La tregua olímpica no deja rastro en Brasil

19 / 09 / 2016 Clara Pinar
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El país vive entre protestas diarias por la destitución de Rousseff y la corrupción, que afecta desde Lula a Temer.

Nadie ni nada está a salvo de la crisis en Brasil. Después de unos Juegos Olímpicos que pasarán a la historia como los más desangelados nunca vistos, el país sigue sumido en una crisis política con protestas diarias en las calles; un nuevo Gobierno de centro derecha, el de Michel Temer, que no consigue ganar el favor ciudadano; y la sombra de la corrupción, a la que no se escapa nadie a ningún lado del espectro ideológico. A la derecha, en el Partido del Movimiento Democrático Brasileño de Temer, acaba de caer Eduardo Cunha, uno de los principales impulsores de la destitución de Dilma Rousseff, que ha sido apartado de su escaño en la Cámara Baja, que presidía, en relación a la trama de Petrobras, la petrolera estatal desde donde se repartieron pagos y sobornos por valor de 3.200 millones de dólares (2.845 millones de euros) a políticos y empresarios entre 2004 y 2012. A la izquierda, la Policía Federal acusa al expresidente Lula da Silva de haberse beneficiado también de sobornos de la trama.

Dos semanas después de que la expresidenta Dilma Rousseff abandonara la residencia oficial del palacio de Alvorada, Brasil registra protestas callejeras diarias en contra de su destitución. Son los brasileños que creen la otra versión de su cese, que oficialmente fue por cambiar leyes para maquillar el déficit público. La oficiosa se fundamenta en la acusación que lanzó recientemente el exfiscal general Fabio Medina Osorio de que el Gobierno de Temer intenta “ahogar” la investigación sobre Petrobras y que por eso él fue cesado.

Rousseff, que en su mandato hizo frente a las críticas crecientes de la población por la corrupción y por el aumento de los precios, ha visto cómo junto a su proceso de destitución florecía una ola de protestas que dura hasta hoy. Sostienen la teoría del “golpe de Estado”, el segundo de su vida, según dijo en su última audiencia en el Senado antes de ser apartada de la presidencia. El clima de crispación que se reveló allí, por ejemplo cuando un senador dedicó su voto a favor de la destitución al general que torturó a Rousseff durante la dictadura, se ha trasladado a la calle y no amaina.

“Fuera Temer”

 El pasado domingo se registró en São Paulo la manifestación más multitudinaria hasta el momento, que terminó con tres detenidos. Unas 50.000 personas volvieron a lanzar mensajes en contra del Gobierno, –“fuera Temer”, gritaban– y a reclamar que se adelanten las elecciones presidenciales, previstas en principio para 2018.

La convocatoria de las marchas, además de ser un respaldo a Rousseff, es también reflejo de la situación por la que atraviesa la izquierda en Brasil. Las convoca toda la oposición y los sindicatos, donde se incluye también el Partido de los Trabajadores, el partido de Lula y de Rousseff, cuyos cuadros se han visto vinculados a casos de corrupción. A la cabeza de la convocatoria de las protestas están el Frente Pueblo Sin Miedo, una amalgama de sindicatos y partidos de izquierda, y el Frente Brasil Popular, que hace meses terminó integrándose en la disciplina parlamentaria del Partido de los Trabajadores y que en las calles hace lo contrario, puesto que es la organización que acoge bajo sus alas a un Partido de los Trabajadores que ya empezó a ser visto como una formación corrupta durante el mandato de Rousseff.

Respecto a la expresidenta, fue apartada de su cargo en una resolución que le impide volver a presentarse hasta después de las elecciones previstas para 2018, pero no pone ningún obstáculo para que se presente a cualquier otro cargo público.

De momento, está previsto que reaparezca en los próximos días para hacer campaña junto a Lula da Silva a favor de la candidata del Partido de los Trabajadores en la prefectura de Río de Janeiro.

Por su parte, Temer afronta las manifestaciones que le llaman golpista y en contra de su Gobierno “con naturalidad”, según afirma en una entrevista reciente al diario O Globo. A pesar de las críticas con las que convivió Rousseff durante todo su mandato, gran parte de la ciudadanía no ve a Temer como un presidente legítimo. No ayudó a cambiar esta imagen la composición primera de su Gabinete, formado por hombres blancos y millonarios y del que en las tres primeras semanas tuvieron que salir tres de sus miembros por sospechas de corrupción o de intentos de obstrucción a la Justicia. A pesar de que últimamente ha incorporado a dos mujeres en cargos ministeriales, su imagen pública no mejora y tampoco parecen funcionar sus argumentos a favor de su legitimidad para el cargo el airear la buena sintonía que tuvo con el presidente chino en una reciente visita oficial al país.

Nombramientos y anécdotas aparte, Temer se enfrenta al mismo reto que habría tenido ante sí Rousseff, el de revivir la economía brasileña, que en 2010 crecía al 7,5% y en 2015 entró en recesión. En el caso de Temer, proponiendo medidas tan impopulares como flexibilizar la ley laboral, incluida la ampliación de la jornada de trabajo de 8 a 12 horas diarias. Según todos los analistas, una de las necesidades más acuciantes de la economía brasileña es recortar el gasto público, una tarea a la que Temer quizá no entre en serio hasta después de las elecciones municipales que se celebrarán el mes que viene. Más tensión política para un país echado a la calle.  

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