Plantas sagradas indígenas: de medicinas a drogas

09 / 09 / 2014 Pablo Pérez Álvarez
  • Valoración
  • Actualmente 5 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • Tu valoración
  • Actualmente 5 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
¡Gracias!

Mientras se despenaliza el consumo de marihuana en algunos países sudaméricanos y en Estados Unidos, otras plantas utilizadas desde tiempos ancestrales por sus propiedades medicinales siguen siendo consideradas drogas peligrosas en Occidente.

El debate sobre la despenalización de algunas drogas lleva un tiempo bullendo en los foros internacionales. Sobre todo en Latinoamérica, donde muchos se han cansado de ver cómo el narcotráfico deja miles de muertos, corrompe sus instituciones e impone su ley en regiones enteras, mientras la cocaína y la marihuana fluyen con pasmosa facilidad en Estados Unidos y Europa para millones de consumidores, que no tienen reparos morales en invertir buena parte de su presupuesto de ocio en su adquisición. Curiosamente, la discusión en torno a la legalización ha girado hasta ahora exclusivamente en torno a la marihuana, una planta de origen asiático. Y ya se han dado los primeros pasos hacia la regularización de su consumo, no solo con fines medicinales, sino incluso recreativos, en Uruguay o en algunos Estados del país norteamericano, el primer mercado mundial para los estupefacientes, y posiblemente les siga pronto la capital mexicana.

Washington impone su patrón.

Entretanto, otras plantas autóctonas del continente utilizadas desde tiempos ancestrales por sus cualidades medicinales, son aún consideradas drogas por la mayoría de los países, bajo los patrones impuestos por Washington.

Plantas como la chacruna, el peyote, la wachuma e incluso la hoja de coca son ilegales en la mayoría de los países, pese a que forman una parte fundamental de la medicina tradicional de las etnias indígenas. El ejemplo más paradigmático y conocido es el de la hoja de coca, una planta de origen andino a partir de la cual se elabora la cocaína. Para ello, se extrae de la planta uno de los 14 alcaloides que posee a través de un complejo proceso de laboratorio que incluye el uso de gasolina, ácido sulfúrico y soda cáustica. Por ello la ONU considera esta planta una droga. Aunque en algunos países de la cordillera andina ha sido completamente legalizada y solo se persiguen las grandes plantaciones que proveen al narcotráfico, como Perú o Bolivia, en otros hay restricciones a su cultivo y su comercialización. En las dos naciones mencionadas, las de mayor población indígena, la coca no solo es utilizada para soportar mejor la altura, su uso más conocido. También se toma como infusión y es un componente fundamental de cualquier ceremonia ritual y en los botiquines de los curanderos tradicionales, que la emplean para hacer purgas o para hacer emplastos y sanar heridas.

Javier Trigo, antropólogo peruano y experto en alimentación andina, lamenta que la medicina occidental no aproveche las propiedades homeopáticas de esta planta. “Es un poderoso antioxidante y anticancerígeno”, sostiene. Trigo destaca que “no existe ningún estudio que pruebe que la hoja de coca haga daño” y que en la cultura de los Andes “la hoja de coca está ligada al trabajo y a la salud, no al hedonismo; es la cocaína la que está ligada al hedonismo”.

Además, muchos nutricionistas destacan las cualidades alimenticias de esta hoja. Manuel Seminario es uno de sus más dedicados defensores y se ha convertido en una especie de profeta de la coca. Este peruano se dedica a recorrer el continente con una destartalada camioneta vendiendo hoja de coca, harina y galletas hechas a partir de esta planta y procesadas por él mismo. Defiende las virtudes alimenticias de esta planta y ha tenido a menudo problemas con la Justicia. “Los únicos países que tenemos permiso sembrar, consumir, industrializar y hacer proselitismo con la coca somos Perú y Bolivia. En Colombia se puede hacer pero solo dentro de sus reservas indígenas”, explica Seminario, que en uno de sus viajes a este último país terminó preso por vender sus productos fuera de estos espacios.

Alternativa al narcotráfico.

Sin embargo, él considera que la generalización del uso de la coca como un alimento con múltiples beneficios para la salud puede además ser una alternativa para su cultivo con fines de narcotráfico. Señala que en Argentina, donde está permitido mascar la hoja de coca, pero es ilegal sembrarla o importarla, vende la harina que procesa a 125 dólares (96 euros) el kilo mientras que “cuando un narcotraficante quiere hacer un kilo de clorhidrato de cocaína, que se compra en Lima por entre 1.000 y 1.250 dólares (entre 750 y 950 euros), tiene que utilizar de 15 a 20 arrobas (entre 165 y 220 kilos) de hoja de coca. Es un negocio absurdo. Yo con una arroba consigo 1.250 dólares”, argumenta. “Mi propuesta es industrializar la hoja de la coca, cómo hacerla más rentable que el narcotráfico. Porque el agricultor, el cocalero, le va a vender a quien le pague más, es lo lógico”, afirma.

