Pacto o elecciones

19 / 02 / 2016 Alfonso Guerra
  • Valoración
  • Actualmente 3.5 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • Tu valoración
  • Actualmente 3.5 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
¡Gracias!

Sánchez debe ser cuidadoso, no sea que por lograr un Gobierno necesario para alcanzar la estabilidad política, dé paso a una coalición más costosa para el país que la repetición de elecciones.

En España se oye hablar cada vez más de una segunda Transición. El concepto es obra de José María Aznar y ahora parece que se ha extendido entre muchos representantes políticos. El asunto es complicado de entender, pues en la teoría se conoce como transición política al tránsito de un régimen de dictadura a otro democrático, a un régimen de libertades. Si en 1977-78 se pasó de la dictadura del general Franco a una sociedad democrática, ahora, desde la democracia, ¿a dónde se quiere caminar?

Dejando a un lado la adivinanza de a dónde quieren caminar los partidarios de la segunda Transición, sí es posible reconocer ciertos elementos de semejanza entre aquel momento de la Transición y la situación política que vive el país. España está de nuevo en una encrucijada en la que no se conoce qué dirección habrá de tomar el país en el futuro.

Un país que durante tres décadas había dado muestras, en casi todos los ámbitos, de enderezar las carencias históricas de modernidad, con ampliación del bienestar de la inmensa mayoría de ciudadanos y el respeto internacional, está casi de improviso, en pocos años cayendo en una senda de desigualdad, con una insoportable incapacidad de ofrecer trabajo a millones de españoles, sometido a los continuos requerimientos de recortes de la Comisión Europea, con una grave amenaza de secesión y por fin, con una inestabilidad política a cuenta de los resultados electorales del pasado 20 de diciembre.

Si en 1978 los males que aquejaban al país tuvieron como respuesta el afán de pactos de los representantes políticos, a las dificultades de hoy se responde con la intolerancia, con posiciones disparatadas. Todos dicen interpretar las preferencias electorales como un mensaje claro de los españoles invitando, casi obligando, al pacto; pero casi nadie se pone a ello. Más bien se identifica pacto con traición, así aparecen las barreras que se ponen voluntariamente cada uno, los vetos y las líneas rojas. No aparece la voluntad de aproximación sino la de descalificación de los demás. Pongamos un ejemplo irrebatible. Todos hablan ya de la conveniencia, para algunos la necesidad, de la reforma constitucional, pero parece que no saben que esta sería imposible sin el concurso de, al menos, los dos más importantes partidos. Cualquier reforma de la Constitución exige 210 o 233 votos en el Congreso de los Diputados (según sean los títulos a modificar), aunque nuestra caótica historia constitucional aconseja alcanzar cifras de apoyo más importantes. Téngase en cuenta que en 1978 solo votaron en contra del texto 6 de los 350 diputados.

En la noche del 20 de diciembre todos sabíamos que o se lograba un acuerdo de dos o más partidos o habrían de convocarse nuevas elecciones. ¿Qué ha ocurrido desde entonces?

Como establece la Constitución, el Rey, jefe del Estado, convocó a los representantes de las fuerzas políticas y encargó la formación de Gobierno al líder de la fuerza política más votada. Y para sorpresa de muchos, el señor Rajoy declinó la responsabilidad, aunque solo unas horas antes había alardeado de que ofrecería a los grupos un programa al que no podrían negarse. Más tarde reivindicará su derecho a ser candidato a la investidura en unos términos que indican que ha perdido el sentido de la realidad. Ha dicho en Murcia: “Yo me presentaré a la investidura”, como si se tratara de unas oposiciones. No se da cuenta de que no se trata de pretenderlo sino de recibir el encargo del jefe del Estado.

Un ejemplo más que muestra cómo los dirigentes han perdido el contacto con la realidad es el mostrado por uno de los que inauguraban su presencia en las audiencias con el Rey, el representante de Podemos. Le explicó al Rey el Gobierno en el que él figuraría como vicepresidente. Más tarde lo anunció con detalle en una rueda de prensa. ¿Puede ser que alguien desconozca tanto las normas constitucionales y hasta el decoro personal?

