Esto ya no va de matemáticas

06 / 07 / 2016 Agustín Valladolid
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Tras el 20-D todos antepusieron sus tácticas partidarias al objetivo de formar un Gobierno estable. ¿Repetimos?

“Con Rajoy por lo menos teníamos Gobierno”. Más allá de miedos y explicaciones pretendidamente profundas sobre las causas del para muchos sorprendente resultado electoral del 26-J, esta frase, escuchada en sus múltiples variantes tras la fracasada investidura de Pedro Sánchez, es la que mejor explica lo ocurrido. Porque se trata de eso, de tener un Gobierno que en la medida de lo posible sea reflejo de la voluntad de los españoles, pero que, sobre todo, gobierne.

El relativo fracaso de Ciudadanos es un buen reflejo de este sencillo corolario. Ahora se comprueba que una porción significativa del electorado votó a Albert Rivera para forzar un proceso de transformación en el centro-derecha español, no para que este se enredara en una estéril operación rescate de Pedro Sánchez. O sea, para que apoyara con las condiciones que considerara oportunas al partido más votado, no para que, desde 83 plantas más abajo (123 escaños contra 40), jugueteara con la idea del sorpasso al PP.

Tras las elecciones de diciembre todos los líderes políticos, sin ninguna excepción, antepusieron sus tácticas partidarias al objetivo de formar un Gobierno estable y útil para los ciudadanos. Y en el circuito estrecho y plagado de peligrosas curvas en el que todos aceptaron competir, la carrera ha acabado ganándola, seis meses después, el que menos tenía que arriesgar, porque salía desde la pole. Ahora, el juego de los vetos somete a Rivera a una confrontación impertinente entre lo coherente y lo sensato, en la que sufrirá un serio desgaste haga lo que haga, pero puede salir aún peor parado si se inclina por salvaguardar su imagen en lugar de facilitar la gobernabilidad.

El fracaso de la izquierda

 Como Ciudadanos, el otro “emergente”, Podemos, lleva en el pecado la penitencia. No son los únicos responsables del fracaso de la izquierda, pero sí los principales. Su enorme capacidad para convertir la ficción en hipótesis plausibles instaló en el imaginario colectivo una suerte de convencimiento de que no solo era posible el sorpasso al PSOE, sino incluso al PP. Se lo oímos insinuar a Pablo Iglesias y otros dirigentes de la coalición, los mismos que no cayeron en la cuenta de que con esa estrategia inoculaban en la sociedad el virus del miedo a lo desconocido y activaban los automatismos dispensadores del antídoto.

Iglesias despreció los consejos de Íñigo Errejón y se pasó de frenada. La operación Anguita y la consiguiente pérdida de transversalidad unidas a la estimulación por parte del adversario del tic anticomunista; el desgaste al que la gestión diaria en muchos ayuntamientos ha sometido a sus siglas; pensar que seguir defendiendo referendos de independencia nunca les pasaría factura al sur del Ebro y, más aún, al sur de Despeñaperros; y, por encima de todo, tratar a los electores como escolares de credulidad infinita (en eso tiene razón Monedero), han sido los factores que con mayor nitidez explican la crisis de realidad que las urnas han provocado en Unidos Podemos, coalición con vocación de sorpasso que, lejos de cumplir sus expectativas, afronta una fase de dura discusión interna con peores resultados que en diciembre y 11 millones de euros menos.

Última oportunidad del PSOE

 En cuanto al PSOE, hay que aplaudir la prudencia de Sánchez en la noche electoral (nada que ver con el insensato triunfalismo del 20-D), en justa correspondencia con unos números que si no desencadenan la puesta en marcha urgente de un proceso de refundación en toda regla es que ya no queda nadie con dos dedos de frente en el partido. La fallida intentona de Podemos les da a los socialistas una nueva oportunidad, aunque puede ser la última. Hay dos datos relevantes: el primero es que la diferencia en diciembre a favor del PP era de 33 escaños; en junio de 2016 es de 52. El segundo, que a pesar de los malos resultados en el conjunto de Andalucía, es esta la que sostiene en pie al partido.

De no ser por la comunidad andaluza, el PSOE sería hoy la tercera fuerza política del país, con 162.712 votos menos que Unidos Podemos. Susana Díaz, aun habiendo sido derrotada por el Partido Popular, aguanta su tirón y el del partido en la comunidad en la que mayor efecto debería haber tenido el pacto Izquierda Unida-Podemos, cuya asociación pierde más de 220.000 votos después de los arrumacos entre Pablo Iglesias y Julio Anguita. Con todo, ni Susana Díaz es la solución, ni contra ella se puede encontrar una solución. Lo que se juega el PSOE es mucho más que un líder. En estas semanas veremos si han entendido el mensaje.

¿Y el PP? Hablaremos de Mariano Rajoy y los populares largo y tendido en las próximas semanas. Merecen capítulo aparte. Solo dos pinceladas. Han obtenido un resultado extraordinario, dadas las circunstancias, pero deben compartir el mérito con los errores de los demás. Con todo, se han ganado el derecho a gobernar, y esto, todos lo saben, ya no va solo de matemáticas. Esperemos que lo hagan desde la recuperación del diálogo y en paralelo con el insoslayable proceso de desinfección interna que reclama toda la sociedad. 

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