La potencia que nunca ha dejado de serlo

17 / 12 / 2013 12:55 Borja Ventura
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Después de 25 años del colapso de la URSS, Rusia no tiene peso político ni zonas de influencia, pero es mucho más que los cascotes del último gran imperio de la era moderna. Lo ocurrido en Ucrania estos días es una prueba de ello.

Ha sido presidente, primer ministro y presidente otra vez tras crecer al cobijo del aparato oficial. Su formación parece un partido único. Las cifras económicas de su país son desoladoras. Ha nacionalizado empresas gigantescas porque sus dueños le hacían sombra. Ha encerrado a discrepantes. Le acusan de torturar a líderes opositores. Hay fundadas sospechas de que tuvo relación con la muerte por envenenamiento de diversos personajes críticos, tanto exespías como periodistas. Y ha apoyado movimientos de oposición en otros países soberanos.

Ese podría ser el retrato de cualquier dictador, déspota o megalómano de cuantos han llenado nuestra historia. Pero es el retrato de alguien que cuenta con el respeto de los líderes mundiales. Vladimir Putin, el mismo que se quedó con Yukos, que mantiene preso a Mijaíl Jodorkovski en Siberia, a quien personajes como Garry Kasparov han acusado de torturas y sobre quien planean las muertes de Alexandr Litvinenko o Anna Politkovskaya, pilota un barco semihundido que intimida a las grandes flotas mundiales. En su país pocos se atreven a desafiarle, a pesar de las burlas por sus últimas imágenes en pose heroica, ya sea pescando piezas de más de veinte kilos o nadando en aguas heladas. Y fuera la cosa no es muy diferente: sin contar con fervientes defensores en el ámbito político, y con la única campaña de propaganda que le presta la televisión internacional oficial RT, ni Angela Merkel ni Barack Obama osan toserle.

Y es que Rusia es uno de esos países con serios déficits de democracia interna y sonoros desplantes internacionales que, pese a todo, gozan de protección internacional. ¿Qué hace, por ejemplo, que países como Cuba sean calificados internacionalmente como “dictadura”, pero que China tenga un “Gobierno” respetado? ¿En qué momento Gadafi pasó de ser el “presidente” libio para estar al mando de un “régimen”? ¿Cuál es la diferencia entre “terroristas” iraquíes y “rebeldes” sirios? En esa guerra de ideas y significados no interviene ejército alguno, y por eso Rusia es uno de los líderes mundiales del poder... en la sombra.

Petróleo y gas.

El 7 de agosto de 2008 empezó la última guerra que, hasta la fecha, ha vivido Europa. Georgia lanzó un ataque contra Osetia del Sur, una exrepública soviética integrada en su territorio aunque con aspiraciones separatistas. Esa batalla, la de Tsjinval, duró tres días y fue la primera parte de un conflicto bélico mayor que duró otras seis jornadas y que cambió de contendientes: al ataque de Georgia respondió directamente Rusia que, junto a Abjasia, respaldaron al ejército osetio y aniquilaron toda resistencia georgiana.

Pero la guerra de Georgia empezó como muchas otras: con la invasión de un Estado como excusa para que el verdadero protagonista intervenga. Pasó cuando Irak invadió Kuwait, provocando el ataque estadounidense. La diferencia es que en este caso la guerra fue instigada de principio a fin por los rusos: Osetia y Abjasia llevan años desafiando la soberanía georgiana y buscando su secesión, actuando como territorios satélites de Moscú, que ha fomentado desde hace mucho ese sentimiento nacionalista.

¿Y qué hizo Europa mientras se libraba una guerra a sus puertas? Poca cosa: lanzar mensajes de rechazo, llamar a la calma, intentar una solución diplomática y, desde luego, nada de tomar partido por bando alguno, a pesar de lo cerca de su territorio que caían los proyectiles.

Poco tiempo después comenzaron los desplantes de Putin, el hombre que lleva más de una década manejando los hilos del país, a Merkel, la mujer que lleva casi el mismo tiempo marcando los ritmos en Europa. Declaraciones polémicas en foros internacionales, ausencias en reuniones y desaires diversos enturbiaron la relación, al menos en lo aparente.

Sin embargo tampoco eso alteró lo más mínimo el tono de Europa. La batalla diplomática no estaba ahí, donde el foco de atención, sino en aspectos mucho más prácticos: en noviembre de 2011 la propia Merkel y Dimitri Medvedev inauguraban Nord Stream, un enorme gasoducto que llevaría gas siberiano directamente hasta las fronteras germanas a través del Báltico. El hecho, más que una inversión millonaria, suponía una restructuración de poder energético con consecuencias que durarían años, y ponía de manifiesto uno de los grandes ases que Rusia guarda en la manga: ellos controlan la llave de paso del gas y el petróleo del corazón económico e industrial europeo.

