Objetivo: desjunquerizar Cataluña

25 / 09 / 2015 Agustín Valladolid
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Desmontar la ficción nacionalista será la prioridad tras el 27-S, porque en las generales se contarán los votos de Cataluña

Oriol Junqueras no tiene nada en común con Jim Carrey, pero sí con uno de los papeles más celebrados del actor norteamericano, el de Truman Burbank, personaje protagonista de El show de Truman, la excelente película sobre los realities dirigida por Peter Weir. Junqueras es una mezcla de Truman, consciente en este caso del juego que le ha tocado en esta función, y Christof (Ed Harris), el productor que sitúa bajo una gigantesca cúpula una ciudad ficticia, una realidad virtual que poco tiene que ver con la vida cotidiana, pero que encandila a millones de espectadores.

La Cataluña virtual que nos pinta Junqueras no habría sido posible sin la activa participación del otro productor de la serie El procés, Artur Mas. Ya nos hemos acostumbrado, pero no por ello deja de ser llamativa la complicidad de dos políticos tan distintos y con intereses tan contrapuestos como Mas y Junqueras. Ni siquiera en política es posible mantener por mucho tiempo pactos entre gentes que defienden en lo esencial posiciones antagónicas. Uno y otro lo saben, uno no se fía del otro y viceversa, pero seguirán juntos mientras no se pinche el globo.

Josep Borrell y Joan Llorach apuntan en el libro Las cuentas y los cuentos de la independencia una de las principales razones por las que el mito de un Estado catalán liberado del yugo español sería más próspero y libre: “La venta de esta fábula a la opinión pública ha sido un éxito de comunicación política para los independentistas, especialmente por incomparecencia del contrario”. Millones de euros destinados a construir el decorado en el que desarrollar la ficción de una nueva Arcadia en la que los catalanes serían más ricos y más felices; y, por supuesto, a fomentar la idea de que todo eso únicamente es posible si Cataluña rompe con España, como si desmontar una realidad de siglos fuera la solución mágica.

Mucho antes de que Artur Mas convocara las elecciones autonómico-plebiscitarias el independentismo había ganado la primera y crucial batalla al construir, sin apenas resistencia intelectual, un imaginario que en un tiempo récord multiplicó exponencialmente el número de adhesiones.

Radicalización de posiciones. El resultado es una Cataluña partida en dos en la que una buena parte de su población se ha junquerizado hasta el extremo de compartir con el líder de ERC afirmaciones como esta: “Aunque el Estado español fuese el más democrático, el más próspero, el más justo y el más simpático del mundo, seguiría pidiendo la independencia por una cuestión de dignidad”. Que un dirigente político no solo no sea amonestado por simplezas como esta, sino que, muy al contrario, reciba multitud de apoyos de sus paisanos, demuestra que para muchos catalanes hace tiempo que los argumentos dejaron de tener valor. Y es ahí donde radica el verdadero problema.

Lo previsible es que de aquí a las elecciones generales asistamos a una radicalización de las posturas más extremas, un escenario en el que las posiciones intermedias –todas contrarias a la independencia, pero partidarias en su mayoría de encontrar un nuevo encaje de Cataluña en España– corren el riesgo de quedar aplastadas. Mariano Rajoy no está en condiciones de mostrarse débil frente al secesionismo si quiere mejorar sus expectativas electorales. Mas, Junqueras y la CUP, si alcanzan la mayoría absoluta, van a incrementar la presión hasta extremos difícilmente soportables, conscientes de que en las generales también se cuentan votos, y puede que el recuento, después de tres meses de inestabilidad política, probable degradación económica y previsibles tensiones internas en el frente soberanista, no les sea tan favorable.

La pregunta para la que ya debería haber respuesta es: ¿qué hacer de aquí al 20 de diciembre? En primer lugar, seguir desmontando, con datos y argumentos, como han hecho Borrell y Llorach, la junquerización de Cataluña, ese mundo idílico que el dirigente de ERC dibuja protegido por una cúpula de metacrilato a la que llama dignidad. Pero lo esencial es construir un nuevo discurso que sea atractivo para la mayoría de catalanes. Las encuestas pronostican serias dificultades para que Partido Popular y PSOE sean capaces de formar un Gobierno estable. Sin embargo, el paso fundamental, una reforma de la Constitución que reedite el espíritu del 78, no será posible sin el acuerdo entre ambos, sea cual sea el resultado de las generales. Cuanto antes empiecen a hablar de ello populares y socialistas, antes contaremos con instrumentos para desmontar el show de Mas y Junqueras.

Contra la junquerización de Cataluña solo hay un camino: incorporar a los catalanes a un nuevo proceso de renovación democrática, porque si alguna tierra ha demostrado a lo largo de la Historia capacidad para construir complicidades a partir de la racionalidad y no de la ficción, esa es Cataluña.

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