Contra Franco no vivíamos mejor

18 / 11 / 2015 Agustín Valladolid
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No sabemos qué habría ocurrido en España de haber fracasado el golpe del 36, pero sí conocemos las nefastas consecuencias de su triunfo

Una mujer descansa en un banco de la Gran Vía madrileña en 1966.

Todavía se escucha, a veces en vergonzante susurro, otras a gritos desvergonzados, eso de que “con Franco vivíamos mejor”. Para escribir este artículo, cuyo título es casi copia de una célebre frase de Manuel Vázquez Montalbán –“Contra Franco vivíamos mejor”–, he consultado una decena de libros de autores dispares, como José María Gironella, Sergio Vilar, Santos Juliá o Ricardo de la Cierva. He repasado las memorias de gentes tan opuestas como Josep Tarradellas, Fernando Álvarez de Miranda, Santiago Carrillo o José María de Areilza. Y he hurgado en la hemeroteca y leído algunos trabajos universitarios. Como no podía ser de otro modo, las versiones del impacto del franquismo en la sociedad española no son coincidentes. Como no lo son cuando la discusión se centra en las causas que dieron paso a la Guerra Civil.

En Pro y contra Franco (Planeta, 1985), el historiador Ricardo de la Cierva y el sociólogo Sergio Vilar se enzarzan en una larguísima controversia sobre la figura del dictador. De la Cierva afirma que los promotores del golpe del 36 pretendían que fuese un pronunciamiento clásico, pero “se les fue de las manos”. Vilar le replica: “Se les fue de las manos y se convirtió en una guerra civil. Usted también ha dicho que en 1936 la mitad del pueblo español se sentía amenazado de muerte; yo creo que esa es una opinión excesiva, doctor De la Cierva. Yo creo que si lo analizamos serenamente, en 1985, unos cincuenta años después, podíamos decir que había tensiones fuertes, e incluso enfrentamientos, pero que no iba a morir la otra mitad
 de España”.

Hoy, en el cuarenta aniversario de la muerte de Franco, este debate parece cuando menos estéril. No hay manera de saber qué habría ocurrido de haber fracasado el golpe del 36. De lo que sí hay certeza es de lo ocurrido tras su triunfo en el 39: de las decenas de miles de personas que fueron eliminadas y de las millones condenadas a la muerte civil. Y en estos días de permanente luto por las españolas asesinadas a manos de sus parejas o exparejas, no está de más recordar que quienes en mayor medida sufrieron las consecuencias de lo segundo, de la implacable amputación de los derechos civiles, fueron las mujeres. Y que sin duda el franquismo incubó en la sociedad española, aun con mayor ahínco que en tiempos pasados, la temible y resistente bacteria de la violencia machista.

Lean por favor esto que proclamaba, avanzada la década de 1940, la hermana del fundador de la Falange, Pilar Primo de Rivera, y luego opinen: “Las mujeres nunca descubren nada; les falta el talento creador reservado por Dios para inteligencias varoniles. La vida de toda mujer, a pesar de cuanto ella quiera simular –o disimular– no es más que un eterno deseo de encontrar a quién someterse”.

Tampoco sabremos nunca cómo sería la España de hoy si los Antonio Machado, Picasso, Francisco Ayala, María Zambrano, Pau Casals o Juan Ramón Jiménez, por citar solo a algunos, no hubieran tenido que refugiarse en el exilio. Su ausencia, junto a la de centenares de miles de compatriotas, nos dejó sin contrapesos y facilitó el proceso de empobrecimiento cultural y social planificado por los vencedores y del que todavía no nos hemos recuperado. Claro que no todo el mundo opina así.

Explotación y depuración. En otro libro publicado en las cercanías del décimo aniversario de la muerte del dictador, Mis almuerzos con gente inquietante (Planeta, 1984), Rodolfo Martín Villa
 –antiguo jefe nacional del SEU (sindicato de estudiantes de inspiración falangista) y ministro de Gobernación con Adolfo Suárez– le dice a Manuel Vázquez Montalbán que “solo la era de Franco explica las diferencias positivas entre aquella España del 18 de julio de 1936 y la del 20 de noviembre de 1975”. Obviamente, Vázquez Montalbán, miembro destacado durante años del PSUC, encarcelado en 1962 por sus actividades políticas y, sobre todo, lúcido periodista y escritor, no compartía tal opinión: “Cualquier Gobierno democrático revestido de autoridad democrática hubiera cumplido el mismo proceso de desarrollo capitalista de España”, había respondido el escritor, en 100 españoles y Franco (Planeta, 1979), a las preguntas de Gironella y Rafael Borràs. “Franco –continúa Montalbán– lo hizo por la vía de la represión de las clases sociales populares: reprimiendo salvajemente sus órganos representativos y forzándolas a un esfuerzo de superproducción sin posibilidad de defender sus derechos. Esa salvaje represión de las clases populares permitió una sobreacumulación de capital que tampoco revirtió suficientemente en la industrialización del país, sino que engendró un proceso especulativo y corruptor, casi sin precedentes en la especulativa y corrupta historia de España”.

