El falso dilema del PSOE

13 / 01 / 2016 Agustín Valladolid
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División entre los que buscan su subsistencia y aquellos que ven cómo unos recién llegados están a punto de cargarse el partido

Para entender el último y candente episodio del culebrón que vive el socialismo español conviene dar marcha atrás y recordar lo ocurrido en alguno de los más trascendentes capítulos de la serie. ¡Cámara, acción!: 14 de julio de 2014, lunes. Pedro Sánchez llega a la sede de su partido en la calle madrileña de Ferraz. El día anterior ha ganado las primarias a Eduardo Madina. Al nuevo líder del PSOE le acompaña, ¡oh sorpresa!, Susana Díaz. Ambos sonríen. La presidenta andaluza apoyó a Sánchez tras no entenderse con Madina. El triunfo también es suyo, y la foto deja constancia del pacto suscrito: de momento tú te haces cargo del partido y luego –lo de ser candidato a la Presidencia del Gobierno–, ya se verá. Un liderazgo compartido; pero por poco tiempo. Lo que después pasó es suficientemente conocido. Elecciones andaluzas y un resultado que bloquea durante semanas la elección de Díaz como presidenta de la Junta. El impasse lo aprovecha el madrileño para dar un paso al frente: será él el candidato. Pedro Sánchez aceptó el tutelaje de la federación andaluza para llegar a la cúspide y, en este año y medio transcurrido desde que se instaló en la quinta planta de Ferraz, ha dedicado una buena parte de sus esfuerzos a desanudar la tutoría.

Pedro Sánchez aceptó el juego, y por tanto la limitación de la legitimidad de su liderazgo –o la compartición, como se quiera–, porque era el único camino por el que un auténtico desconocido, producto de la factoría de los Blanco’s boys, podía llegar a la secretaría general del PSOE. Pero era un camino estrecho. Y él lo sabía. Lo tuvo claro desde el minuto uno y pudo comprobar lo angosto del recorrido cuando se avino a nombrar una Ejecutiva de cuotas territoriales, en lugar de un equipo, su equipo, compacto y reconocible (tan desenhebrado e irreconocible que a última hora tuvo que montar un gobierno en la sombra para compensar las enormes lagunas de la dirección). Fue entonces, julio de 2014, cuando tuvo claro que solo el contraste en las urnas de su proyección pública y su gestión le liberarían de la tutela susanista. En las municipales y autonómicas de mayo le salvaron las campanas de Extremadura, Castilla-La Mancha y Asturias. Curioso: los tres territorios cuyos líderes, junto a Susana Díaz, confrontan en estos días con más énfasis su opinión con la de Ferraz. Luego llegaron las generales. Una “jornada histórica que huele a cambio”, dijo Sánchez a pie de urna. Y tanto: el peor resultado del PSOE de su historia reciente. Pero nada hubo. A nadie se le pasó por la cabeza, ni por un solo instante, la posibilidad de dimitir.

Dos únicas salidas. Aun así, dentro de lo malo el 20-D le abrió una inesperada puerta al líder socialista: el PSOE se convertía en el partido sobre cuyas siglas el destino hacía recaer el futuro inmediato del país. El único con peso suficiente para dar respuesta a la única pregunta que de verdad importa y que se hacía el exsecretario general de la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), el “camarada Intxausti”, José Sanromá Aldea, exmaoísta y expresidente del Consejo Consultivo de Castilla-La Mancha con el PSOE: “¿quién va a dirigir desde el Gobierno la salida de la crisis?” Obviamente Intxausti, quizá para hacerse perdonar sus bien recompensados años de posterior militancia socialista, respondía al interrogante apostando por un pacto del PSOE con Podemos. Pero lo sorprendente no es que alguien que, por encargo de José Bono, acabó escribiendo los discursos de Baltasar Garzón –cuando éste iba de número 2 por Madrid en las listas del PSOE– defienda ahora una salida a todas luces impracticable; lo más llamativo es que el máximo dirigente de la socialdemocracia española, en abierto contraste con sus colegas europeos, se haya planteado como hipótesis viable una posibilidad que necesariamente implicaría la desfiguración de la imagen de centralidad del Partido Socialista.

El PSOE de hoy no se divide, como algunos pretenden, entre viejos y nuevos, entre sensatos e insensatos. El PSOE de hoy está dividido, pero entre los que buscan su propia subsistencia y aquellos otros a los que se les rompe el alma viendo cómo un puñado de recién llegados están a punto de llevarse por delante una institución centenaria. Porque no estamos ante una batalla ideológica, sino de poder en la que, además, aquellos a los que no se les conoce ni idea brillante ni servicio sobresaliente se empeñan a diario en cerrarse toda vía de escape. En las alturas, hay coincidencia de que un pacto con Podemos es lo más parecido a un suicidio, y el argumento –sin duda contundente– del referéndum catalán es casi un alivio. Puerta cerrada. Así que solo quedan dos opciones: o ir a nuevas elecciones –y aquí también hay coincidencia en el enorme riesgo que supone esta apuesta–, o rentabilizar la oportunidad concedida por las urnas dejando que gobierne el PP a cambio de contrapartidas convincentes. Pero no lo acaban de ver. Y es que no hay peor ciego...

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