De la dudosa viabilidad del pacto a la catalana

16 / 03 / 2016 Agustín Valladolid
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Las presiones para que Rajoy dé un paso atrás y facilite un acuerdo a tres van a ir en aumento.

Pedro Sánchez y Albert Rivera en el Congreso de los Diputados.

Cuentan que Felipe VI no tira la toalla, que está dispuesto a esperar hasta donde permiten los plazos legales para dar una oportunidad a un acuerdo que evite la repetición de elecciones; que, como otros personajes habitualmente bien informados, concede un cierto margen de oportunidad al pacto a la catalana, esto es, a que en el último minuto alguien dé un paso atrás y abra el campo a la recuperación de la normalidad institucional. No hay duda de que, con esta demostración de resignada paciencia, el Rey está pensando en el interés general, en el mejor modo de evitar las nocivas consecuencias que para el conjunto del país supondría prolongar hasta después del verano el doliente funcionamiento de un Estado con la sala de máquinas al ralentí, empezando por el letargo al que se había empujado al jefe del Estado con el bloqueo de su agenda internacional, como contábamos aquí hace un par de semanas, asunto de la máxima trascendencia al que nadie había prestado apenas atención y sobre el que tardíamente han editorializado en clave crítica algunos medios.

Sea como fuere, lo que parece evidente es que, con aquiescencia real o sin ella, todo apunta a que agotaremos la prórroga iniciada tras la fallida investidura de Pedro Sánchez. Solo un inusual fenómeno paranormal, dadas las posiciones de partida, podría acercar lo suficiente a los hasta ahora antagonistas como para vislumbrar un acuerdo cercano. O eso, o el paso atrás que muchos pretenden y nadie, salvo Albert Rivera, pide a cielo abierto: la renuncia de Mariano Rajoy. Parece evidente que los que confían aún en el pacto a la catalana no están pensando en que Pablo Iglesias abandone su meditado delirio. Más bien, lo que se barrunta en eminentes círculos más bien concéntricos son las posibilidades reales de que el presidente en funciones se desdiga de su firme voluntad de seguir dando la batalla y facilite un Gobierno de amplio respaldo que sería extraordinariamente bien recibido por poderes fácticos y no fácticos, por la Unión Europea, por los mercados y las agencias de rating y, muy probablemente, por una mayoría muy cualificada de la opinión pública española.

La presión sobre Rajoy va a ir en aumento a medida que transcurran las semanas. Precisamente porque lo que tenga que ser será en función de lo que él decida. Si se empeña, va a ser muy difícil evitar una nueva visita a las urnas. Pero es aquí donde radica su principal problema: que sean él y el PP los identificados principalmente con el fracaso que supondría la repetición de las elecciones. Se hablará entonces de la predisposición de Rivera frente al obstruccionismo de Rajoy; del espíritu reformista del catalán contra al inmovilismo del gallego. Sea o no sea exactamente así, así se pintará. Esencialmente, porque si no es este el camino hacia un nuevo Ejecutivo, el plan B de casi todos es abrir los colegios electorales el 26 de junio.

Ocupar el centro.

  Al que mejor le ha salido la operación de no-investidura es a Rivera, porque el debate le colocó en el centro-centro –aguas en las que la pesca es más abundante– y de ahí no se va a mover, salvo que sea el PP el que se desplace mucho y rápido. Ciudadanos ya maneja encuestas por encima de los 60 diputados en caso de nueva cita electoral. Sus expertos en materia demoscópica coinciden con los del socio socialista en que en ningún sitio está escrito que el resultado del 26-J vaya a ser parecido al del 20-D. Más bien creen que, aun presentándose por separado, como es natural, el grado de ocupación del espacio electoral del ticket PSOE-Ciudadanos, si se consolida la “coalición”, es altísimo. Hasta el punto de que ya hay quien echa cuentas y apuesta por que, si no se cometen graves errores, en forma de vaivenes incomprensibles para el gran público, la suma de ambos partidos puede pasar fácilmente de los 130 a los 160 diputados, lo que haría muy posible la elección de un presidente en la segunda votación.

En menor medida, pero también Pedro Sánchez sale reforzado del intercambio de golpes. Su alianza con Rivera, ratificada en el debate de investidura, suaviza el perfil radical que venía cultivando para contrarrestar el asalto de su flanco izquierdo por parte de Podemos y pacifica, casi de forma definitiva, el frente interno. No parece que Sánchez necesite ya arriesgar más de la cuenta para confirmar su liderazgo. Como aficionado al baloncesto sabe muy bien lo importante que es ocupar la posición adecuada para asegurar el rebote defensivo, preámbulo obligado de un buen ataque. Así que lo previsto es que ya no dé pie a la tesis de que con tal de llegar al poder está dispuesto a pactar indiscriminadamente a derecha o izquierda.

En resumen: el Rey tiene razón; si se puede hay que evitar la repetición de elecciones. Pero la mala noticia para esta loable pretensión es que a Sánchez y Rivera, y a muchos españoles, empieza a no disgustarles nada la idea. 

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