Echar a Sánchez no es suficiente.

05 / 10 / 2016 Agustín Valladolid
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La militancia del PSOE es en buena parte una militancia profesional y uno de los grandes problemas del PSOE.

En el mundo de la empresa puede ocurrir, de hecho ocurre a menudo, que un gestor lleve a la compañía que dirige a la ruina. Silenciosa o aceleradamente, las modalidades son múltiples. Si además es propietario, el destino de esa sociedad está casi al cien por cien en sus manos. Enderezar el rumbo de una empresa en persistente declive cuando todo el poder está concentrado en el causante del mismo, y no lo comparte, es casi imposible. El otro mundo que todo lo envuelve, el de la política, parecía estar a salvo de este tipo de trances, en tanto que hasta ahora suponíamos que cuando el dirigente de un partido fracasaba abruptamente en las urnas, y todo el mundo coincidía en lo estrepitoso y continuado del revés, aquel pasaba a mejor vida (política, se entiende).

El empeño de Pedro Sánchez en subestimar la voluntad de los ciudadanos y conceder valor supremo a la de los militantes, en pleno siglo XXI, es más propio del líder de una secta que de alguien que pretende devolver a su partido a la senda del éxito. Cierto que hay antecedentes en la política española de negación de la realidad y atrincheramiento, pero los protagonistas de tales conductas al menos no pretendían convencernos de su profunda fe democrática. Pedro Sánchez presenta la consulta a la militancia de su partido como un acto de suprema abnegación, como la prueba fehaciente de su profundo sentido de la lealtad a unas siglas. Lo que no nos cuenta es la contumaz y sistemática injerencia de su Secretaría de Organización en las territoriales de su partido para modificar el equilibrio de fuerzas con los métodos de siempre, esto es, a través de puestos en las administraciones públicas y otras prebendas.

La militancia socialista no es la de los años 80 o 90 del siglo pasado, nutrida por gentes hambrientas de libertad, de reformas y conectadas con la sociedad civil. Esa militancia, en gran parte, ya no existe. Ha sido sustituida por cuadros directos o subalternos que en un alto porcentaje viven del erario público. Es una militancia casi profesional, monitorizada, y convertida en uno de los grandes problemas del Partido Socialista Obrero Español. Ningún dirigente del PSOE va a reconocer públicamente tan cruda realidad; pero los que aún creen que el partido puede recuperar la fortaleza que antaño le aupó al Gobierno saben que no basta con forzar la sustitución de Sánchez: es preciso una refundación en toda regla que empiece por reactivar las agrupaciones socialistas como centros de debate y poner fin a lo que hoy son en muchos casos, meras oficinas de empleo para gentes con carné.

Tres falacias.

Por todo ello, la de conceder a la actual militancia del PSOE más legitimidad que a los dirigentes de su partido con mayor respaldo popular es una de las grandes falacias en las que ha incurrido Pedro Sánchez para esquivar su responsabilidad. Pero no ha sido la única. Podríamos decir que, tras el estrepitoso fracaso del PSOE en las elecciones vascas y gallegas, Sánchez no ha dejado de encadenar falacias. Otra de ellas, también especialmente insultante para destacados miembros del PSOE, es la de dar a entender que los Fernández Vara, García-Page o Susana Díaz, cuando le critican, lo que en realidad hacen es apoyar a Mariano Rajoy. Rajoy es para Sánchez el chico para todo, la empalizada tras la que esconde su incapacidad, la gasolina con la que alimenta ideológicamente a los militantes. Sánchez necesita a Rajoy; por eso no se le ha pasado por la cabeza pedir su relevo como condición para permitir un Gobierno del Partido Popular.

Otro señuelo de la factoría Sánchez es mantener, frente a todo desmentido, la ficción de que en las actuales circunstancias es posible formar un “Gobierno de progreso”. Ni es posible, ni es conveniente. Y utilizar el problema catalán como argumento para convencer a los incautos es jugar sucio, un ejemplo más de hasta dónde son capaces algunos de menospreciar la inteligencia de los españoles. Cualquier negociación vinculada al pulso independentista de los Junqueras y Puigdemont, que no digo que no deba intentarse, habría de abordarse desde una cierta fortaleza, tanto numérica como conceptual. Plantear que el Estado afronte este grave asunto respaldado por 85 diputados socialistas y los 71 no homogéneos de Podemos y confluencias varias, no es solo una fabulación naif, es también una temeridad.

Como la viabilidad de lo planteado por Sánchez es harto dudosa, habrá de llegar a la conclusión de que lo que se busca es ganar tiempo y proteger la silla. El problema es que si la jugada le sale bien, el que habrá recibido un golpe mortal será el PSOE: nuevas elecciones con un perdedor como candidato, hundimiento de difícil reversibilidad... ¿Hay alguien dispuesto a impedirlo o damos definitivamente al partido del tipógrafo Iglesias por muerto y enterrado? 

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