La reválida de la generación política del 78

08 / 11 / 2016 Agustín Valladolid
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Será la voluntad percibida de regeneración la que defina si los partidos tradicionales son útiles o están amortizados.

La primera pista seria sobre la sinceridad de la vocación reformista de Mariano Rajoy nos la va a dar la composición de su nuevo Gobierno. Tanto en lo que se refiere a caras, como a estructura. La trayectoria, personalidad e incluso la edad de los ministros, de los que se estrenan y de los que repiten, son elementos relevantes que permiten confiar en el cumplimiento de las promesas y anuncios públicos realizados por el candidato durante la campaña electoral y el debate de investidura o, por el contrario, ponerlo seriamente en duda.

Especial relevancia cobra la composición del Consejo de Ministros de un país cuando el partido que lo sustenta no tiene la mayoría en el Parlamento, como es el caso. De ahí que los elegidos por Rajoy para pilotar la nave a partir de ahora deberán pasar obligadamente por la prueba de ser en mayor o menor grado convalidados por sus socios preferentes, el partido de Albert Rivera. La siguiente prueba, para hacernos una idea aproximada acerca de su potencial perdurabilidad, está directamente relacionada con la reacción que el nuevo equipo provoque en el Partido Socialista.

En esta nueva fase de geometría variable que ahora arranca, la capacidad de los gestores políticos para concitar complicidades va a ser uno de los factores que determinarán tanto la duración como la utilidad de esta legislatura. Por otro lado, se sabe que la necesidad es la madre de la invención, y necesidades hay muchas. Está la de quienes necesitan tiempo para reconstruir un proyecto político que se tambalea, y para intentar demostrar que su decisión de abstenerse fue buena para el país; y la de aquellos que se han convertido en la muleta correctora de un PP muy debilitado y que ahora han de exigir el cumplimiento de los compromisos firmados si quieren tener un futuro que contar a sus nietos.

Las dificultades son extraordinarias, pero también lo es la oportunidad. La XII Legislatura puede ser también breve o larga y fructífera. Yo me inclino por pensar que hay más posibilidades de que suceda lo segundo. ¿Por qué? Pues fundamentalmente porque es lo que necesita que pase casi todo el mundo. Incluido el PP, aun siendo verdad que si se lo ponen muy difícil puede caer en la tentación de cerrar el quiosco antes de tiempo para buscar una posición más confortable. Pero el presidente sabe que su partido también necesita tiempo. Para: 1) cerrar el capítulo corrupción; 2) celebrar el congreso aplazado y generar un delfinato fiable; y 3) abordar de una vez por todas la regeneración de fondo y formas pendiente, demostrando que sabe gobernar dialogando y que se ha deshecho de la caspa ganándose el derecho de formar parte del club de los grandes partidos de la derecha liberal europea.

Reforma de los partidos

A casi todos interesa que esta legislatura, marcada en su arranque por el desgarro de los socialistas, coja velocidad de crucero y empiece a ser percibida como un periodo de cambios para bien. La gran prueba que hay que afrontar es la que podríamos llamar la reválida de la Transición, de la generación política del 78, que deberá evidenciar que todavía tiene cosas que decir y, sobre todo, que es capaz de pilotar sin sobresaltos ni riesgos inútiles la transformación social en la que ya está embarcada el país. Los 150 compromisos pactados por PP y Ciudadanos son un buen punto de partida. La consecución de los pactos nacionales planteados en materia de educación, empleo, Europa, energía, violencia de género, agua o I+D+i, justificarían sobradamente toda la legislatura. Pero por encima de estos propósitos, serán otras las cuestiones que determinarán el éxito o el fracaso de la operación.

Será el cumplimiento del paquete de medidas regeneradoras el que incline la balanza, lo que determine si los partidos tradicionales siguen siendo instrumentos de pública utilidad o hay que darles definitivamente por amortizados. En este sentido, es prioritario convertir en realidades inmediatas las propuestas para garantizar la independencia de los órganos reguladores, la reforma del régimen electoral, la aprobación de un Estatuto de la Agencia Tributaria que garantice su independencia o, entre otros, la reforma del reglamento del Congreso de los Diputados. Pero la clave de bóveda de la regeneración, estará estrechamente asociada a la profundidad con la que se aborden los cambios en el funcionamiento de los partidos políticos.

La reforma de la ley de partidos será la prueba ciudadana que certifique, por encima de otras, el renacimiento o la defunción del modelo político según el cual se construyeron las vigas maestras de la democracia posfranquista. Y, en este sentido, conviene advertir sobre el riesgo que supone que lo acordado entre PP y Ciudadanos en esta materia sea tan solo un catálogo de buenas intenciones que peca de inconcreción. Esperemos que cuando llegue el momento de desarrollarlo, sean mucho más concretos y ambiciosos. Les va –y nos va– mucho en ello. 

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