquico que la favorecía como reputado refugio de malhechores y amparaba los tratos que allí se realizaban. Como tal aparece mencionada numerosas veces en relatos, películas... y en la historia pintoresca de la infamia, como diría Jorge Luis Borges.

Pues bien, hoy su papel de refugio de depredadores sin escrúpulos ha sido sustituido por otras islas como las Caimán, también caribeñas (de la Tortuga al Caimán, a eso se le llama progreso), y otra diversidad de lugares no obligadamente isleños pero que gozan de privilegios fiscales y opacidad tributaria que los convierten en asilo ideal de los filibusteros defraudadores del mundo entero. Son unos paraísos de la más baja calaña, a los que solo van los peores de entre nosotros, en vez de los mejores, al revés de lo que se ofrece en aquellos otros trascendentes propuestos por las religiones. Pero, a diferencia también de los celestiales, estos paraísos sabemos con toda certeza que existen; y que gozan de una sospechosa tolerancia por parte de las autoridades de los mismos países que predican con ahínco la honradez tributaria dentro de sus fronteras. Pasa igual que con aquella filibustera isla de la Tortuga: quienes conocen su existencia miran hacia otro lado y se encogen de hombros. Parecen pensar: “¿Quién sabe? A lo mejor mañana yo también decido ser pirata y me viene bien que haya un asilo para los ladrones y esquilmadores...”.

Si un día se aceptó sin mayor escándalo que hubiera en la isla de la Tortuga un santuario para los piratas es porque se asumía que la piratería era un mal inevitable mientras existiesen los barcos y las rutas comerciales de navegación. El día que autoridades más honradas y menos complacientes decidieron acabar con el refugio de los bucaneros comenzó el fin de la piratería clásica. Del mismo modo, los paraísos fiscales de hoy demuestran que se acepta como un mal necesario (es decir, un bien privado para unos cuantos) el fraude fiscal, a pesar de que se lancen hipócritas diatribas contra él desde los más respetables púlpitos. ¿Cómo creer entonces a esos mismos cuando aseguran que la sanidad o la educación públicas y otras formas de seguridad social son económicamente insostenibles ahora? En todo caso serán incompatibles con la vista gorda hacia los defraudadores o con la tolerancia hacia los chiringuitos más o menos exóticos donde encuentran asilo tras sus fechorías. El día que la comunidad internacional liquide efectivamente los paraísos fiscales, los impuestos dejarán de ser una carga para los honrados y volverán a ser el fondo común del bienestar civilizado para todos. Supondrá la extinción de ciertos tipos de tortugas y caimanes, pero no lo lamentaremos, porque hay especies que ni el más ecologista de nosotros quisiera perpetuar...

Grupo Zeta Nexica