¿Tuvo algo que ver en la guerra de Georgia que pase por la zona uno de los principales ramales de gasoductos continentales, nacido directamente en el núcleo energético azerí de Bakú? ¿Tuvo que ver la tolerancia germana a los desplantes con la puesta en marcha de Nord Stream? Difícil saber si son meras sospechas o coincidencias llamativas.

La frontera caucásica.

La alargada sombra de Rusia no solo afecta a Europa, sino también a Estados Unidos, el viejo enemigo que se dice ahora aliado. Juntos diseñaron la estrategia de desarme nuclear que devolvió la respiración al mundo tras décadas de escalada belicista, juntos han tomado decisiones de calado que hubieran sido imposibles sin aquellas fotos históricas tras años de lucha sibilina entre bloques. Y juntos también han protagonizado algunas de las escenas más llamativas de la política internacional en los últimos tiempos.

El ejemplo más reciente es el de Edward Snowden, exanalista de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés) que, igual que en su día hiciera el soldado Bradley Manning con Wikileaks, ha puesto en un serio compromiso a su país al revelar secretos sobre sus procedimientos. Snowden protagonizó una cinematográfica huida en el momento de desvelar las oscuras prácticas de espionaje internacional estadounidense, que acabó con una contienda diplomática en territorio ruso, donde sigue bajo protección oficial.

¿Por qué Estados Unidos, auténtica potencia mundial en espionaje y armamento, lo permite? Las posibilidades son diversas. El hecho de que gran parte de la liquidez estadounidense resida actualmente en manos chinas, y que China sea socio preferente de Rusia, invita a pensar que EEUU intentará evitar violentar al Kremlin más de lo necesario. Otra posibilidad reside en el papel de Rusia frente al convulso ecosistema caucásico.

Moscú combate desde la caída de la URSS contra focos incontrolados de independentistas caucásicos que, con el tiempo, se han mezclado con proliferantes núcleos de radicales islamistas ¿Qué efectos podría tener para la región que una Rusia débil no pudiera mantener su posición y los islamistas ganaran terreno en Chechenia, Daguestán, Ingusetia y otras regiones cercanas?

Esa guerra, que Rusia ha pagado con sangre en masacres como la de Beslán en 2004, o más recientemente en Volgogrado, tiene un precio. ¿Descabellado? Tener un socio en una zona conflictiva para asegurar un control estratégico es una política recurrente de EEUU: sucede en Oriente Próximo con Israel o con Arabia Saudí, y sucedió con los dictadores latinoamericanos durante la Guerra Fría y con los regímenes del norte de África que la Primavera árabe intentó derrocar.

La herencia de la ONU.

Precisamente en ese proceso de rebelión generalizada en el mundo musulmán también ha tenido mucho peso el Gobierno ruso. Cuando la comunidad internacional presionaba a Gadafi para buscar una salida a un conflicto de imprevisibles consecuencias, Rusia decidió plantarse. El fallecido dirigente, que había sido socio de gran parte de los países occidentales, perdió el favor de Europa y de EEUU, pero no así de Rusia, que hasta el final usó su capacidad de veto en la ONU para evitar una intervención armada.

Lo mismo que el Kremlin hizo entonces, y que provocó que la guerra se dilatara durante meses, ha hecho ahora con Siria: como uno de los cinco miembros con derecho de veto del Consejo de Seguridad, sin su apoyo no se puede aprobar resolución alguna, ni siquiera una meramente formal. Al final, como salida intermedia, EEUU aceptó pactar con Rusia que ambos supervisarían la destrucción del arsenal químico del Gobierno sirio para evitar ataques contra la población.

¿Cómo es posible que Rusia haya podido condicionar la decisión de toda la comunidad internacional alineándose casi en solitario con dos dirigentes en el disparadero? Aunque los equilibrios de poder mundial han cambiado en las últimas décadas, no ha sucedido lo mismo en la ONU: junto a aquellas dos grandes potencias que dividieron al mundo, los otros ganadores de las grandes guerras –Francia, Reino Unido y también China– pueden bloquear cualquier decisión cuando lo consideren oportuno. El último país del mundo tiene, a efectos prácticos, el mismo poder que Alemania. Y en ese esquema Rusia se ha convertido en un problema, incluso por encima de China.

Recursos naturales, ubicación geopolítica, derecho de veto y aliados poderosos. Con esos mimbres se mantiene vivo un gigante nacido de las cenizas de la URSS. Sin olvidar que Rusia sigue teniendo una enorme reserva de armamento nuclear. Sin embargo, el tiempo ha demostrado que para ganar algunas guerras no hace falta tener la bomba atómica.

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