De cabeza a nuevas elecciones

17 / 02 / 2016 Agustín Valladolid
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Sánchez y Rivera tienen viento de cola y no está escrito que el resultado vaya a ser un calco del 20-D.

Pedro Sánchez y Albert Rivera, reunidos en el Congreso de los Diputados.

Vamos de cabeza a nuevas elecciones y a lo que estamos asistiendo es a la teatralización de los preparativos, como lo demuestra el papel repartido por el PSOE al resto de grupos con los que se ha sentado a negociar. Puede que la repetición de los comicios aclare las cosas o las enrede aún más, pero ni Pedro Sánchez puede permitirse a estas alturas un viraje brusco en su estrategia, ni Europa está en condiciones de asumir, con la que se le viene encima, que la cuarta economía de la UE entre en fase experimental.

Seguro que el líder socialista sigue fantaseando en sus ratos de ensoñación con sentarse en la cabecera de la mesa del Consejo de Ministros en un Gobierno soportado por Pablo Iglesias, pero cuando toca tierra lo que le sugiere la obstinada realidad es que su póliza de vida no se llama Podemos, sino Ciudadanos. En casa y fuera. La baronía socialista exigía sensatez y sensatez tiene. Si Sánchez no modifica el rumbo, las posibilidades de que alguien intente moverle la silla tenderán a cero de forma acelerada. No habrá tiempo para más peleas y las opciones de que en una “segunda vuelta” de las generales el PSOE mejore sus prestaciones electorales pasan por que los patriarcas socialistas firmen la paz cuanto antes.

Tampoco al norte de los Pirineos están para hacer demasiadas concesiones. A la Unión Europea le espera una nueva operación de cirugía de reconstrucción con el sistema financiero italiano como paciente y en medio de los malos augurios que proyecta el comportamiento de la economía mundial. La preocupación sobre lo que pueda ocurrir con Cataluña no pasa de ser una anécdota al lado de la que provoca la posible entrada de Podemos en el Gobierno de España. A Sánchez se lo han dicho sus compañeros socialdemócratas europeos por activa y pasiva: por ahí no, Pedro.

Y es que el último lunes negro de las bolsas ha tenido la virtud de sacarnos de golpe de nuestra particular costumbre de sublimar la anécdota, además de restablecer la jerarquía de los problemas que habrá de afrontar el futuro Ejecutivo español. Una jerarquía sobre la que el documento elaborado por los asesores de Pedro Sánchez solo ofrece las pistas obvias pero sin meterse en la ingrata tarea de echar cuentas. Múltiples enunciados sin profundizar y guiños a la concurrencia para no molestar demasiado y apurar los plazos. Buenas palabras y no pocos indicios de voluntarismo. Mucho gasto fijo y poco ingreso seguro. El papel lo aguanta todo.

Comienzan las hostilidades. La propuesta de Sánchez fija el objetivo: un nuevo modelo de crecimiento. Casi nada. Pero nadie sabe muy bien en qué consiste. El documento no aclara suficientemente de qué manera abordar la transición que nos va a llevar hacia el mundo ideal de las nuevas tecnologías y la sociedad de la información y así dejar de depender de la construcción, el comercio, el transporte y la hostelería, que son los sectores que siguen tirando del carro. Igual que antaño. Apenas se cita la palabra esencial: pro-duc-ti-vi-dad. Se nota entre líneas el miedo al rechazo. La colección de propósitos bienintencionados que, llegado el momento, Bruselas recomendará aparcar es interminable. La Unión Europea puede aceptar cierta flexibilidad a la hora de cumplir con los objetivos de déficit, pero no la aplicación de un programa expansivo antes de tiempo. Alexis Tsipras colecciona huelgas generales. Los griegos ya le han organizado tres. No hay margen para bromas.

Todo esto, y más, lo saben Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias. Y, desde luego, Mariano Rajoy. Estamos en el último asalto (ver recuadro), y a los dos primeros les interesa apurar al máximo los tiempos, dar imagen de seriedad, mantenerse en el centro de la escena y del foco mediático, desplazando a PP y Podemos a los laterales. Sánchez y Rivera son conscientes de que no será fácil tener otra oportunidad como esta. Su hoja de ruta común pasa por presentar a los españoles un acuerdo de Gobierno audaz en lo que a regeneración política se refiere, atractivo en lo social y pragmático en lo económico, con cambios en política fiscal –lucha contra el fraude– y un plan de choque, quizá algo utópico pero imprescindible, en materia de empleo. Y quien quiera, que se suba al carro.

No lo hará el PP porque no puede consentir la estampa crecida de un Rivera investido como vicepresidente del Gobierno; y tampoco Podemos por parecidas razones, solo que ampliadas. Hasta ahora hemos vivido una fase de cierto desconcierto pero también plácida. Durará poco. Se anuncian hostilidades. Los que han quedado fuera de la convocatoria intentarán evitar la puesta en escena de Sánchez y Rivera convertidos en solución y paladines de la reforma. Lo diga el IBEX o el Sursum corda. Vamos a elecciones. De cabeza. Y en ningún sitio está escrito que el resultado vaya a ser necesariamente un calco del 20-D. 

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