Los profesores de Historia Contemporánea Pere Ysàs y Carme Molinero, en un trabajo sobre las condiciones de vida durante el franquismo, afirman que “la instauración del régimen franquista comportó un empeoramiento extraordinario de la vida cotidiana de los asalariados”, y como prueba de cargo desempolvan las memorias del alcalde franquista de Sabadell, José María Marcet, quien confesó que, tras implantarse el Nuevo Estado, “el obrero, aunque no exteriorizaba sus pensamientos, tenía la sensación y el encubierto temor de que no tardaría en caer en una nueva era de esclavitud en el trabajo”.

“Ciertamente –señalan los profesores– la dictadura comportó un empeoramiento radical de las condiciones laborales porque el Nuevo Estado, después de ejercer una represión sangrienta contra las organizaciones políticas y sindicales que habían organizado y representado los intereses obreros, implantó nuevas normas que aseguraban la subordinación de los trabajadores y la imposibilidad de defender sus intereses colectivos”.

En los primeros años de la posguerra, paralelamente a la pérdida de los derechos laborales, se llevó a cabo un amplio y en muchos casos arbitrario proceso de depuración entre los funcionarios públicos, en especial los docentes, pero también en muchos otros colectivos profesionales; exclusivamente por razones políticas. La creciente pobreza, el deterioro de la atención sanitaria y el déficit de viviendas (por encima del millón según un estudio, no del 39, sino de 1957, al que aluden Ysàs y Molinero), pintaban un panorama desolador que nada tenía que ver con la imagen de España que el régimen pretendía proyectar hacia el exterior tras haber firmado en 1953 un Tratado de Amistad con Estados Unidos y haber sido admitido nuestro país en las Naciones Unidas dos años después.

Los felices 60. Reconocido el régimen por la mayoría de países democráticos, después de ser aceptado en la ONU, la propaganda de Franco instaló la idea de que, aun no tratándose de una democracia, España era una nación higienizada, justa con sus habitantes y capacitada para asumir cualquier reto futuro. Pero la realidad no era tan traslúcida como la pintaba el NO-DO. Un informe de la Jefatura Superior de Policía de Vizcaya, que naturalmente se guardó con sumo celo en los archivos de la Dirección General de Seguridad, llamaba la atención sobre los riesgos que se podían derivar de que “el trabajador, el empleado y, en general, la clase media, no puede hacer frente a las necesidades de la vida y comenta con rabia que el rico no carece de nada. En hoteles, restaurantes, etc. no se carece de nada, pero los precios solamente son asequibles a los poderosos”.

Pero llegamos a los felices 60 y con ellos a una notoria mejoría de las condiciones de vida y al comienzo de la regeneración de la clase media. También la corrupción se adaptó a las nuevas circunstancias. Superados con el paso de los años el estraperlo y el mercado negro como principales negocios, las élites franquistas, enriquecidas con estas y otras ocupaciones no confesables, se subió a lomos del caballo desbocado de un desarrollismo que, apoyado en la creciente afluencia de capital extranjero, provocó en esta década muchos de los desequilibrios que siguen lastrando nuestra economía. La clase media empezó a levantar cabeza, pero no se supo, o no se quiso, ordenar un crecimiento que provocó un éxodo masivo de las zonas rurales hacia los grandes núcleos urbanos y el extranjero, y con ello desequilibrios territoriales que aún estamos corrigiendo.

La inversión estatal y el desarrollo industrial se concentraba, con el acompañamiento del sector privado, en Madrid, Cataluña, el País Vasco y en algunos otros puntos del Levante. Entretanto, regiones como Andalucía, Extremadura o Galicia veían cómo sus hijos se veían obligados a emigrar a para poder sobrevivir. La España de dos velocidades. A pesar de que los centenares de miles de emigrantes españoles en Alemania, Francia o Suiza hicieron más llevadera la vida de muchas familias con sus remesas de marcos y francos, a comienzos de la década de 1970 aproximadamente un millón y medio de hogares, unos siete millones de personas, vivían bajo el umbral de la pobreza.

Volvamos de nuevo al libro de Gironella y a las reflexiones de Vázquez Montalbán: “La debilidad inversora del capitalismo español precisó la compensación de la penetración de capital exterior a partir de 1957, base del boom desarrollístico de los años sesenta. La crisis económica presentada todavía en vida del dictador demostró la fragilidad de la economía española y la constante desertora del capitalismo indígena, completamente envilecido por el proteccionismo lleno de prebendas y ventajismo con que le obsequió el dictador”. La crisis económica que cita el escritor barcelonés es la que en 1973 repercutió a escala mundial cuando el precio del petróleo se multiplicó por siete de un día para otro, lo que provocó el cierre de muchas empresas, los consiguientes despidos y una generalizada congelación salarial. El fantasma del hambre hizo de nuevo su aparición y el descontento se extendió de Norte a Sur. La respuesta del régimen fue mano dura y revocación de las tímidas medidas liberalizadoras iniciadas en los 60. Los estertores de un moribundo; pero un moribundo que había hecho a conciencia su trabajo, situándonos a la cola de Europa en casi todos los terrenos.

En una entrevista que le hicieron antes de morir, Manuel Vázquez Montalbán aclaraba el porqué de la frase que inspira este artículo: “Escribí esa frase hace tiempo con un interrogante porque temía que era el criterio de cierta izquierda conservadora. Y la respuesta era que no. Creo que parte de los males de la izquierda es que no superó esa situación de vivir contra el franquismo (…). Pero no, contra Franco no vivíamos mejor. Al menos yo”. Ni tú, ni nadie, querido Manolo.

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