Otras tres plantas consideradas medicinales por los pueblos indígenas y drogas por la cultura occidental son el peyote, la wachuma y la chacruna. Las dos primeras son cactáceas que crecen en zonas desérticas de México y en los Andes, respectivamente. Y la tercera es un arbusto selvático que usan las etnias amazónicas de Colombia, Ecuador, Perú y Brasil para, mezclada con una liana llamada ayahuasca, elaborar un brebaje (denominado ayahuasca en Perú y yagé en Colombia) que usan sus curanderos.

La wachuma y el peyote contienen mescalina y la chacruna, dimetiltriptamina, elementos con propiedades psicotrópicas, por lo que pueden producir visiones psicodélicas. Por ello, ambos componentes están incluidas en la lista de sustancias ilegales de la DEA, la agencia antidrogas estadounidense, que impone sus criterios en las políticas de seguridad de todo el continente. Sin embargo, ninguno de ellos es adictivo. De hecho, en algunos casos se usan precisamente para curar adicciones.

Lo sabe bien Axel Wayrawanpurej, un curandero argentino. A sus 39 años y con un aspecto –pantalones anchos, camisa por fuera y una visera– que poco tiene que ver con el estereotipo de chamán, recuerda que de joven estaba enganchado a las drogas, principalmente a la cocaína. “Es lo primero que hice cuando empecé a tomar wachuma: curarme de mis adicciones. En dos sesiones de wachuma pude no volver a tomar cocaína”, relata. Ahora utiliza esta planta, también conocida como San Pedro porque, dicen, “abre las puertas del cielo”, para ayudar a otros a superar ese problema.

Lo mismo pasa con la ayahuasca. En Tarapoto, una ciudad de la Amazonia peruana, funciona desde 1992 Takiwasi, un centro de rehabilitación para adictos de todo tipo. En sus tratamientos, los psicólogos de la institución utilizan plantas amazónicas que ayudan a sus pacientes a desintoxicarse físicamente y someten además a estos a rigurosas dietas para superar sus dependencias psicológicas. Como parte de sus terapias, una vez a la semana, los internos participan en una sesión de ayahuasca, en la que bajo el control de un curandero y de los psicólogos, toman este preparado y sufren sus efectos, tanto físicos (vómitos y diarreas), como psicológicos, consistentes en visiones u otro tipo de estados modificados de la conciencia.

Para David Londoño, un psicólogo colombiano que trabaja en Takiwasi, los beneficios de la ayahuasca tienen que ver con un “aspecto de limpieza o purgativo”: “No solo es una purga física. Es frecuente que en las sesiones de ayahuasca las personas tengan procesos de limpieza asociados a emociones atascadas como rabia, miedo, culpa... que han estado bloqueadas o guardadas en el cuerpo y que no han podido salir. Durante la sesión eso se procesa y sale, se limpia”, indica. “Con la ayahuasca –añade– los niveles de profundidad del trabajo psicológico son mucho mayores y las posibilidades de recuperación se multiplican”.

El estigma del tabaco.

Incluso el tabaco, aunque legal, es estigmatizado como una droga (blanda) en Occidente, ignorando sus usos medicinales, que siguen explotando hoy las culturas nativas.

Sabrina Zaror, una curandera chilena, sufrió un accidente a los 7 años que le dejó como secuela un problema de rinitis. “Ya no podía respirar por la nariz. En el hogar no soportaba el olor a cigarro y toda mi familia era fumadora. Hasta que me hicieron una cura con tabaco líquido. Después de 10 años sufriendo este padecimiento desagradable, en solo dos meses de tomas de tabaco por la nariz por la mañana y por la noche, me curé”, dice.

Ahora es una ardua defensora de esta planta y se toma casi como algo personal la adulteración con múltiples productos químicos a la que ha sido sometida para comercializarla en forma de cigarrillos. “Es triste cuando una planta de poder la tildan de droga o una palabra muy fuerte: el asesino, por todo lo que el tabaco ha creado en la humanidad por su desvirtuación”, lamenta. Si se usa como una infusión, explica, “es muy bueno para los parásitos intestinales, para problemas de rinitis, de dolores de cabeza, de infecciones en los oídos o la garganta” e incluso “es muy efectivo para regular los ciclos de la mujer”. También, agrega, se pueden hacer emplastos y cataplasmas para tratar hongos, infecciones, hemorroides, contusiones, heridas... Zaror lo utiliza incluso en el huerto de su casa, “para tratar hongos, plagas... es muy buen insecticida”. Según la curandera chilena, la planta del tabaco sirve incluso para atacar algunos tumores: “Muchas veces se usa para reducir tumores. Neutraliza el cáncer y lo compacta para poder sacarlo”, mediante cirugía.

Debido a sus propiedades curativas, todas estas plantas son consideradas sagradas por los aborígenes americanos, que tienen un relación espiritual con la naturaleza, pero al ser adoptadas por la civilización occidental, han sido descontextualizadas y su uso ha sido distorsionado, dando como resultado algo pernicioso para la salud. Por ello son perseguidas sin tener en cuenta que para los indígenas tienen una utilidad benéfica.

Grupo Zeta Nexica