La libertad de voto como vía de escape

20 / 07 / 2016 Agustín Valladolid
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Si Rajoy y Rivera hacen su trabajo, Sánchez lo tiene fácil: libertad de voto a sus diputados y coherencia a salvo.

Unos días antes de que asistiéramos al bis de las elecciones generales, escribí en estas páginas un artículo titulado “Casi todo vale, excepto repetir elecciones”. Si los socialistas volvían a tener la llave, decía entonces, nadie entendería que, como el “niño malcriado al que le han dado un azote, se fueran a llorar a un rincón desentendiéndose de la gobernabilidad”. Pues bien, de momento, y después de lo visto en el último Comité Federal del PSOE, allí están precisamente, en el recoveco donde custodian la coherencia, esa a la que Antonio Hernando recurre para explicar su “no” a Mariano Rajoy, porque “si cambiamos de opinión vamos a perder toda nuestra credibilidad”. Como si la credibilidad de un partido que se supone mantiene su vocación de Gobierno nada tuviera que ver con las necesidades del país.

“No se puede decir una cosa y a los quince días otra”, ha dicho Hernando. Depende. Si en el transcurso de esos quince días has perdido cinco diputados, y la distancia que te separa del partido ganador ha pasado de 33 a 52 escaños, no solo puedes decir otra cosa, sino que probablemente estás en la obligación de cambiar el discurso; salvo que la decisión hubiera sido cambiar a las personas, que no parece ser el caso.

Decir no a Rajoy, no a Podemos y no a la repetición de elecciones, no es coherencia, es un ejercicio difícil de calificar. Con sus tres negaciones, el PSOE se ha convertido en el San Pedro de la política española. Lo que falta por ver es cuándo veremos brotar las primeras lágrimas de arrepentimiento. Porque las lágrimas llegarán, que nadie lo dude. En forma de acuerdo, de maniobra de autodefensa o de pronunciamiento responsable. O de todo a la vez. Pedro Sánchez no tiene alternativa. El resultado electoral le ha dejado sin vías de escape. El 20-D tenía la llave de la gobernabilidad, pero al menos estaba fuera de la sala blindada y conservaba una cierta capacidad de maniobra. Tras el 26-J, sigue teniendo la llave en su poder, pero ahora las urnas le han empujado hacia dentro, y ya no queda otra para salir airoso del trance que abrir la puerta y dejar paso.

Sánchez, dicen, es consciente de ello, y lo que quiere es cargarse de razones para que cuando dé vía libre a un Gobierno del PP la decisión se perciba precisamente como un acto de responsabilidad, y no otra cosa. Descartadas la gran coalición y un gran pacto que incorpore el voto afirmativo de los socialistas a la investidura de Rajoy, quedan dos hipótesis visibles y viables: una, la abstención del conjunto del Grupo Socialista o parte de sus miembros –media docena o 23, según Ciudadanos vote a favor de Rajoy o se abstenga–; dos, la graciosa concesión de la libertad de voto a los diputados socialistas; quién dijo miedo.

¡Peligro, elecciones!

El préstamo de 6 o 23 diputados es una decisión de partido, y como tal solo posible si mediara un acuerdo de mínimos sobre una serie de reformas a abordar con urgencia en los bloques de regeneración política, Europa y reforma constitucional. Y no mucho más (sin un gran pacto de legislatura en el que todo quede fijado, el PSOE no puede comprometer su apoyo en otras materias, y menos en la económica, que es donde tendría margen para hacer oposición). Pero si ni eso fuera posible, si PP y PSOE fueran incapaces de alcanzar unos acuerdos básicos, a Pedro Sánchez solo le quedaría una salida para escapar del bucle perverso en el que se habría enredado y salir vivo de la cámara acorazada: permitir la libertad de voto de su grupo parlamentario.

El pulso mantenido por Pedro Sánchez y Albert Rivera para sacar de la escena a Mariano Rajoy ha fracasado. El 26 de junio el presidente en funciones retuvo en su poder el dispositivo nuclear cuya activación provocaría la convocatoria de unas nuevas elecciones. Una tercera y peligrosa rotonda en la que PSOE y Ciudadanos serían los principales candidatos a ser atropellados. Rivera da muestras de fatiga. Necesita sentar cuanto antes la cabeza. Si no propicia la formación de un Gobierno habrá puesto en riesgo su proyecto. De ahí que lo previsible es que cuando llegue el momento Rajoy cuente con el apoyo de Ciudadanos, por activa o por pasiva. Será entonces cuando a Sánchez y a Hernando aquello de “qué parte del no no ha entendido Mariano Rajoy” les podría parecer una broma pesada. Será en ese momento cuando tendrían que elegir la salsa para mejor deglutir tantas y tantas raciones de coherencia.

Pedro Sánchez se ha demostrado un extraordinario defensor de la democracia directa. Si Rajoy y Rivera hacen su trabajo, el líder socialista no tendrá excusa: cancelando en ocasión tan trascendente la disciplina de grupo podrá salvaguardar a un tiempo sus principios y el interés general del país. Ya habrá quien se encargue de que salgan los números. 

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