Trump, Maduro y Puigdemont, el trío de la bencina

11 / 08 / 2017 Agustín Valladolid
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Hay demasiados ejemplos de medianías que alcanzaron de rebote el poder y provocaron destrozos irreversibles.

Carles Puigdemont en un pleno del Parlamento de Cataluña. Foto: Andreu Dalmau/EFE

Aunque hay comparaciones que pueden resultar desafortunadas, en ciertos momentos conviene testar coincidencias y disparidades en realidades políticas que se tienen por democracias, pero cuyos dirigentes actúan de forma desacorde con las reglas de juego que debieran regir en un régimen de libertades plenas. De ahí que sea del todo pertinente buscar parecidos entre las causas que han provocado un evidente deterioro del sistema democrático en lugares tan alejados entre sí como Estados Unidos, Venezuela y Cataluña. Expresado de otro modo y en forma de pregunta: ¿en qué se parecen los Estados Unidos de Trump, la Venezuela de Maduro y la Cataluña de Puigdemont?

Para empezar, en que son lugares ficticios. Ni los Estados Unidos de Trump son los Estados Unidos, ni mucho menos Venezuela es la que proclama Maduro o Cataluña, la que pretenden vendernos Puigdemont y Junqueras. Reconozcamos en cualquier caso que son ficciones parcialmente exitosas, con un nada despreciable respaldo de ciudadanos que han comprado de buena fe una mercancía fabricada a partir de la misma materia prima: la promesa de un mundo mejor. Un mundo pequeño, raquítico, pero feliz. Nacionalismo y populismo a partes iguales, una combinación imbatible en tiempos de crisis, pero construida sobre cuatro peanas fraudulentas: la mentira sistemática cuidadosamente revestida de verosimilitud, el menosprecio de la ley, el desdén hacia las minorías y el control del poder por parte de dirigentes que ocultan su mediocridad tras un disfraz de fanatismo.

No hay que despreciar nunca, como elemento de análisis, las circunstancias en las que alguien a quien no se espera accede a manejar los resortes del poder. Sin el sistemático falseamiento de la realidad, sin la utilización de ingentes recursos propagandísticos destinados a destruir al adversario y fabricar una verdad paralela, ninguno de estos quasimodos de la política estaría donde está. Gracias a ese ensueño engrasado con millones de dólares de una América incontaminada que recupera su liderazgo mundial, un tipo como Trump es el líder más poderoso de la Tierra. Un líder que es una vergüenza para los demócratas, tiene el dudoso mérito de haber conseguido dividir más que en ninguna otra época reciente a los norteamericanos y no ha sido capaz de aprobar en seis meses ni una sola ley. Una calamidad.

Y qué decir de Maduro. El antiguo guardaespaldas y conductor de autobuses es un buen ejemplo de hasta qué punto la elección equivocada del personaje más equivocado de los posibles puede destruir una tarea que tuvo su cara buena y llevar a una sociedad al borde del enfrentamiento civil. Y es que en la historia hay sobrados ejemplos de medianías que alcanzaron de rebote el poder y provocaron destrozos de los que los países sufrientes tardaron mucho tiempo en recuperarse. Sin ir más lejos, ¿les suena un tal Francisco Franco?

Políticos-marionetas

Carles Puigdemont estaba comprando en un supermercado de Gerona cuando recibió una llamada: “Carles, mañana te vamos a proponer como presidente de la Generalitat”. Era Artur Mas, ejerciendo de Hugo Chávez, eligiendo a su Maduro. Un don nadie, en términos políticos, a quien poder manejar. Una marioneta maleable que aceptara llevar adelante, entre otras cosas, un plan de encubrimiento de responsabilidades penales fruto de la corrupción. Un títere dispuesto a poner la cara y a abandonar la triste nómina del anonimato.

Al igual que importa el contexto en el que alguien fue nombrado, también es conveniente no subestimar los efectos que en el bienestar público puede llegar a provocar la elección de una mediocridad; alguien a quien se ofrece la oportunidad única de pasar a los libros de historia cuando su máxima aspiración, en circunstancias normales, no habría ido más allá de pretender que algún día le pusieran su nombre a una calle en las afueras de su ciudad natal.

El drama de Cataluña no es que esté hoy en manos de un grupo de radicales decididos a dinamitar las bases de una exitosa convivencia. Su desdicha es estar secuestrada, por primera vez, por una clase política cuya vulgaridad es superior a la del resto del Estado; por unos individuos de tan escasa inteligencia que no han tenido más opción que convertir algo tan complejo como la política en un mero acto de fe.

Plurinacionalidad

El lenguaje no es inocente

Desde que el 39º congreso del PSOE asumiera la plurinacionalidad de España como aspiración política destinada a facilitar un reajuste territorial en el que tuviera cómodo encaje Cataluña, las críticas, dentro y fuera del partido, no han dejado de escucharse. La más generalizada recuerda que el lenguaje no es inocente, y que el término “nación” implica derechos jurídicos cuya propiedad corresponde hoy al conjunto de los españoles.

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