Cataluña, problema y pretexto

16 / 09 / 2015 Agustín Valladolid
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Cataluña se ha convertido en un problema en sí misma,y, de paso, en la nueva coartada para disfrazar otros fracasos

Artur Mas, presidente de la Generalitat.

Hemos olvidado con inusitada rapidez que Cataluña casi siempre fue una de las “soluciones” de España; la vanguardia en economía, en política, en cultura, en diálogo y en convivencia. Esa imagen se asentó en la muy activa participación de muchos catalanes en la construcción de una democracia sólida, un Estado moderno. No siempre estaba justificado, pero cuando un asunto de interés público era gestionado por un catalán los demás dormíamos más tranquilos. Probablemente, el momento de mayor comunión sentimental entre Cataluña y el resto de España se dio en los comienzos de la década de los 90 del siglo pasado. Las Olimpiadas de Barcelona de 1992 fueron la culminación de un esfuerzo común del que aún muchos se sienten orgullosos. Y ahora, desde la perspectiva que da la distancia temporal, uno tiene la sospecha de que fue entonces, justo en el momento de máxima compenetración, afinidad y entendimiento, cuando alguien decidió que aquello no podía ser.

No seamos hipócritas: no hay un único culpable. O, dicho de otro modo, todos somos culpables. Por acción u omisión. Porque lo que ya ahora podemos colegir, sin apenas margen de error, es que se pensó que estaba todo hecho, que ya no era necesario fortalecer la acción del Estado, el que va con mayúsculas, no el de la mera y fría aplicación (o no) de la legislación vigente; que para tener la fiesta en paz y garantizarse el apoyo de CiU en Madrid, mejor no meter demasiado la nariz en la corrupción institucionalizada que todo el mundo conocía y todo el mundo callaba. Mientras al nacionalismo “moderado” y al Gobierno de “Madrit” les convino taparse las vergüenzas bajo el mismo manto, todo fue bien. Cuando eso no fue ya posible porque la cloaca desbordaba, se llegó a la conclusión de que el único modo de salvarse pasaba por impedir que fueran bomberos ajenos los que desatascaran la fosa séptica.

En lo que concierne a Cataluña, el mayor fracaso de la política ha sido dejar campo libre a los que han buscado desde siempre la confrontación, una minoría en otros tiempos y hoy principales beneficiarios de una polarización construida sobre el miedo a la autodestrucción y la ausencia de reflexión y debate. Cataluña se ha convertido en lo que nunca fue: en un problema en sí misma, y, de paso, en la nueva e interminable coartada con la que disfrazar otras decepciones. Empezando, por supuesto, por el que, según Miquel Iceta –y muchos otros catalanes–, es “el peor president de la Generalitat de Catalunya de la democracia”. Hay que reconocer que Artur Mas, incapaz de presentar un balance de gestión digno de tal nombre, ha tenido la habilidad de diluir en la ilusión de la independencia los efectos de su negligente papel como gobernante, no teniendo además la valentía de contrastar sus apoyos sociales encabezando una lista propia.

“El problema” de España. Decía también Iceta algo que no por obvio deja de ser relevante: “[El problema]no es catalán; es un problema español. Es un problema para España, el principal en estos momentos. Es EL problema de España”. Y lo será por mucho tiempo, añado yo. Pase lo que pase el 27-S, Cataluña seguirá pesando más que nunca en el ánimo de los electores cuando estos sean convocados a votar en las generales. Mas, Junqueras y el frente secesionista ya han logrado algo: distorsionar el normal discurrir de la política nacional. Puede que no la mayoría, pero serán muchos los ciudadanos que a la hora de depositar la papeleta en diciembre aparcarán otras cuestiones y mirarán primero hacia Cataluña, buscando un partido tras el que parapetarse. No cuestionarán la gestión del Gobierno; apostarán por un partido-refugio. Tics de otros tiempos.

Un viejo aserto defiende que cuanto más aburrida es una democracia, más sana es la sociedad que la sustenta. De asumirlo sin matices, debiéramos concluir que el nivel de salubridad de la democracia española es manifiestamente mejorable. Y hay pruebas suficientes para pensar que lo es: manifiestamente mejorable. Un ejemplo: en una democracia sana el “aburrido” informe sobre los Presupuestos de 2016 elaborado por el Círculo de Empresarios habría provocado un debate imprescindible. El Círculo –una organización intelectualmente más independiente y solvente que la CEOE e identificada con las políticas de la derecha liberal que teóricamente defiende el Partido Popular– no deja títere con cabeza: acusa al Gobierno de “escasa ambición” y de no abordar en profundidad los problemas estructurales del país. Además, atribuye el mérito de la recuperación a factores ajenos a la gestión gubernamental. Toda una enmienda a la totalidad a la gestión de un Gobierno que va a convertir la economía, sin cortarse un pelo, en su principal baza electoral. Pero claro, los españoles están a otra cosa. Gracias Artur.

ALGO SE CUECE EN CANARIAS

Coalición Canaria (CC) está cada día más cerca de perder su histórica posición de árbitro de la política insular. Se cuece una candidatura conjunta de PSOE y Nueva Canarias (NC) en las generales, lo que dibujaría un panorama inquietante para el Gobierno de Fernando Clavijo (CC). Una de las consecuencias de ese hipotético pacto sería la división del Parlamento canario en dos bloques iguales, en los que la suma de PSOE, NC, Podemos y los socialistas gomeros (30 diputados) equilibraría las fuerzas del sector conservador (PP+CC).

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