¿Qué les está pasando a los políticos en España? Quizás están bajo el efecto del síndrome de hybris, una tendencia a no querer oír lo que no resulta grato, despreciando las advertencias de los adversarios y aun de los colaboradores. Su confianza ilimitada en sí mismo, su grado de complacencia con su actuación terminará por convencerle de su carácter de insustituible. El líder desarrolla una fuerte capacidad para engañarse a sí mismo, no viendo ni oyendo más que lo que sus aduladores le instilan complacientes.

Si las fuerzas políticas no llegan a acuerdos, si no pactan, las elecciones se repetirán. Todos niegan desear nuevas elecciones, pero algunos se conducen como si ese fuera su objetivo. El Partido Popular y el PSOE se niegan a conversar, el señor Rajoy llega a negar el saludo ante las cámaras al candidato presidencial. Pedro Sánchez ha pedido que no se le dé importancia, pero todos hemos contemplado el gesto de soberbia de quien no está en condiciones de demostrar orgullo propio ni desdén ajeno; Ciudadanos y Podemos se declaran incompatibles. Entonces, ¿es irremediable la repetición de elecciones? Sánchez está entregado a lograr un acuerdo, pero sabe la dificultad que entraña. En todo caso, le ennoblece que esté dispuesto a realizar el debate de investidura, al menos alguien intentará ofrecer al país un programa que pueda sacar a los españoles de la senda descendente en la que se encuentran.

El señor Rajoy, que tuvo el encargo y lo desdeñó, dice ahora que aspira a una nueva investidura, pero no cuenta con ningún socio. Su despectiva política durante los últimos cuatro años y su inmersión en un cenagal de corrupción (están implicados todos los que citó permanentemente como su modelo, Matas, Barberá, Rus, Camps, aunque supongo que algo le reconfortará que estén rodeando a la señora Aguirre, de ahí su dimisión).

Pedro Sánchez está haciendo esfuerzos por evitar la repetición de elecciones. ¿Puede lograrlo? Son muchos los que piensan que no será llevando a la mesa del Consejo de Ministros a los “novedosos” políticos de Podemos, que henchidos de vanidad declaran: “No confiamos en los aparatos del PSOE (…), nuestra presencia en el Gobierno, desde la vicepresidencia hasta los ministerios estratégicos que nos correspondan, es la mejor garantía de que su partido no les vuelva a defraudar [a las bases socialistas]”. Un partido viejo, a pesar de su presunción de novedad, que llama “búnker” a aquel con el que quiere asociarse, que desprecia la Transición, que apoya las tesis secesionistas no es un partido confiable. Podría votar la investidura a cambio de poder en el Gobierno, pero probablemente traicionaría cada día al partido asociado. Es la esencia de una formación que no cree en la democracia, véanse si no los vídeos en los que su dirigente exhorta a los suyos a preparar cócteles molotov y a estar preparados para tomar las armas.

La fuerza de los hechos es más poderosa que los nobles objetivos, así que si Pedro Sánchez logra la abstención de los ácratas conservadores de Podemos, será un triunfo, pero sumarlos al Gobierno es un riesgo demasiado fuerte para la democracia. Esta es la opinión más generalizada entre los votantes socialistas.

Es una posición política noble y práctica la de Pedro Sánchez, pone en evidencia el nulo deseo de pactar de algunos partidos, pero hay que contar con que sea cuidadoso a la hora de acordar con algunas fuerzas políticas, no sea que por lograr un Gobierno que necesita España para lograr la estabilidad política imprescindible, dé paso a un despropósito de coalición más costosa para el país que la repetición de elecciones.

Así las cosas, las salidas se reducen a dos: acuerdo parlamentario para apoyar la investidura o nuevas elecciones. Confiemos aún en que el sentido común sea convocado por los representantes políticos.

Grupo Zeta Nexica