Ganar las elecciones, perder el Gobierno

22 / 06 / 2016 Agustín Valladolid
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La mayoría de los que se declaran indecisos pertenece a lo que se llama centro, que sigue siendo determinante.

Una de las conclusiones más llamativas de las últimas encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) es que este país sigue siendo esencialmente de centro. Con matices y apellidos, pero de centro. A pesar de los pesares. Y, por consiguiente, el veredicto de los que componen eso que se conoce como centro sociológico, en la elección del Gobierno de turno, sigue siendo decisivo. Hasta Pablo Iglesias parece haber asumido tal evidencia, y su equipo de analistas le ha preparado un guion de campaña que suaviza de manera a veces increíble, de no creer, sus aristas, y persigue arañar en ese espectro ciudadano los votos necesarios para completar su operación sorpasso.

La información recogida en el último barómetro del Centro indica que un 32% de los electores van a decidir su voto durante la campaña, un número que, a tenor de las décimas por las que se va a dilucidar el último diputado en un buen puñado de provincias, va a ser sin duda decisivo. Incluso el primero en algunos casos, porque de ser verdad tamaño nivel de incertidumbre resultaría que unos ocho millones de españoles, descontada la abstención, no saben aún qué papeleta acabarán eligiendo. No obstante, el CIS nos da alguna pista sobre las alternativas que hacen dudar a los sufridos electores, y resulta que las vacilaciones de la gran mayoría de ese 32% se enmarcan en opciones de centro.

Concretamente, un 9,4% no sabe si votará al PP o al PSOE; un 8,9% duda entre el PSOE y Ciudadanos; y un 10% entre PP y Ciudadanos. Es decir, un 28,3% de los españoles de la zona templada será quien dicte sentencia electoral. “La fuerza del centro”, viejo eslogan de la Transición, sigue casi intacta, y será aquel que mejor sepa conectar con esa gran masa del censo quien más tenga que celebrar el 26-J. Hay otros datos que refuerzan esta tesis y que han sido estudiados convenientemente por los equipos de los distintos líderes políticos (con desigual fortuna, como luego veremos).

Rivera hace de Sánchez. Un ejemplo es el cuadro de autoubicación ideológica, que sitúa la media en 4,67 en una escala de 1 a 10, siendo 1 la extrema izquierda y 10 la extrema derecha. Los españoles, según propia confesión, son centristas con una leve corrección progre. Lo extraordinario, con la que ha caído, es que esto viene siendo así, con levísimas variaciones, desde tiempos inmemoriales, por lo que no es aventurado pensar que no es que el país se haya radicalizado, sino que son sus representantes los que siguen sin realizar una correcta interpretación de lo ocurrido en estos años, dictamen que parece más que evidente en el caso del PSOE.

En la macroencuesta del CIS los ciudadanos puntúan al PSOE con 4,60 en la citada escala ideológica. Es, por tanto, el partido que en teoría más debiera conectar con la sensibilidad política del español medio, según sus votantes y los que no lo son. Los que aún dudan si inclinarse por Pedro Sánchez u otro se reparten del siguiente modo: un 7,5% entre él y Pablo Iglesias; y un 18,3% entre él, Mariano Rajoy y Albert Rivera. Conclusión: tiene mucho más que ganar virando al centro que a la izquierda. ¿Y qué hace Sánchez, a pesar de las recomendaciones recibidas?: echar cuentas, no arriesgar, alejarse de la franja templada, acercarse a Podemos. Se vio en el debate del 13 de junio. Sánchez repitió hasta aburrir eso de que no tenemos un Gobierno progresista porque los extremos Rajoy e Iglesias (casualmente ahí estaban colocados), no han querido. Pero a Iglesias apenas le rozó, quien hizo el papel de Sánchez distanciándose claramente del líder de Unidos Podemos no fue el secretario general del PSOE, sino Albert Rivera.

Y sí, las cuentas de Sánchez pasan por que si el PSOE alcanza en estas elecciones un diputado más que Podemos el secretario socialista intentará ser presidente del Gobierno con el apoyo de Iglesias, aunque este ya le ha avisado: no se cuentan los escaños, sino los votos. Ese es el objetivo, evitar el sorpasso y llegar a Moncloa, aun a costa de abrir una grave crisis interna. Porque no es descartable la rebelión, que un elevado número de diputados críticos con Sánchez no apoyen un Gobierno PSOE-Podemos. Esa es la gran preocupación de no pocos socialistas, que casi preferirían un escenario en el que su partido no tuviera más remedio que abstenerse y diera paso a un proceso de profunda reflexión y renovación. Los españoles quieren cambio, y radical en algunos aspectos, pero más en la forma de hacer política, que en democracia es también el fondo, que en las líneas maestras de la gestión política. No quieren aventuras, pero sí reformas, y no tienen claro quién entre los candidatos posee el antídoto contra el aventurerismo. Esto es, al menos, lo que señala la radiografía sociopolítica del CIS: el centro sigue siendo la opción mayoritaria y, en conjunto, va a ganar las elecciones, pero puede perder el Gobierno. 

