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Irak se hunde en la corrupción

09 / 09 / 2015 Erin Banco
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Después de la retirada estadounidense, el país sufre una crisis deficitaria que afecta a todas las capas sociales

El proyecto urbanístico Bismayah New City, al sur de Bagdad, es, según muchos analistas, un enorme foco de corrupción.

A solo unos kilómetros al sur de Bagdad se erige una impresionante línea de edificios de hormigón levantados sobre la arena. Son bloques de apartamentos de lujo, y forman parte de un proyecto urbanístico multimillonario que pretende rivalizar con la capital iraquí. El futuro emplazamiento, denominado Bismayah New City, acogerá a cerca de medio millón de personas en los próximos cuatro años, lo que lo convertirá en el mayor proyecto de construcción de la historia del Irak.

Según los analistas, este proyecto es un enorme nicho de corrupción. Afirman que ha atraído miles de millones de dólares en inversiones, pero que nadie ha controlado que ese dinero se destine a financiar la construcción del complejo. Impulsado por la Comisión Nacional de Investigación, un organismo público iraquí dedicado a atraer inversiones extranjeras, el proyecto ya ha recibido 2.000 millones de dólares (1.780 millones de euros)de los 5.800 (5.200 millones de euros) en los que se estima su coste. La empresa responsable es la surcoreana Hanwha Engineering.

Las reformas de Abadi. Con independencia del potencial económico de la nueva ciudad, sus detractores creen que el plan fracasará como otros grandes proyectos que atrajeron políticos y empresarios corruptos que desviaron millones del dinero de las inversiones sin contribuir un ápice a la construcción.

“Los pagos que implican este tipo de proyectos se hacen de forma totalmente corrupta”, afirma Luay al Jatteeb, analista del Brookings Institute. Es exactamente el tipo de escenario que el primer ministro iraquí, Haider Abadi, quería evitar con la aprobación, a comienzos de agosto, de una batería de medidas anticorrupción. Con la nueva normativa, Abadi quiere eliminar los empleos públicos innecesarios, recortar el número de militares y profundizar en la descentralización del Estado. Pero el primer ministro tiene muy difícil reducir una corrupción tan profundamente enquistada en la sociedad iraquí. Las dos décadas que duró la dictadura de Sadam Husein, sustentada por la riqueza petrolera, instauraron un sólido sistema autoritario y clientelar. Abadi está intentando acabar con esa cultura favoreciendo el desarrollo y el comercio, pero la situación económica apenas le deja margen. El presupuesto iraquí arrastra un déficit de casi el 20%, a pesar de la ayuda internacional.

Abadi quiere racionalizar el Gobierno e impulsar la economía. Y es que las guerras no solo han devastado el país, también han creado un vacío de poder que muchos políticos han aprovechado para enriquecerse. Pero Judith Yaphe, experta en Irak y profesora de la Universidad George Washington, sostiene que la corrupción está tan enquistada en la sociedad iraquí que será casi imposible que Abadi logre impulsar algún cambio relevante. Afirma que, tras la guerra, la comunidad internacional donó miles de millones de dólares para la reconstrucción del país, pero que buena parte de ese dinero jamás se usó para tal fin.

Tensiones sectarias. Es cierto que la hiperinflación tampoco ayudó. Si en la época de Husein un dinar iraquí equivalía a tres dólares, las sanciones internacionales impuestas tras la primera Guerra del Golfo dañaron profundamente la economía. Cuando la coalición internacional liderada por EEUU invadió el país en 2003, un dólar equivalía a 3.000 dinares. Ahora, según el Banco Mundial, el cambio está en 1.166 dinares por dólar.

Es posible que Abadi sea muy favorable a la diversificación económica, pero la economía iraquí sigue dominada por el sector petrolero, del que el Gobierno obtiene el 90% de sus ingresos. En enero, el Parlamento aprobó un presupuesto de 105.000 millones de dólares (93.000 millones de euros), un recorte del 16% del gasto, según The Economist. A pesar de las medidas, el presupuesto seguirá presentando un déficit de 25 billones de dinares. En la actualidad, el precio del barril no llega a los 42 dólares. Además, el sector petrolero también se está resintiendo por la corrupción. Los consumidores que viven en áreas, bien directamente controladas por el Estado Islámico, bien bajo su influencia, se ven obligados a pagar el doble por el galón de combustible, ya que los militantes suníes de dicho grupo han desviado millones de barriles del mercado iraquí al extranjero.

Abadi, mientras tanto, tiene que tratar de implantar su batería de medidas reformistas bajo la presión del gran ayatolá chií Alí al Sistani, que el mes pasado hizo un llamamiento a todos los iraquíes para protestar contra la corrupción del Gobierno. Abadi destituyó recientemente a Mohamed Jalaf Ahmed, el secretario general de su gabinete, un estrecho aliado del anterior primer ministro, Nuri al Maliki. Ha reducido a un tercio el número de sus ministros y ha disuelto cuatro ministerios, incluidos los de Asuntos de la Mujer y Derechos Humanos.

“La corrupción está en todas partes”, afirma Jatteb. Los delincuentes habituales evitan su arresto pagando a la Policía, los obreros de la construcción exigen sueldos que no se corresponden con su nivel de formación, e incluso los militares tratan de defraudar al sistema para obtener provecho económico. Los analistas sostienen que, debido a lo endémico de la corrupción, lo más probable es que Abadi tenga que afrontar una dura resistencia por aquellos que tienen mucho que perder con las nuevas reformas.

“Creo que en el fondo se trata de medidas que cuentan con la aprobación popular –afirma Yaphe–. Pero aun así, Abadi debe acabar con el esquema de Gobierno con tres vicepresidentes, lo cual podría irritar a las fuerzas suníes. Además, la elección de su próximo objetivo será importante. Debe concentrarse en combatir a aquellos en los que nadie en Irak confía, y debe hacerlo de verdad”.

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