Premios Nobel a favor de los transgénicos

26 / 07 / 2016 Lucía Martín
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Un centenar de premios Nobel acaba de romper el tabú sobre los alimentos genéticamente modificados con una carta abierta en la que defiende su uso y critica a sus detractores. 

Hay temas que deben evitarse en encuentros con amigos y familiares, salvo que se pretenda terminar como el rosario de la aurora: política y religión, y a estos dos podríamos añadir uno más, los transgénicos. Solo hay que ver la que se ha armado desde que 110 premios Nobel de distintas disciplinas (Medicina, Química, Física...) publicaran hace unos días una carta a favor de los organismos genéticamente modificados (refiriéndose sobre todo al arroz dorado) y arremetiendo contra Greenpeace, organización a la que casi acusaban de crímenes contra la humanidad por estar en contra de estos cultivos y de esta tecnología.

¿Son o no nocivos los transgénicos para la alimentación humana? ¿Y para el medio ambiente? ¿Por qué estos expertos hacen pública ahora esta misiva? ¿Hay lobbies de uno y otro lado? ¿Consumimos transgénicos en España? Analizamos este enrevesado tema, dando voz a los distintos actores implicados.

España es el país europeo con más terreno destinado al cultivo de transgénicos, sobre todo del maíz Mon810, que se halla sobre todo en Aragón con más del 40% de la superficie total cultivada (más de 54.000 hectáreas) y Cataluña, con más del 27%. Hay que decir que estos cultivos no reciben ningún tipo de subvención, tal y como afirma el doctor en Bioquímica José Miguel Mulet, y si los agricultores los siembran es por el ahorro en herbicidas y por ende, por el menor coste de producción.

Alimentación animal

En España se importan más de 70 variedades de cereales transgénicos en nuestro país, destinadas en su mayoría a la alimentación animal. Y es que, aunque en la misiva de los premios Nobel se habla de los transgénicos como una posible solución a las hambrunas en el mundo, la realidad es que estos cereales se utilizan sobre todo, a día de hoy, para la alimentación animal y para la producción de combustibles.

Pero, ¿qué es un transgénico? Es un organismo al que mediante ingeniería genética se le ha añadido un gen de otra especie y que, comparado con los organismos originales, es capaz de resistir a plagas determinadas, condiciones climatológicas adversas, etcétera. De hecho, hay más cultivos transgénicos en España que en otros Estados europeos básicamente por tres razones: la primera es la menor oposición del Gobierno respecto a estos cultivos (en muchos países de la Unión Europea como Francia, Alemania, Luxemburgo y hasta 17 países en total, hay vetos contra los Organismos Genéticamente Modificados (OGM), de tal forma que Monsanto ha dado por perdidas las solicitudes de cultivo de otros cereales como la soja o la remolacha para azúcar); la segunda razón son las buenas condiciones climatológicas del país; y la tercera, porque aquí la plaga del taladro causa estragos en las plantaciones de maíz.

Aunque es una tecnología originaria de Europa (de una universidad belga, en concreto), los más punteros en esta disciplina son los estadounidenses, sobre todo la empresa Monsanto, a quien pertenece el maíz transgénico que se cultiva en España. Decir Monsanto es casi nombrar la bicha entre los ecologistas y los defensores de la alimentación ecológica: la todopoderosa multinacional, que dispone de cultivos en todo el mundo, fue fundada en 1901 en Missouri y la sacarina fue el primer producto que comercializó. La compañía tiene tres divisiones de negocio: herbicidas, semillas y biotecnología.

En Estados Unidos no hay obligación de etiquetaje en los alimentos, indicando si contienen o no transgénicos, al contrario de lo que ocurre en Europa, donde sí deben indicar si alguno de los ingredientes utilizados incluye más de un 0,9% de OGM. Estados Unidos es el principal mercado de productos que contienen ingredientes transgénicos: muchos alimentos contienen soja, maíz u otros productos cuyos rasgos genéticos han sido manipulados. Recientemente, el Estado de Vermont aprobó un proyecto de ley para etiquetar estos alimentos, a pesar de las voces en contra: las principales empresas alimentarias, agrícolas y biotecnológicas invirtieron más de cien millones de dólares (91 millones de euros) en 2015 en su lucha contra estas iniciativas, según el Environmental Working Group. Sin embargo y tras lo de Vermont, cada vez son más las empresas que han anunciado su plan de etiquetado transgénico a nivel internacional (argumentando que sería absurdo y costoso etiquetar solo para un Estado), como Kellogg’s. Y no ha sido la única: también lo ha anunciado Campbell y Mars.