Una de las conclusiones más llamativas de las últimas encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) es que este país sigue siendo esencialmente de centro. Con matices y apellidos, pero de centro. A pesar de los pesares. Y, por consiguiente, el veredicto de los que componen eso que se conoce como centro sociológico, en la elección del Gobierno de turno, sigue siendo decisivo. Hasta Pablo Iglesias parece haber asumido tal evidencia, y su equipo de analistas le ha preparado un guion de campaña que suaviza de manera a veces increíble, de no creer, sus aristas, y persigue arañar en ese espectro ciudadano los votos necesarios para completar su operación sorpasso.

La información recogida en el último barómetro del Centro indica que un 32% de los electores van a decidir su voto durante la campaña, un número que, a tenor de las décimas por las que se va a dilucidar el último diputado en un buen puñado de provincias, va a ser sin duda decisivo. Incluso el primero en algunos casos, porque de ser verdad tamaño nivel de incertidumbre resultaría que unos ocho millones de españoles, descontada la abstención, no saben aún qué papeleta acabarán eligiendo. No obstante, el CIS nos da alguna pista sobre las alternativas que hacen dudar a los sufridos electores, y resulta que las vacilaciones de la gran mayoría de ese 32% se enmarcan en opciones de centro.

Concretamente, un 9,4% no sabe si votará al PP o al PSOE; un 8,9% duda entre el PSOE y Ciudadanos; y un 10% entre PP y Ciudadanos. Es decir, un 28,3% de los españoles de la zona templada será quien dicte sentencia electoral. “La fuerza del centro”, viejo eslogan de la Transición, sigue casi intacta, y será aquel que mejor sepa conectar con esa gran masa del censo quien más tenga que celebrar el 26-J. Hay otros datos que refuerzan esta tesis y que han sido estudiados convenientemente por los equipos de los distintos líderes políticos (con desigual fortuna, como luego veremos).

Rivera hace de Sánchez

Un ejemplo es el cuadro de autoubicación ideológica, que sitúa la media en 4,67 en una escala de 1 a 10, siendo 1 la extrema izquierda y 10 la extrema derecha. Los españoles, según propia confesión, son centristas con una leve corrección progre. Lo extraordinario, con la que ha caído, es que esto viene siendo así, con levísimas variaciones, desde tiempos inmemoriales, por lo que no es aventurado pensar que no es que el país se haya radicalizado, sino que son sus representantes los que siguen sin realizar una correcta interpretación de lo ocurrido en estos años, dictamen que parece más que evidente en el caso del PSOE.

En la macroencuesta del CIS los ciudadanos puntúan al PSOE con 4,60 en la citada escala ideológica. Es, por tanto, el partido que en teoría más debiera conectar con la sensibilidad política del español medio, según sus votantes y los que no lo son. Los que aún dudan si inclinarse por Pedro Sánchez u otro se reparten del siguiente modo: un 7,5% entre él y Pablo Iglesias; y un 18,3% entre él, Mariano Rajoy y Albert Rivera. Conclusión: tiene mucho más que ganar virando al centro que a la izquierda. ¿Y qué hace Sánchez, a pesar de las recomendaciones recibidas?: echar cuentas, no arriesgar, alejarse de la franja templada, acercarse a Podemos. Se vio en el debate del 13 de junio. Sánchez repitió hasta aburrir eso de que no tenemos un Gobierno progresista porque los extremos Rajoy e Iglesias (casualmente ahí estaban colocados), no han querido. Pero a Iglesias apenas le rozó, quien hizo el papel de Sánchez distanciándose claramente del líder de Unidos Podemos no fue el secretario general del PSOE, sino Albert Rivera.

Y sí, las cuentas de Sánchez pasan por que si el PSOE alcanza en estas elecciones un diputado más que Podemos el secretario socialista intentará ser presidente del Gobierno con el apoyo de Iglesias, aunque este ya le ha avisado: no se cuentan los escaños, sino los votos. Ese es el objetivo, evitar el sorpasso y llegar a Moncloa, aun a costa de abrir una grave crisis interna. Porque no es descartable la rebelión, que un elevado número de diputados críticos con Sánchez no apoyen un Gobierno PSOE-Podemos. Esa es la gran preocupación de no pocos socialistas, que casi preferirían un escenario en el que su partido no tuviera más remedio que abstenerse y diera paso a un proceso de profunda reflexión y renovación. Los españoles quieren cambio, y radical en algunos aspectos, pero más en la forma de hacer política, que en democracia es también el fondo, que en las líneas maestras de la gestión política. No quieren aventuras, pero sí reformas, y no tienen claro quién entre los candidatos posee el antídoto contra el aventurerismo. Esto es, al menos, lo que señala la radiografía sociopolítica del CIS: el centro sigue siendo la opción mayoritaria y, en conjunto, va a ganar las elecciones, pero puede perder el Gobierno. 

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