Hitler, ¿un yonqui?

01 / 10 / 2015 Salvador Martínez Más
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Un libro recientemente publicado en Alemania sugiere que Adolf Hitler fue drogodependiente

Hitler y el doctor Theo Morell, su médico personal durante casi una década, que tenía una gran influencia sobre el dictador.

Para los iniciados en el periodo histórico de la Segunda Guerra Mundial, la heroína de Adolf Hitler se llamaba Hanna Reitsch, mujer que pasó a la historia de la aviación por ser la primera mujer piloto de helicóptero, aunque también destacó por su carrera como aviadora de pruebas y por su cercanía con el Führer. Sin embargo, esa no era la única heroína por la que sentía predilección el dictador nazi. Al parecer, según sostiene Norman Ohler, un escritor cuyo último libro se titula Der Totale Rausch (Kiepenheuer & Witsch, 2015), que en español se traduciría como “La borrachera total”, Hitler acabó desarrollando cierta dependencia a las inyecciones de un opiáceo conocido como Eukodal.

“Un yonqui es una persona adicta a los opiáceos” y Hitler “lo fue al menos en el otoño de 1944, cuando se inyectaba Eukodal”, ha explicado el autor de la La borrachera total. Ohler hace esta observación después de haber analizado abundantes documentos de la época en archivos de Alemania y Estados Unidos. Entre las fuentes que cita destacan apuntes y declaraciones del doctor Theodor Morell, quien fuera médico personal de Hitler durante casi una década. Está bien documentado que “en una semana de septiembre de 1944 le inyectó cada dos días”, ha precisado Ohler, refiriéndose al Eukodal. “Una cantidad de 0,005 gramos es la dosis medicinal” pero “Hitler se dejaba administrar cuatro veces esa cantidad, así se produce muy rápidamente una adicción”, según el autor de La borrachera total.

Querencia por las agujas. En realidad, Hitler presentaba cierta querencia por las agujas. Ohler describe en su libro que el Führer tenía tal aprensión por las pastillas que prefería las inyecciones. Alguien como el líder del III Reich, que en sus peores días llegó a tomar 28 medicamentos al mismo tiempo –en toda su vida sumó más de ochenta medicinas consumidas–, solo podía llevarse muchos pinchazos. De ahí que los ayudantes del Führer se refirieran al doctor Morell como el “maestro de las inyecciones del Reich”. Por su parte, Morell llamaba a Hitler “el paciente A”, alguien con quien guardaba una relación especial. “Morell tenía una influencia inmensa sobre Hitler”, ha explicado Ohler, pues era la persona con la que más tiempo pasaba el dictador. Sobre Hitler, “nadie sabía más que él”, según el autor de La borrachera total.

Anfetamina sin receta. Del historial médico de Adolf Hitler ya existe abundante material publicado. Ya se sabía que, a través de gotas aplicadas en los ojos, el Führer consumía cocaína. También tomó metanfetamina. Esta droga, antes de que la diera a conocer al gran público actual Walter White, el protagonista de la serie televisiva estadounidense de éxito Breaking Bad, ya era muy popular en el III Reich. Se tomaba en las altas instancias, pero también entre ciudadanos de a pie y militares. En el régimen nacionalsocialista se consumía, con Hitler a la cabeza, bajo el nombre de Pervitin. No hacía falta receta para adquirirla.

Muchas de las novedades que aporta La borrachera total de Ohler tienen que ver precisamente con las aplicaciones de esa sustancia en la sociedad alemana de los oscuros días del nazismo. No en vano el libro de este escritor lleva por subtítulo Las drogas en el III Reich. Para Hitler, sin embargo, esa sustancia solo era uno de los componentes del particular cóctel que le preparaba el doctor Morell.

El libro de Norman Ohler ha captado la atención de la prensa alemana. La crítica ha sido en general benevolente, aunque los hay que han visto en el autor las carencias propias de quien no es un historiador. Aun así, la prensa germana ha sabido sacar en sus artículos sobre el libro de Ohler más de una sonrisa gracias a un recurrente y jocoso titular: “High Hitler”, que se traduciría al español como “Hitler colocado”.

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