Impulsada por el premio Nobel de Medicina, Richard Roberts, que lleva años defendiendo esta línea de pensamiento, la carta recientemente publicada insta a Greenpeace y a algunos Gobiernos a dejar de paralizar los cultivos genéticamente modificados, argumentando que “los organismos científicos y reguladores de todo el mundo han concluido de manera repetida y constante que estos cultivos y alimentos son tan seguros como los derivados de cualquier otro método de producción y que nunca ha habido un caso de un efecto negativo derivado de su consumo entre seres humanos o animales”.

Reducir muertes

Los expertos ponían especial énfasis en el arroz dorado, argumentando que Greenpeace se oponía a su cultivo cuando esta variedad, modificada genéticamente para reducir el déficit de vitamina A, puede “reducir o eliminar muchas de las muertes y enfermedades causadas por la deficiencia de esta vitamina”. Pocos días después de su publicación, el Instituto Internacional para la Investigación del Arroz (IRRI), se sumaba al mensaje de los Nobel diciendo que este tipo de arroz “ofrecía una oportunidad única para mejorar la nutrición de la gente” (si bien la misma institución había reconocido en otra ocasión que no se había podido demostrar, tras 20 años de investigación, que este tipo de arroz paliase esta deficiencia de vitamina A).

Entonces, ¿quién no dice toda la verdad? Parece evidente que hay una cuestión de grandes intereses económicos (y no básicamente de caridad humana como pudiera pensarse) en todo lo que a los transgénicos se refiere.

Sin consenso

Es cierto que no hay nada que demuestre que el uso de los transgénicos en alimentación humana sea nocivo, pero tampoco hay nada que demuestre lo contrario. Pero, al contrario de lo que afirmaban los Nobel en su carta, no existe un consenso científico sobre el uso de estos organismos: la revista científica Environmental Sciences Europe publicó el año pasado una carta firmada por más de 300 científicos en la que negaban el consenso sobre la seguridad de estos organismos, si bien el mayor rechazo hacia los transgénicos suele ser sobre todo, por motivos ambientales.

Se han publicado también muchos artículos sobre que estos organismos no resuelven los problemas que prometían respecto a los cultivos convencionales, ni de malas hierbas, ni de plagas, ni de rendimientos. Por ejemplo, tal y como publica el Gobierno de Aragón en su informe Resultados de la red de ensayos de variedades de maíz y girasol, campaña 2014, en el que se analizan las variedades convencionales y las transgénicas, “hay que hacer una profunda reflexión sobre su utilización debido a que los daños producidos por la plaga del taladro en los últimos cinco años no han sido relevantes y las producciones de las variedades convencionales han sido tanto o más altas que sus variedades transgénicas”.

“Los transgénicos son tecnología y son muy importantes en salud, agricultura, etcétera. Yo me posiciono en un punto intermedio entre los antitransgénicos y los pro. Estoy convencido de que el maíz transgénico no es tóxico, lo que sí lo es es el herbicida que se utiliza, el glifosato
 –afirma el biólogo Alfredo Caro–. La carta de los Nobel es falaz e injusta, no se puede acusar a nadie de criminal contra la humanidad por oponerse a algo, además de que buena parte de los transgénicos no se utiliza para la alimentación humana. Además, los transgénicos no aumentan la diversidad de los cultivos, como argumentan los premios Nobel y tampoco se conoce cómo se asimila esa vitamina A del arroz dorado, que no está a punto. El arroz dorado no es la panacea, no va a acabar con el hambre en el mundo, y eso de que no tiene patentes es una verdad solo a medias. No las tiene, pero sí tiene royalties: la empresa poseedora del gen no cobra nada, pero a partir de determinadas cantidades de cultivo, sí lo hace”, aclara Caro.

Narcisismo

Unicef, por ejemplo, ya tiene programas de suplementos de vitamina A para poblaciones con deficiencia en este compuesto, y funcionan bien, pero lamentablemente no llegan a todas las poblaciones afectadas.

¿Por qué esa carta ahora? “Es imposible saberlo, es cierto que los investigadores somos muy narcisistas, nos gusta que nos vean como los salvadores de la humanidad y además hay mucha presión y muchos lobbies, sobre todo en Estados Unidos”, finaliza Alfredo Caro. “Creemos que la carta se explica por el actual contexto internacional: el año pasado fue la primera vez que la producción de transgénicos bajó. Y además está el TTIP, que una de las cosas que pretende es rebajar la regulación de los transgénicos”, dice Luis Ferreirim, responsable de la campaña de agricultura de Greenpeace.

“¿Existen estudios que demuestren que sean inocuos para el consumo humano? No, por eso pedimos un principio de precaución. Además, es muy difícil hacer esos estudios si en EEUU, que es donde más se consumen, no se sabe quién lo hace porque no se indica en el etiquetado”, concluye Ferreirim.

La polémica está servida, y en este caso, se invita también a la mesa. Saquen sus propias conclusiones.

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