Radicalismo en Cataluña

27 / 07 / 2016 Agustín Valladolid
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Aumenta la preocupación por las actitudes radicales de algunos jóvenes musulmanes residentes en España.

En el mundo hay entre 1.500 y 1.700 millones de musulmanes. Los cálculos más solventes coinciden en cifrar en unos 425 millones el número de ellos identificados como fundamentalistas partidarios de cubrir las acciones de los yihadistas. Aproximadamente una quinta parte de estos últimos, alrededor de 75 millones, está dispuesta a perpetrar actos terroristas, según un informe elaborado por Pew Research Center, Religion & Public Life, un think tank con sede en Washington que citan los periodistas Eduardo Martín de Pozuelo y Jordi Bordas en su libro Objetivo: Califato Universal.

Desde el atentado contra las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001, en Occidente estamos sufriendo con especial intensidad el impacto de esta realidad: más de 8.000 muertos desde entonces, de acuerdo con los datos que maneja la Global Terrorism Database. Un guarismo demencial, pero muy inferior al recuento que esta misma organización hace de las víctimas de la barbarie yihadista en los países musulmanes: unas 70.000 personas asesinadas entre aquella fecha y lo que llevamos de 2016.

Nada nuevo bajo el sol en países como Siria, Afganistán, Irak, India, Nigeria, Egipto, Túnez y otros en los que, como dicen Martín de Pozuelo y Bordas, sufren un 11-M casi a diario. Desde que existen estadísticas más o menos fiables, allá por 1948, alrededor de 11 millones de musulmanes han sido asesinados violentamente en sus países, la inmensa mayoría de ellos en enfrentamientos religiosos.

Es este, el fanatismo religioso, el factor sin el cual nada se entiende. El nexo de unión de organizaciones como el Estado Islámico (EI) y los mal llamados “lobos solitarios”. Como escribía Bernard-Henri Lévy tras el atentado de Niza, “se puede ser un soldado del nuevo ejército y no haber sido reclutado, ni adiestrado, ni siquiera contactado nunca”. Así es. El EI no pide el carné de terrorista cuando reivindica la acción criminal de alguien cuya existencia desconocía. Indaga sobre su origen y acoge en su seno al terrorista espontáneo porque entre sus normas está una que dice que pertenecer a la organización terrorista es solo cuestión de voluntad.

Internet ha convertido en prescindible el contacto físico; incluso el verbal. El mensaje yihadista llega a todas partes por centenares de vías. No hace falta ningún acto de fe. La coordinadora de la lucha contra el terrorismo yihadista en la Audiencia Nacional, la fiscal Dolores Delgado, lo ha descrito con claridad: “Internet y las redes sociales constituyen en sí mismas una herramienta terrorista material que marca un antes y un después de un terrorismo que se ha convertido en muy tecnológico”. Y en un terrorismo que casi actúa en tiempo real. Lo que Lévy ha llamado la “uberización” de “un terrorismo de proximidad y de masas: Daesh es el califato más Twitter”.

 

El caso catalán

Ya descubrimos que una de las batallas del EI es la de la comunicación. No hacen falta órdenes precisas, solo soflamas a través de las redes sociales. En Francia han golpeado con especial persistencia porque hay un caldo de cultivo contra el que nada se hizo durante décadas. Y porque es donde, de momento, más fácil lo tienen. En Francia hay unos seis millones de musulmanes, la mayoría pacíficos. Pero basta con uno. Como el refugiado afgano de 17 años que apuñaló el pasado lunes a cuatro personas en un tren al sur de Alemania.

En España aumenta la preocupación por las actitudes de algunos jóvenes musulmanes, especialmente en Cataluña. Durante mucho tiempo la política de los Gobiernos de la Generalitat fue favorecer el reagrupamiento familiar de personas de origen magrebí cuyos idiomas maternos eran el árabe y el francés. No se querían latinos que ya venían con el castellano aprendido y no iban a esforzarse por saber catalán. Hoy viven en Cataluña más de 600.000 musulmanes visibles, una tercera parte de los residentes en España; hay unos 75.000 paquistaníes y el número de mezquitas salafistas –desde donde se predica la conversión al islam de toda la humanidad por los medios que sea– ya alcanza las 68, aproximadamente la mitad de las detectadas en todo el país. En los colegios públicos cada vez son más frecuentes las actitudes radicales, como las de adolescentes que se niegan a dar la mano a una profesora por ser mujer o aquellos otros que piden a sus padres cambiar a una escuela que no sea mixta.

Nuestra realidad migratoria es muy distinta a la de Francia, pero eso ya no es garantía de nada. Y sin embargo, aún estamos a tiempo. La inteligencia y la represión de las conductas violentas no bastan. Hay que activar todos los mecanismos preventivos, empezando por las escuelas. Tampoco así estaremos a salvo, pero al menos habremos intentado frenar el alarmante deterioro de la convivencia que ya se detecta en algunos países y que puede conducirnos, como ha alertado Jean-Marie Colombani, a una nueva guerra civil en el corazón de Europa impulsada por la extrema derecha y con no poco apoyo popular.  

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