Por qué habrá Gobierno en octubre

11 / 10 / 2016 Agustín Valladolid
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De celebrarse nuevas elecciones, Pablo Iglesias se convertiría probablemente en líder indiscutido de la oposición

El PSOE está muerto. Eso dicen los enterradores. O los que aspiran a serlo. Ciertamente, el intento de suicidio del sábado de dolores madrileño estuvo muy cerca de culminar con éxito. A última hora, y aplicando todos los protocolos de reanimación conocidos, el enfermo recuperó y estabilizó las constantes vitales, aunque el parte médico emitido por el Comité Federal al final de la jornada no ocultaba la gravedad de lo sucedido. Esto no ha acabado. Una de las conductas propias de la esquizofrenia es la reincidencia, y los socialistas estarán largo tiempo en zona de alto riesgo.

No hay reality que se precie en el que  la desventura no ocupe un lugar de privilegio en el guion. Y es precisamente ese el mayor peligro del PSOE: asumir que forma parte de un libreto que han escrito otros; colaborar, consciente o inconscientemente, en el éxito de un docudrama en el que la militancia es ingrediente fundamental; mantener al herido grave al alcance de la morbosidad social, en lugar de aislado hasta que la recuperación sea completa. El Partido Socialista está en la UCI. Ahí debe pasar el tiempo necesario para volver a ser reconocible. Dejar en manos de una militancia entre atónita y furiosa la decisión sobre cuándo el enfermo debe ser dado de alta, es trazar una línea recta hacia la casi segura inmolación.

Dar por bueno el “no es no” de Pedro Sánchez a Mariano Rajoy, para ser fiel a los “principios” y calmar a una parte de los afiliados, nos conduciría a unas nuevas elecciones y sería lo más parecido a retirar al paciente la respiración asistida. La decisión de permitir gobernar a Rajoy no solo es inevitable; también resulta la más conveniente para la rehabilitación del socialismo patrio. No está claro que el PSOE siga siendo el partido que más se parece a España, pero sí que, en esta particular coyuntura, sus intereses se yuxtaponen más que nunca con los del país.

España necesita un Gobierno, y el hecho de que los socialistas no se puedan permitir terceras elecciones no debe alterar esa prioridad, machaconamente defendida con toda razón por Rajoy y la plana mayor del Partido Popular. La tentación de poner de rodillas al PSOE y, paralela o alternativamente, dejar pasar los muy ajustados plazos para una nueva investidura, no solo constituiría un intolerable ejercicio de hipocresía; demostraría una ceguera política que debiera descalificar como gobernante a quien tomara esa decisión.

Parlamento polarizado

El presidente en funciones tiene derecho a pedir unas mínimas garantías de estabilidad antes de comprometer la formación de un Gobierno solo apoyado por 137 diputados cuando, si nos atenemos a los últimos acontecimientos, muy bien podría superar ese número en caso de nueva cita con las urnas. Pero Rajoy también está obligado a actuar con coherencia y generosidad. Hay márgenes para ello. Para buscar fórmulas que refuercen la capacidad de maniobra del Gobierno sin necesidad de humillar a los socialistas. Entre otras razones, porque un exceso de ambición que conduzca a las terceras elecciones en menos de un año sería letal para su credibilidad
–dentro y fuera de nuestras fronteras– y, por encima de cualquier otra consideración, podría alterar de manera irreversible el equilibrio político español, para inquietud de nuestros socios europeos y de otros continentes.

Obviamente, me refiero a la cuasi certeza de que, de convocarse elecciones generales el 18 de diciembre, Podemos se convertiría en el partido de la izquierda más votado y Pablo Iglesias en el líder indiscutible e indiscutido de la oposición. ¿Es eso lo que quiere Rajoy? ¿Un Parlamento en el que la distancia entre Gobierno y oposición sea casi siempre insalvable; en el que no haya posibilidad alguna de pactar los grandes temas de Estado? Nada está al cien por cien decidido. Incluso podría ser que hubiera ya alguien encargado de dibujar sobre el papel este escenario, enumerando pros y contras, subrayando entre los primeros la hipótesis de una cómoda mayoría absoluta con Ciudadanos, pero destacando entre los segundos el extraordinario riesgo de un Parlamento más polarizado y más enfrentado que nunca en un momento en el que lo previsible es que el independentismo catalán nos conduzca a una situación de emergencia nacional.

Las causas por las que es urgente la formación de Gobierno no han cambiado. Sí lo han hecho las circunstancias de los partidos en liza. El PSOE ha visto cómo la lucha interna por el poder ha menguado de forma alarmante sus expectativas. El PP y Podemos las han mejorado en parecida proporción. Si hay elecciones, los que las provoquen quizá logren aplastar a los socialistas, pero habrán demostrado, en contra de lo reiterado en estos meses, que la última de sus preocupaciones es el interés general. 

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