La guerra sin fin

01 / 08 / 2017 Alfonso S. Palomares
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La devastadora hambruna que padece Somalia se suma a la situación de guerra civil e inseguridad.

Una mujer en una calle de Mogadiscio tras un atentado contra una comisaría. Foto: Feisal Omar/ Reuters

Si tuviéramos que elegir el país más desventurado de la Tierra, no cabe duda de que Somalia se llevaría la palma ocupando el número uno del ranking. Las cifras de la catástrofe son estremecedoras. Es una geografía olvidada por los dioses, ya que periódicamente se ve asolada por largos periodos de sequía que provocan hambrunas que dejan una larga estela de muertes. Ahora están viviendo una de las más fuertes, del cielo solo cae un sol despiadado. El presidente Mohamed Abdullahi Farmajo pide auxilio contra esta plaga de la muerte.

A pesar de la buena voluntad de las organizaciones internacionales y de la solidaridad de varias ONG no es fácil acudir en su ayuda, ya que la caótica violencia en que vive el país impide que los diversos cooperantes puedan ejercer su trabajo. Muchas organizaciones se han marchado de Somalia por esta razón.

Guerrilla islamista

El Gobierno Federal carece de fuerza para asegurar un mínimo de seguridad, hay innumerables grupos armados que luchan unos contra otros en sangrientas rivalidades y, sobre todo, es especialmente temible la guerrilla islamista de Al-Shabaab, liderada por el fanático y cruel Abu Zubeyf, que actúa en las tres cuartas partes del territorio y en algunas zonas es el único poder. Al Shabaab no solo opera en Somalia, también extiende sus acciones a Kenia, Uganda e incluso algunos terroristas llegan hasta Yemen.

Se consideran como parte importante de la yihad mundial. La fotografía de la inseguridad nos la dio el pasado mes de febrero la elección de Farmajo como presidente, cuando los 329 diputados que forman el Parlamento nacional tuvieron que reunirse para votar en un hangar del aeropuerto de Mogadiscio, la capital somalí. En 2016 Somalia fue el país del que huyeron más ciudadanos, también Transparencia Internacional le considera como la nación más corrupta del mundo.

La misma palabra “corrupción”, allí no tiene el mismo significado que entre nosotros, ya que no existe un poder judicial que le ponga freno. El paisaje del hambre es aterrador, jóvenes esqueléticos pasan el día sentados a las sombras mascando qat, una hierba estimulante que les ayuda a sobrevivir.

La ciudad de Mogadiscio, la más peligrosa de la Tierra, por encima de Caracas y Tegucigalpa, ofrece un paisaje de bosque quemado. Muy lejos quedan aquellos tiempos en que los viejos la recuerdan como la ciudad del oro y los perfumes. Ahora es la capital de la desolación de la que ha huido, en estos últimos diez años, la mitad de la población. Han quedado los más pobres y desamparados, al tiempo que se convertía en el refugio de los violentos. La costa Norte de Somalia, en la confluencia del golfo de Adén y el Océano Índico, es la base internacional de la piratería, una flota internacional de barcos de guerra ha ido para proteger las flotas mercantes.

La esperanza democrática

El nuevo presidente, Mohamed Farmajo, un hombre de 54 años formado en Estados Unidos, que conoce los problemas que atenazan al país, habla de una nueva Somalia y por eso se ha planteado luchar contra la corrupción, contra el terrorismo y contra la pobreza, pero lo tiene casi imposible dados los medios de que dispone. El representante especial de las Naciones Unidas para Somalia, Michael Keating, ve la elección de Farmajo como un hito hacia la democracia.

Ya que al menos sabe lo que quiere hacer, también considera un avan-
 ce el hecho de que en el nuevo Parlamento haya un 30% de mujeres. Los que consiguieron escapar deambulan por los países del norte de África junto a otros millones de condenados de la Tierra como los sirios, los afganos o los yemeníes. El sueño de los somalíes es trasladarse a Estados Unidos, pero Donald Trump les ha truncado también esa esperanza, ya que ha vetado su entrada en el soñado paraíso.

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