Guantánamo, la gran promesa incumplida

16 / 11 / 2016 Maren Hennemuth (DPA)
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Barack Obama se comprometió hace ocho años a cerrar el penal estadounidense en Cuba.

Presos en el campo de detención de Guantánamo. En estos momentos muchos mantienen una huelga de hambre

Arrodillados, con el cuerpo mirando a La Meca y la frente en el suelo: seis hombres en fila, algunos con calcetines, otros descalzos, mientras fuera anochece y la colina de la bahía de Guantánamo se cubre de negro. Los presos del Campamento 6 del centro de detención están rezando, como hacen cinco veces al día los siete días de la semana. Solo a unos pocos en Estados Unidos parece indignar que siga habiendo presos en Guantánamo, la mayoría de los cuales no fueron nunca condenados ni tienen perspectivas siquiera de ser procesados, y que esta situación se mantenga desde hace más de diez años.

No siempre fue así. El 11 de enero de 2002, cuatro meses después de los atentados del 11 de septiembre, llegaron los primeros 20 presos. Un fotógrafo de la Marina inmortalizó a esos hombres vestidos de naranja y arrodillados en el suelo del recinto rodeado por barreras de alambre. Las imágenes dieron la vuelta al mundo y convirtieron a ese lugar sin ley en tierra cubana en el lugar de la vergüenza de Estados Unidos.

Han pasado 14 años y el campamento sigue existiendo, pero los presos saben ahora lo que ocurre en el mundo, explica Zaki, un estadounidense con raíces jordanas que trabaja como asesor cultural en el campamento. Allí los presos han podido seguir en la televisión por satélite los debates de Hillary Clinton y Donald Trump, con traducción al árabe. Un guardia asegura que entre los presos hay un gran interés por la campaña electoral: “Me han preguntado quién creía que iba a ganar”.

Cuando Barack Obama ganó las elecciones la noche del 4 de noviembre de 2008, los presos corearon su nombre a gritos. Porque había prometido cerrar el campo de detención. Dos días después de su toma de posesión el presidente firmó un decreto ordenando ese paso, que fue traducido e incluso colgado en la pared de Guantánamo. Hasta que en algún momento alguien volvió a quitarlo. En 11 semanas Obama dejará el cargo y el campamento sigue abierto, convirtiéndose en su mayor promesa de campaña incumplida. El demócrata culpa de ello al Congreso, dominado por los republicanos, pero esa es solo una parte de la verdad. También en su propia Administración ha habido una fuerte resistencia. En febrero volvió a hacer un nuevo intento y desde entonces Guantánamo está más vacío que antes, pero sigue existiendo. Al menos 779 hombres han pasado por el campo de detención desde su apertura en 2002. A principios de año quedaban aún 105 presos, ahora son 60. Las celdas del Campamento 5 están casi vacías, mientras que en el 6 hay 45 hombres. En el 7, altamente secreto, son 15, entre ellos Jalid Sheij Mohammed, el supuesto cerebro de los atentados del 11 de septiembre de 2001.

 

Sin procesamiento

Hace unos días fue liberado otro preso y se ha autorizado el traslado de otros 20. Pero aun así quedan 40, de los que 10 han sido acusados por tribunales militares o tienen juicio pendiente. A los 30 restantes Washington quiere mantenerlos presos al considerarlos demasiado peligrosos, sin que esté previsto su procesamiento. Los presos no pueden ser trasladados a territorio estadounidense, según determinó el Congreso en una ley, que impide destinar fondos a esos traslados. Las organizaciones de derechos humanos tampoco defienden ese paso, que consideran que solo supondría una transferencia del sistema de Guantánamo al continente. “Solo se conseguiría un cierre verdadero poniendo fin a la práctica del encarcelamiento sin acusación”, señala Shane Kadidal, abogado del Center for Constitutional Rights, que representa a numerosos internos. Si se le pregunta al almirante Peter Clarke si está de acuerdo, la respuesta está llena de condicionales: “Si recibiéramos la orden de trasladar a los presos a otro país u otro lugar, podríamos hacerlo en un tiempo muy corto”, señala, asegurando que los planes apuntan al cierre del campamento.

Por ello, hasta finales de año el personal se ha reducido a 1.600 hombres. Menos vigilantes para menos presos. Sin embargo, se está construyendo un nuevo comedor para los soldados y una clínica mejor equipada, con dinero aprobado hace unos años por el Congreso.

En el Campamento 6 los vigilantes pueden ver desde el pasillo lo que ocurre en las celdas, pero los internos no ven nada del exterior. No se pueden ni imaginar que pueda haber periodistas observándolos. Un interno está tumbado en el sofá con auriculares. Un hombre condimenta la comida mientras otro limpia el suelo, dando una imagen de relativa normalidad, mientras los militares explican las escenas a los periodistas, como si se tratara de una exposición.

La organización de derechos humanos Office for Democratic Institutions and Human Rights (Odihr), vinculada a la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), denunció el año pasado que los presos en huelga de hambre seguían siendo alimentados a la fuerza, con métodos cercanos a la tortura, como confirma Kadidal. “Cuando se mete un tubo por la nariz para alimentar a un preso atado a una silla dos o tres veces al día hasta que vomita, es algo doloroso y humillante”, comenta. Pero el término alimentación forzosa no existe en la jerga militar, donde se habla de alimentación por sonda. Tampoco huelga de hambre, denominada ayuno no religioso.

Hace tres años cientos de presos se negaron a comer. “Estados Unidos olvidó Guantánamo a comienzos de 2013 –asegura Kadidal–. Y fueron los presos quienes lo devolvieron a la actualidad con esa huelga de hambre a gran escala”.

Pero en algún momento el Pentágono dejó de enviar cifras sobre quiénes se negaban a comer. En estos momentos son muchos, asegura un médico. Pero a nadie parece ya interesarle, como si Estados Unidos hubiera vuelto a olvidar de nuevo Guantánamo.

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