El cuatrienio implosivo (2)

11 / 11 / 2015 Agustín Valladolid
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Las crisis económica e institucional han abierto las puertas de la política a una generación limpia pero inexperta

Pedro Sánchez, un político profesional de la nueva generación, con Mariano Rajoy en La Moncloa.

En abril de 2013 la empresa MyWord entregaba a la cadena SER una encuesta de resultados inquietantes: el respaldo al sistema democrático español descendía del 85% de 2009 a un raquítico 61%. Es decir, que cuatro de cada diez ciudadanos no se identificaban con el modelo político vigente. Y casi peor: el 70% de los jóvenes de entre 25 y 34 años consideraba que “la democracia podría funcionar sin partidos políticos, mediante plataformas sociales que los ciudadanos elegirían para la gestión de los asuntos públicos”. Los efectos de la crisis económica e institucional, a las que me referí en el artículo de la pasada semana, cristalizaban con especial vigor en las generaciones que crecieron en el mundo feliz de la España del progreso, hombres y mujeres educados en la exacerbación de los derechos y la impopularidad de los deberes. No tienen toda la culpa. Son, en muchos casos, legatarios naturales de los complejos que arrastraban los hijos del posfranquismo.

Estas son las generaciones que se disponen a tomar el relevo. De hecho ya lo están tomando. Sin apenas pasado, ni memoria histórica. Un ejemplo: muy probablemente, en el Congreso de los Diputados que salga de las próximas elecciones generales no habrá ni un solo diputado socialista que pueda contar a sus compañeros, de primera mano, la larga experiencia en el poder del PSOE de Felipe González. La renovación de nuestra clase política es imprescindible para recuperar la confianza en las instituciones (véase el relevo en la jefatura del Estado), pero el conocimiento del pasado es un ingrediente imprescindible para actuar con seriedad sobre el futuro.

Se dice que el Parlamento que salga del 20 de diciembre representará mejor a la España real. Y puede que así sea si aceptáramos que la pluralidad es la variable de mayor valor en una democracia. Sin embargo, hay ejemplos suficientes en nuestra historia que demuestran que la pluralidad sin calidad puede acabar en desastre.

La crisis ha tenido la virtud de desplazar hacia la periferia muchas de las viejas formas de hacer política; pero también se está llevando por delante a gentes experimentadas y decentes. A la política-espectáculo no le interesa el conocimiento, sino la telegenia. El nuevo Parlamento cumplirá a la perfección con la imagen de institución rejuvenecida, fresca. Colmará sin duda las expectativas de sectores sociales que hasta hoy no se han sentido representados. Pero nacerá con un estigma que tendrá que combatir: la mayor concentración de profesionales de la política de la democracia. Personas cuya experiencia está anclada a la vida en el interior de los partidos y otras organizaciones políticas; sin experiencia en otros ámbitos de actividad. Hablo de PP y PSOE; y también, aunque en medida muy inferior, de Podemos y Ciudadanos.

Pacto de regeneración. Es precisamente este proceso de gremialismo creciente, que no entiende de ideologías, uno de los principales riesgos que habrá de salvar esta nueva generación de políticos si no quiere ver malograda la gran oportunidad que los ciudadanos parecen dispuestos a brindarle. La palabra clave de la próxima legislatura será regeneración: la de unos partidos atrincherados en sus privilegios que han acumulado un enorme poder, achicando sistemáticamente los márgenes de acción de la sociedad civil; la de instituciones asaltadas por los aparatos de los partidos que, en demasiadas ocasiones, han actuado no como defensores del interés general, sino al modo y manera de un poder fáctico más.

La generación del posfranquismo, con todos sus errores, cumplió en líneas generales con su papel, gracias, en parte, a que supo leer en los renglones del pasado. A esta, que podríamos llamar
 la generación de la post-transición, lo que le toca es corregir las desviaciones de un modelo que a menudo se ha desconectado de la sociedad. Y ha de hacerlo sin complejos, pero evitando deslizamientos naifs.

La crisis –la generacional especialmente– va a propiciar lo que hasta no hace mucho parecía imposible: la implosión del sistema bipartidista. Sin que en sí mismo este hecho suponga de entrada una ventaja, lo cierto es que otorga a los nuevos dirigentes políticos una inmejorable ocasión para revitalizar los instrumentos que la democracia pone al servicio de los ciudadanos. Probablemente estamos ante una inesperada oportunidad de reforzar desde dentro el papel del Estado, entendiendo este como el conjunto de instituciones que le dan forma. Sea cual sea el resultado del 20-D, se van a dar las condiciones para sellar un gran pacto de regeneración democrática con el plus de legitimidad añadido que aporta el fin del bipartidismo. Y van a ser esos que con 20 años decían “no me gusta esta democracia; cámbienla, pero no me hagan trabajar”, los que tienen la responsabilidad de estar a la altura de las expectativas.

GABILONDO, EL COMODÍN

La lista que ha elaborado el PSOE por Madrid sigue dando que hablar. En el Comité Electoral socialista no saben cómo van a afrontar la campaña de las generales con el número uno en permanente gira por España y sin una cara con el tirón suficiente para llevar el peso en la capital y alrededores. Meritxell Batet, Antonio Hernando, Irene Lozano, Rafael Simancas o Zaida Cantera no dan el perfil adecuado, según los expertos. Y hay que irse al número 7 para encontrar a Madina. Así que están pensando en echar otra vez mano de Ángel Gabilondo.

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