El Papa de la tableta

13 / 12 / 2012 13:00 Elisa Beni
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Hemos pasado de la misa en latín y de espaldas a los feligreses a la liturgia con guitarras y en el idioma del pueblo, y de los códices gregorianos compartidos por el coro al iPad con el que Benedicto XVI se incorpora a las redes sociales, llevará su palabra a los jóvenes y hasta encenderá, vía satélite, el árbol de Navidad más grande del mundo, que es el de la localidad italiana de Gubbio.

El cardenal Ratzinger, considerado un martillo de herejes y un inquisidor contra los mártires de la teología de la liberación y otras interpretaciones en carne viva del Evangelio, ha sucumbido ante las sirenas de la modernidad tecnológica, siguiendo el criterio pastoral de que no hay que esperar sentado a que los conversos lleguen a pedir los papeles, sino que hay que introducirse en su mundo y predicar a tiempo y a destiempo. Se trata de una táctica aliada con la globalización y, en las condiciones psicológicas del Pontífice, todo indica que el Papado le quitó años en las oxidadas convicciones de quien, habiendo sido en su juventud un teólogo progre, amigo de Hans Küng y con un relevante papel en el Concilio Vaticano II, había derivado en un fiero guardián de un pasado de gótico y pergamino.

Hay que celebrar que el Papa se ponga al día en las nuevas tecnologías, algo que es cada día menos infrecuente en las personas de su edad. Y la celebración sería total si, tras esta operación, no hubiese un espectáculo mediático, sino una sincera opción por escuchar los problemas de la sociedad antes de dar consejos. No se trataría, pues, de agrandar el púlpito o de multiplicar los altavoces, sino de estar más atento, captando de primera mano lo que pasa en el mundo de creyentes o de ateos.

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