La tercera vía era Euskadi

30 / 11 / 2016 Agustín Valladolid
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Si el lendakari vasco no se llamara Íñigo Urkullu sino Artur Mas, la situación hoy en el País Vasco sería muy distinta.

 

¿Primarias? ¿What primarias? En la Conferencia Política de 2015 María Dolores de Cospedal declaró con cierta solemnidad lo siguiente: “Todos los populares, y cuando digo todos digo todos, deberían poder participar de forma directa en elegir a nuestros presidentes provinciales, regionales y nacional, y con esta última elección decidir simultáneamente que esa persona elegida sea también el candidato a la Presidencia del Gobierno”. Debe de ser verdad eso de que el tiempo todo lo cura; o que un año en situación de precariedad política hace que las cosas se vean de otra manera.

No habrá primarias en el PP. No ya primarias a la francesa, esto es, abiertas a la participación de cualquier ciudadano, sino tampoco a la española, un militante, un voto. Mariano Rajoy no quiere ni un experimento que pueda desestabilizar a un Gobierno demasiado expuesto y que habrá de abordar asuntos de la máxima trascendencia en la recién estrenada legislatura. Por razones similares, tampoco habrá modificación de la ley de partidos –al menos por ahora–, con la anuencia de Ciudadanos, que ya no considera prioritaria tal reforma. Sí habrá debate sobre posibles cambios en la legislación electoral, pero sin prisa. La conveniencia de contar con el apoyo del PNV a los Presupuestos puede retrasar sine die una reforma que, entre otras cosas, se ha fijado como objetivo principal dar más valor al voto, independientemente del lugar donde se ejerza ese derecho, y por lo tanto reducir el plus de representación electoral nacionalista en el Congreso de los Diputados.

Pero Euskadi reclama protagonismo. Fue probablemente el gran olvidado del marianismo asentado en la mayoría absoluta, y ahora quiere recuperar el tiempo perdido. Íñigo Urkullu es lo más cercano a la médula del pragmatismo nacionalista. Su éxito en las autonómicas le ha reforzado como líder de una tercera vía muy alejada del aventurerismo catalán. Si en su lugar hubiera estado un tal Artur Mas, hoy el pacto PNV-Bildu, mayoría absoluta en la Cámara vasca, sería un hecho, y el panorama, con un Ejecutivo en Madrid en minoría, perfectamente descriptible. Pero Urkullu ha elegido a los socialistas como compañeros de viaje.

 

Alianza a tres bandas

La combinación PNV-PSE de siempre ha sido la preferida por los vascos. Podría decirse que, en este caso, es ante todo una alianza de conveniencia múltiple. Es útil, por mucho que despotriquen los esencialistas de siempre, para el Gobierno de la nación, porque desactiva una posible vía de reivindicación radical, ratifica la preeminencia de la ley y pone en evidencia las torpezas y el camino sin salida elegido por el nacionalismo catalán. Para el propio PNV, porque estrecha el espacio de Bildu y Podemos, le confirma como un partido transversal, de Gobierno y, en contraposición a sus colegas de Cataluña, de pública utilidad. Si remata la faena con un acuerdo provechoso en Madrid, todavía más. Y, por último, para los socialistas vascos porque les ofrece una nueva oportunidad de reengancharse a la realidad de Euskadi –a la que llevan dando la espalda demasiado tiempo– tras los catastróficos resultados electorales. Entrar en el Consejo de Gobierno tras haber quedado relegado al cuarto lugar en las elecciones vascas es algo más que un premio de consolación. Es la distancia que hay entre ser o no ser en la política vasca. Ahora todo dependerá de lo que sean capaces de hacer en el capítulo de la renovación interna, eterna asignatura pendiente de los lópeces, Ares y compañía.

Por contra, apartado de reproches, al PSE no se le puede aplaudir por su delicadeza con la actual dirección del partido, por muy provisional que sea. La premeditada marginación de la gestora durante el proceso negociador aleja la posibilidad de reedición de un nuevo pacto del Betis entre los socialismos vasco y andaluz. En el terreno de la diplomacia y de la recuperación de complicidades, Idoia Mendia ha demostrado sus carencias, o su excesiva obediencia debida a un tutelaje, el de los ya citados lópeces, responsable de que los socialistas hayan pasado de ser un partido central a ocupar una esquina de la representación política vasca.

Por lo demás, el acuerdo entre ambos partidos, convalidado unánimemente por sus respectivas direcciones, abre la puerta a la que no es en absoluto una cuestión menor: que sean tres partidos respetuosos con la ley los que se den la oportunidad de conducir el último tren con estación término en la disolución de ETA. Y no es asunto menor, porque este sigue siendo uno de los grandes temas pendientes, y porque estamos ante una oportunidad única, de responsabilidad compartida, cuya complejidad requerirá amplios consensos y que debe ser gestionada por dirigentes políticos poco sospechosos de connivencia con los violentos. 

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